Las mismas culpas hallan diversa suerte: uno recibe por su delito el suplicio, y el otro, la corona. Juvenal
Harold Kushner* visitó en una tarde los hogares de dos ancianas que acababan de morir. En el primer hogar, el hijo de la fallecida le dijo: “Si hubiera enviado a mi madre a Florida, lejos de este frío, aún estaría viva. Murió por mi culpa”. En el segundo, el hijo de la otra mujer comentó: “Si no hubiera insistido en que mi madre viajara a Florida, aún estaría viva. El viaje y el cambio de clima fueron demasiado para ella”. Cuando creemos que, de haber tomado una decisión diferente, hubiéramos tenido un desenlace mejor, nos sentimos culpables. Y, en principio, no hay nada de malo en ello, siempre y cuando sepamos a quién podemos llevar nuestras culpas.
La historia de Judas (Mat. 27:1-5) presenta el triste final al que puede conducimos una conciencia culpable que no acepta el perdón. Judas había entregado a Jesús, y “mientras hora tras hora transcurría, y Jesús se sometía a todos los abusos acumulados sobre él, se apoderó del traidor un terrible temor de haber entregado a su Maestro a la muerte. Cuando el juicio se acercaba al final, Judas no pudo ya soportar la tortura de su conciencia culpable” (El Deseado de todas las gentes, cap. 76, p. 682). Por eso se ahorcó.
Pedro también traicionó a Jesús. Lo abandonó, se avergonzó de él y lo negó (Mat. 26:69-75).
“Lloró amargamente” (Mat. 26:75) y “en el mismo lugar donde Jesús había derramado su alma agonizante ante su Padre, cayó Pedro sobre su rostro y deseó morir” (ibíd., cap. 75, p. 673). Pero, a diferencia de Judas, Pedro aceptó el perdón de Dios y llevó miles de almas a los pies de Jesús. La misma culpa halló diversa suerte en los dos discípulos: uno sucumbió ante el suplicio, y el otro obtuvo la corona.
A veces es inevitable que nos sintamos culpables, porque lo que hemos hecho se llama traición, mentira, engaño…, en definitiva: pecado. Pero, incluso para el pecador culpable, hay solución. No dejes que la culpa te lleve a un callejón sin salida; permite que Jesús se encargue de ella, restaure tu malestar y te convierta en una persona nueva, capaz de rehacer el mal que has hecho y de compadecerte de quienes todavía están atrapados en las cadenas de una conciencia culpable. *
* Harold S. Kushner, Cuando a la gente buena le pasan cosas malas (Nueva York: Vintage Español, 2006), pp. 103, 104.
“Por tu amor, oh Dios, ten compasión de mí; por tu gran ternura, borra mis culpas” (Sal, 51:1).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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