viernes, 23 de septiembre de 2011

SEÑALES

El extiende el norte sobre el vacío, cuelga la tierra sobre la nada. (Job 26:7)

El astrónomo Nicolás Copérnico, nacido en Polonia en 1473, revolucionó la ciencia cuando afirmó que la Tierra y los demás planetas giraban alrededor del Sol, quien a su vez se mantenía estático en el centro del universo.

El mundo sideral ha sido objeto de estudio a lo largo de los siglos. En la Biblia se presenta a los sabios que fueron a adorar al recién nacido Jesús como estudiosos de las estrellas. Por supuesto, Dios sabía que lo eran, por eso les envió una estrella que los dejó perplejos. Esta señal los impulsó a buscar información sobre el Mesías y encontraron las respuestas en los rollos sagrados.

¡Qué hermosa secuencia! Dios también quiere mostrarse a ti, por lo que busca continuamente formas para que puedas verlo. Pero estoy segura de que además de los sabios hubo otras personas que divisaron la estrella, pues con toda seguridad había más gente que observaba el cielo. Sin embargo, solo ellos fueron en busca del nuevo Rey. ¿Qué pasó con los demás?

Se considera que el libro de Job es uno de los más antiguos de la Biblia. En dicho libro se menciona la redondez de la tierra (ver Job ]: 7), por lo que prácticamente desde los mismos comienzos de la historia de la humanidad se había proclamado la teoría heliocéntrica que tantos años tardó en descubrir Copérnico. Solo aquellos que estudiaron el registro bíblico pudieron darse cuenta de que la ciencia de su época estaba equivocada. Lo mismo sucedió en tiempos del nacimiento de Jesús. Únicamente los pastores que esperaban su venida recibieron la orden del ángel de ir al pesebre para contemplar a Dios hecho carne.

Actualmente Dios continúa enviando sus señales a los seres humanos de diversas maneras. Si deseas verlo en su segunda venida no te será nada difícil entenderlas, pues su mismo Espíritu te las rebelará. Los escribas y fariseos habían visto muchos milagros que atestiguaban la divinidad de Cristo, pero continuaban pidiendo señales, porque no eran capaces de ver las que tenían delante de sus propios ojos. ¿Puedes tú ver esas señales? Pide a Dios sabiduría para que disciernas aquellas que son imprescindibles para tu salvación.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor

Por Ruth Herrera

LA ORACIÓN Y LA FE

Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Marcos 11:24.

Vivimos en un tiempo de descreimiento total. No creemos en las personas ni en su palabra, no creemos en los gobiernos ni en las religiones. Y tristemente, tampoco creemos en Dios. La incredulidad y el escepticismo han impregnado todo el mundo civilizado; y vivimos presos de nuestra desconfianza. Jesús, refiriéndose a la condición del mundo antes de su regreso, preguntó: "Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" (Lúe. 18:8).
Y aunque vivimos en un mundo lleno de desconfianza, necesitamos la confianza y la fe para vivir. Piensa un momento. Cuando te subes a un taxi, ¿le pides el carné de conducir al taxista? Estoy seguro que no lo haces, porque confías plenamente que el conductor es un hombre capacitado para ese trabajo. Igualmente ocurre con la corriente eléctrica. Todos creemos que en un medio conductor, cada átomo está "entregando" un electrón al próximo átomo, y de este modo se produce una corriente de electrones. Pero, ¿crees que alguien vio salir alguna vez un electrón de un átomo para depositarse en el siguiente? Simplemente creemos en la corriente eléctrica, porque sus efectos son palpables: cuando no hay corriente de electrones, no funciona la computadora ni el refrigerador ni el equipo de música.
Desde la entrada del pecado, el hombre debió ejercer fe para creer en una existencia superior. Al mirar las estrellas y la vastedad celeste, al ver la hermosura de la naturaleza, al notar la precisión del ojo humano, surge en el espíritu la convicción de que un Arquitecto diseñó todo. Y esto es fe. Creemos en un Ser superior, no porque lo hayamos visto, sino porque hay evidencias que lo confirman.
La fe es esencial para agradar a Dios (Heb. 11:6), y un requisito importantísimo para que nuestras oraciones tengan poder. Jesús lo repitió en numerosas ocasiones a lo largo de su ministerio: "Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá". En otras palabras, no dejes lugar a la duda, no te permitas desconfiar de un Padre de amor que desea lo mejor para ti. Cree, confía, ten la convicción de que Dios obrará, y tus plegarias serán escuchadas.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

CUIDADO CON LA CODICIA

Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. 1 Timoteo 6:10.

Los sobres se amontonaban, sobre la mesa de la cocina, como un castillo de naipes que en cualquier momento se desmoronaría. Cada sobre gritaba: "¡Pague, pague, pague!" Cintia evitaba entrar en la cocina, por miedo de oír el coro imaginario de los sobres. Pero, por más que no quisiese aceptar la realidad, las cuentas continuaban llegando, con valores cada vez más altos.
"Yo solo quería ser feliz", murmuraba, hastiada de huir de sus fantasmas: ropas caras, fiestas, restaurantes finos, viajes y más viajes. Todos sus amigos la consideraban alguien especial; una persona generosa y de buen corazón... con mucho dinero. Si el dinero en la mano es un vendaval, gastar sin tener dinero puede ser un tsunami.
Ser feliz. Ese es el constante anhelo del ser humano: buscar incansablemente la felicidad. Y, para encontrarla, no mide esfuerzos: lucha, corre, llora, se sacrifica, no come, no duerme; casi deja de vivir.
No es malo desear la felicidad; lo errado no es el objetivo sino el medio que usamos para conseguirlo. La mayoría de las veces, ese medio es la posesión de bienes materiales.
Desde que nos despertamos hasta la hora de dormir, somos bombardeados con mensajes consumistas. Las personas basan su felicidad en su capacidad de consumir: cuanto más compras, más feliz te sientes. Y eso es una rueda viva, que gira en función de un único sentimiento oculto: la codicia.
La codicia no es solo querer lo que los demás poseen, sino desear lo que no puedo tener. Cintia compró, compró y compró, queriendo tener más, y terminó con menos.
Tu felicidad no es la sumatoria de lo que tienes, sino a quién perteneces; es bueno tener, pero es mejor pertenecer. Cuando escoges pertenecer a Dios, escoges la felicidad: él te ayuda a vivir con lo que tienes y con lo que eres, y te dará mucho más de lo que un día soñaste.
Hoy, sal a la lucha de la vida procurando primeramente pertenecer a Jesús y permaneciendo en él. Cuando sientas el deseo de tener lo que no está dentro de tus posibilidades, a pesar de que te parezca bueno y agradable a los ojos, recuerda: "Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón