La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden (S. Juan 14:27).
Vivimos en una época donde la ciencia juega un papel importante y aparentemente se vislumbra un gran futuro. Es una época de urgente búsqueda del sentido y significado de la existencia. Sin embargo, el temor, el miedo y hasta el pánico se han convertido en algo muy propio de nuestro tiempo. Millones de personas se sienten invadidas por la ansiedad, la curiosidad y el miedo. Solo en Estados Unidos existen más de quince mil adivinos y gente dedicada a la cartomancia. Lo que es una realidad es que el hombre no puede fabricar la paz. Detrás de estas conductas se oculta un profundo anhelo de paz y seguridad. Thomas Kempis (1379-1471), monje alemán, dijo que «la serenidad no es estar a salvo de la tormenta, sino encontrar la paz en medio de ella». Por su parte, Amado Nervo (1870-1919) consideró que «el signo más evidente de que se ha encontrado la verdad es la paz interior». Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) dijo que «si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor». Me parece que estos personajes no están tan fuera del contexto de lo que es la verdadera paz, sin embargo, tenemos el gran ejemplo de la paz verdadera en nuestro Señor Jesucristo. «El único poder que puede crear o perpetuar la paz verdadera es la gracia de Cristo. Cuando está implantada en el corazón, desalojará las malas pasiones que causan luchas y disensiones» (El Deseado de todas las gentes, p. 270). Cuando Jesús fue despertado para detener una tempestad, se hallaba en perfecta paz. No había en sus palabras ni en su mirada el menor vestigio de temor. ¿Por qué tanta paz en Jesús? Simplemente porque confiaba en el poder de Dios. El poder de aquellas palabras que calmó la tempestad era el poder de Dios. Queridas amigas, así como Jesús confiaba en su Padre, así también debemos de confiar nosotras en el cuidado de nuestro Salvador. La paz es uno de los grandes legados que Jesucristo nos ha dejado: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden» (Juan 14: 27). ¡Recibámosla!
Vivimos en una época donde la ciencia juega un papel importante y aparentemente se vislumbra un gran futuro. Es una época de urgente búsqueda del sentido y significado de la existencia. Sin embargo, el temor, el miedo y hasta el pánico se han convertido en algo muy propio de nuestro tiempo. Millones de personas se sienten invadidas por la ansiedad, la curiosidad y el miedo. Solo en Estados Unidos existen más de quince mil adivinos y gente dedicada a la cartomancia. Lo que es una realidad es que el hombre no puede fabricar la paz. Detrás de estas conductas se oculta un profundo anhelo de paz y seguridad. Thomas Kempis (1379-1471), monje alemán, dijo que «la serenidad no es estar a salvo de la tormenta, sino encontrar la paz en medio de ella». Por su parte, Amado Nervo (1870-1919) consideró que «el signo más evidente de que se ha encontrado la verdad es la paz interior». Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) dijo que «si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor». Me parece que estos personajes no están tan fuera del contexto de lo que es la verdadera paz, sin embargo, tenemos el gran ejemplo de la paz verdadera en nuestro Señor Jesucristo. «El único poder que puede crear o perpetuar la paz verdadera es la gracia de Cristo. Cuando está implantada en el corazón, desalojará las malas pasiones que causan luchas y disensiones» (El Deseado de todas las gentes, p. 270). Cuando Jesús fue despertado para detener una tempestad, se hallaba en perfecta paz. No había en sus palabras ni en su mirada el menor vestigio de temor. ¿Por qué tanta paz en Jesús? Simplemente porque confiaba en el poder de Dios. El poder de aquellas palabras que calmó la tempestad era el poder de Dios. Queridas amigas, así como Jesús confiaba en su Padre, así también debemos de confiar nosotras en el cuidado de nuestro Salvador. La paz es uno de los grandes legados que Jesucristo nos ha dejado: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden» (Juan 14: 27). ¡Recibámosla!
Martha de Alpírez
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.