EI Señor me escucha cuando lo llamo (Salmo 4: 3).
Esa mañana desperté más temprano de lo acostumbrado. Tenía muchas preguntas en mi mente y un dolor en mi corazón. ¿Qué había pasado, en realidad? Tenía siete meses de embarazo y había ido a consultar al obstetra. Después de examinarme me indicó seriamente que las cosas no estaban bien. Me explicó de complicaciones, de mi tipo de sangre de Rh negativo, que era incompatible con el tipo de sangre de mi bebé. Fue para mi un trance terrible. Tendría que ir al hospital pero regresaría con los brazos vacíos, pues no era posible que mi bebé naciera con vida.
Al hacer todos los arreglos necesarios, fui admitida y me indujeron el parto. La bebé era preciosa, perfecta en todos los detalles, pero los pulmones no funcionaban y el corazoncito no latía. Al estar de vuelta en casa, estaba sola. Mi esposo andaba de viaje por su trabajo, y no tenía con quién hablar ni con quién llorar. Me arrodillé ante el Señor con lágrimas amargas y con un corazón deshecho. «¿Señor, estás allí? ¿Qué puedo hacer con todo este dolor?» Mi corazón 'palpitaba rápidamente, mis lágrimas mojaban mi ropa. Y el silencio me estaba matando. Después de varias horas sentí paz en mi corazón y medité en las palabras de Apocalipsis 21:4: «Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir». Gracias, Señor, por tus promesas.
Abrí mi Biblia en Zacarías 8: 5 y leí: «Los niños y las niñas volverán a jugar en las calles de la ciudad». Me arrodillé de nuevo para pedirle al Señor que me diera fuerzas para seguir adelante. Puse todos mis deseos a sus pies y me entregué a él, porque es el único que sabe lo que es mejor para mi vida. Cuando Cristo venga los muertos en Cristo serán resucitados, y entonces «santos ángeles llevan niñitos a los brazos de sus madres [... ] se reúnen para no separarse más, y con cantos de alegría suben juntos a la ciudad de Dios» (El conflicto de los siglos, p. 703).
Hermana mía, si tú has sufrido un gran dolor en tu vida, ten fe, Dios te dará el consuelo que necesitas y si te mantienes fiel, pronto, cuando Cristo venga, todo se disipará en un gozo indescriptible. Que Dios te dé fuerzas y una vida nueva.
Esa mañana desperté más temprano de lo acostumbrado. Tenía muchas preguntas en mi mente y un dolor en mi corazón. ¿Qué había pasado, en realidad? Tenía siete meses de embarazo y había ido a consultar al obstetra. Después de examinarme me indicó seriamente que las cosas no estaban bien. Me explicó de complicaciones, de mi tipo de sangre de Rh negativo, que era incompatible con el tipo de sangre de mi bebé. Fue para mi un trance terrible. Tendría que ir al hospital pero regresaría con los brazos vacíos, pues no era posible que mi bebé naciera con vida.
Al hacer todos los arreglos necesarios, fui admitida y me indujeron el parto. La bebé era preciosa, perfecta en todos los detalles, pero los pulmones no funcionaban y el corazoncito no latía. Al estar de vuelta en casa, estaba sola. Mi esposo andaba de viaje por su trabajo, y no tenía con quién hablar ni con quién llorar. Me arrodillé ante el Señor con lágrimas amargas y con un corazón deshecho. «¿Señor, estás allí? ¿Qué puedo hacer con todo este dolor?» Mi corazón 'palpitaba rápidamente, mis lágrimas mojaban mi ropa. Y el silencio me estaba matando. Después de varias horas sentí paz en mi corazón y medité en las palabras de Apocalipsis 21:4: «Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir». Gracias, Señor, por tus promesas.
Abrí mi Biblia en Zacarías 8: 5 y leí: «Los niños y las niñas volverán a jugar en las calles de la ciudad». Me arrodillé de nuevo para pedirle al Señor que me diera fuerzas para seguir adelante. Puse todos mis deseos a sus pies y me entregué a él, porque es el único que sabe lo que es mejor para mi vida. Cuando Cristo venga los muertos en Cristo serán resucitados, y entonces «santos ángeles llevan niñitos a los brazos de sus madres [... ] se reúnen para no separarse más, y con cantos de alegría suben juntos a la ciudad de Dios» (El conflicto de los siglos, p. 703).
Hermana mía, si tú has sufrido un gran dolor en tu vida, ten fe, Dios te dará el consuelo que necesitas y si te mantienes fiel, pronto, cuando Cristo venga, todo se disipará en un gozo indescriptible. Que Dios te dé fuerzas y una vida nueva.
Martha Ayala de Castillo
Tomado de la Matutina de Manifestaciones de su amor