Amarás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón. (Deuteronomio 6:5).
Estas palabras que Moisés dirigió a Israel de parte de Dios fueron recordadas por su mismo autor siglos después, mientras mostraba el secreto del cristianismo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Mat. 22: 37). Amar al Señor va más allá de aparentar vivir una vida santa. Los escribas y fariseos eran especialistas en aparentar, pero en realidad eran sepulcros blanqueados. Así que Jesús, a esos que se consideraban privilegiados y perfectos, les repitió las palabras del gran libertador, pues necesitaban aprender a amar.
Si Jesús hablara contigo hoy, ¿te diría que debes aprender a amar? Cuántas veces pretendemos ser cristianas cuando ni siquiera sabemos amar a Dios. Vamos a la iglesia, participamos activamente en las reuniones, diezmamos y ofrendamos, oramos e incluso ayunamos, pero en nuestro interior no hay amor genuino.
La Biblia dice que podemos amar a Dios porque él nos amó primero (ver 1 Juan 4: 19). Cada vez que el ser humano medita en esta realidad se da cuenta de que solo tiene una cosa que dar a Jesús: su vida. Esta fue la conclusión a la que llegó un jefe indio de los pieles rojas. Mientras oía hablar a un misionero, aquel jefe indio se puso en pie, e interrumpiendo, dijo en voz alta: «jefe indio entrega su hacha a Cristo». Volvió a sentarse, pero unos minutos después se levantó de nuevo para decir: «jefe indio entrega su cobija a Cristo». Por último pasó al frente y dijo: «Jefe indio entrega su caballo a Cristo». Estos eran los únicos objetos de valor que poseía aquel hombre «salvaje», así que, a juzgar por las obras que estaba produciendo el Espíritu Santo en él, se podía afirmar sin temor a equivocarse que aquel jefe indio estaba convirtiéndose al cristianismo.
El misionero continuó apelando al corazón de aquel indio, quien, después de un rato, se levantó, y con voz firme, exclamó: «jefe indio se entrega a sí mismo a Jesús». Ahora sí había entendido lo que Dios había hecho por él.
Cuando entiendes lo que Cristo hizo por ti, no te limitas a entregarle tus bienes materiales, sino que le ofreces tu único tesoro: tú mismo.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Estas palabras que Moisés dirigió a Israel de parte de Dios fueron recordadas por su mismo autor siglos después, mientras mostraba el secreto del cristianismo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón» (Mat. 22: 37). Amar al Señor va más allá de aparentar vivir una vida santa. Los escribas y fariseos eran especialistas en aparentar, pero en realidad eran sepulcros blanqueados. Así que Jesús, a esos que se consideraban privilegiados y perfectos, les repitió las palabras del gran libertador, pues necesitaban aprender a amar.
Si Jesús hablara contigo hoy, ¿te diría que debes aprender a amar? Cuántas veces pretendemos ser cristianas cuando ni siquiera sabemos amar a Dios. Vamos a la iglesia, participamos activamente en las reuniones, diezmamos y ofrendamos, oramos e incluso ayunamos, pero en nuestro interior no hay amor genuino.
La Biblia dice que podemos amar a Dios porque él nos amó primero (ver 1 Juan 4: 19). Cada vez que el ser humano medita en esta realidad se da cuenta de que solo tiene una cosa que dar a Jesús: su vida. Esta fue la conclusión a la que llegó un jefe indio de los pieles rojas. Mientras oía hablar a un misionero, aquel jefe indio se puso en pie, e interrumpiendo, dijo en voz alta: «jefe indio entrega su hacha a Cristo». Volvió a sentarse, pero unos minutos después se levantó de nuevo para decir: «jefe indio entrega su cobija a Cristo». Por último pasó al frente y dijo: «Jefe indio entrega su caballo a Cristo». Estos eran los únicos objetos de valor que poseía aquel hombre «salvaje», así que, a juzgar por las obras que estaba produciendo el Espíritu Santo en él, se podía afirmar sin temor a equivocarse que aquel jefe indio estaba convirtiéndose al cristianismo.
El misionero continuó apelando al corazón de aquel indio, quien, después de un rato, se levantó, y con voz firme, exclamó: «jefe indio se entrega a sí mismo a Jesús». Ahora sí había entendido lo que Dios había hecho por él.
Cuando entiendes lo que Cristo hizo por ti, no te limitas a entregarle tus bienes materiales, sino que le ofreces tu único tesoro: tú mismo.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera