«De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan» Salmo 24:1EI muro de Adriano, en el norte de Inglaterra, cubre de costa a costa una distancia de 117,5 km. Lo construyó el emperador romano Publio Elio Adriano (76-138 d. C.) para separar a los bárbaros de los romanos. Es la primera frontera física de Europa. Siglos después, se construiría la gran muralla china, de mucha mayor magnitud, para proteger el norte del país de los ataques nómadas de Mongolia y Manchuria. Ambos proyectos dan testimonio de un aspecto prevalente en la naturaleza humana: la preservación de lo nuestro para evitar que otros nos lo arrebaten. En la actualidad también hay países que erigen vallas y muros para proteger sus fronteras. Y, por supuesto, las personas llevan este principio al máximo extremo levantando paredes, barreras, alambradas, verjas, setos, lindes, entre otros, alrededor de sus propiedades.
Se ha dicho que no había problemas entre vecinos hasta el momento en que alguien decidió poner límites a su propiedad y dijo: «¡Esto es mío!». Y es que muchos de los problemas interpersonales, entre amigos, compañeros, socios e incluso familia vienen motivados por desacuerdos en las pertenencias.
La Biblia relata casos en que el materialismo y el deseo por poseer tuvieron consecuencias muy serias. Ananías y Safira, por ejemplo, eran un matrimonio de fieles entre los primeros cristianos. Ofrecieron donar a la comunidad el producto de la venta de una finca. Secretamente decidieron sustraer una parte y llevaron el resto a los discípulos. Por revelación divina, Pedro supo de tal engaño y la muerte sorprendió fulminantemente a esta pareja (véase Hechos 5).
En otra ocasión, el profeta Eliseo, por medio del poder divino, sanó de la lepra a Naamán, un militar sirio. En señal de agradecimiento, Naamán ofreció regalos, pero Eliseo no los aceptó. Sin embargo, Giezi, su asistente, codició tales regalos y salió al encuentro de Naamán para explicarle que su amo había cambiado de parecer y que estaba dispuesto a recibir 34 kg de plata y dos conjuntos de ropa nueva. El militar enseguida le regaló 68 kg de plata y la ropa que pedía. Pero el profeta Eliseo supo, de forma sobrenatural, de la estratagema de Giezi, quien quedó leproso de por vida por su avaricia (véase 2 Reyes 5).
El versículo de hoy pone las posesiones en una perspectiva totalmente diferente: «De Jehová es la tierra y su plenitud». ¿Tienes hijos, casa, tierra, animales, automóvil, ropa, muebles, aparatos electrónicos…? Recuerda que, según la Escritura, no son tuyos. Son de Dios. Entendiendo esto cabalmente ganarás la batalla al egoísmo y la avaricia.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020.
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020.