martes, 4 de septiembre de 2012

MULTIPLICA TU FELICIDAD


«¡Multiplícate como las langostas! ¡Multiplícate como los saltamontes!» (Nahúm 3:15).

Multiplícate, multiplícate, multiplícate. ¿Estamos hoy estudiando matemáticas? No. Estamos hablando de langostas y saltamontes. Hoy vamos a caminar a través de un sembradío lleno de estos insectos. Dentro de poco este sembradío ya no estará aquí, pues estas criaturas pueden acabar con un campo completo rápidamente.
Los saltamontes se pueden multiplicar a una velocidad increíble. La mamá saltamontes puede poner más de dos mil huevos en la misma temporada. Si cada mamá saltamontes pone dos mil huevos y todos nacen, tendremos entonces millones y millones de saltamontes. Estamos hablando de muchísimos saltamontes. No es de extrañar que haya tantos saltamontes en el mundo.
Las mentiras pueden ser como los saltamontes. Una vez que alguien comienza a mentir, sus mentiras se multiplican. Y llega un momento en que los demás no saben si está diciendo la verdad o está mintiendo.  Y así como los saltamontes pueden acabar con un sembradío rápidamente, las mentiras pueden también acabar con nuestra felicidad. Los mentirosos quizá piensan que se están saliendo con la suya, pero la verdad es que se hacen daño ellos mismos. Tú mismo hazte un favor. Di siempre la verdad y multiplica tu felicidad.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

DE REGRESO AL HOGAR


Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa. (Hechos 16:31)

Decidí tomar aquel camino que me alejaría de mi familia para siempre. Mis ojos humedecidos por las lágrimas apenas me permitían divisar con claridad el sendero por el que me alejaba de mi hogar. Torpemente mis pies me conducían hacia lo que sería una nueva vida, alejada de mis hijos y de mi esposo, quien no había querido aceptar el evangelio y a la vez me impedía vivirlo y enseñarlo a nuestros tres pequeños.
¡Estaba decidida a dejarlo todo por seguir a Jesús! Pero una voz, no audible y sin embargo clara, me detuvo: «Debes regresar a tu hogar y hacer allí la obra para la cual el Señor te ha elegido». Aquella voz callada y firme resonaba en mi mente, y me hacía temblar. No pude resistirme a aquel mandato y regresé a casa desconcertada.
Cada noche le preguntaba al Señor cuál era su propósito para mi vida. Mediante su ayuda me revestí de valor y de la abnegación necesaria para soportar la persecución en el seno de mi propia familia. Pude reafirmar mi convicción de servir al Maestro con amor y de testificar con mi vida; pero ante todo, recibí fuerzas para que no se enfriara mi experiencia con Jesús a causa de la tribulación y la soledad. Oraba a diario a Dios para que mi esposo y mis hijos aceptaran el evangelio.
Tal vez creas que Dios está demasiado ocupado para escucharte, créeme que así me sentí en más de una ocasión, pero en medio de mis luchas aquella voz continuaba habiéndome: «No desfallezcas, Jesús está a tu lado. Él está contigo y todo el que persevere hasta el fin será salvo». Han transcurrido ya veintiún años, y me encuentro en mi hogar orando. Estoy tomada de la mano de mi esposo; además, dos de mis hijos y dos de mis nietos estamos guardando el sábado. Ahora esa voz ya no me habla únicamente a mí, sino a los seis miembros de mi familia que han aceptado a Jesús. Tenemos la esperanza de que mi hija también vendrá a los pies de Jesús y me parece oír aquella voz que dice: «Esperen un poco más, no desfallezcan, un día estarán unidos los siete en una oración de fe».

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa

LA LECCIÓN DE LAS JIRAFAS


Hijos, obedezcan en todo a sus padres, porque esto agrada al Señor. Colosenses 3:20.

Cualquiera que vea por primera vez el nacimiento de una jirafa, muy probablemente pensará que la madre es la más cruel del mundo animal. Apenas la jirafa bebé sale del vientre materno, lo primero que trata de hacer es pararse sobre sus débiles patitas. Cuando lo logra, entonces ocurre lo que uno menos espera. La madre la patea hasta enviarla al suelo, para que se levante de nuevo. Si no lo hace, la madre insistirá hasta que lo logre.
Cuando la jirafa bebé finalmente logra levantarse, la madre la envía otra vez al suelo. Pero no se trata de «abuso infantil», en absoluto. La madre sabe que la jirafa recién nacida necesita fortalecer sus piernas lo antes posible para que pueda avanzar con el resto del rebaño. No hacerlo equivale a convertirse en un suculento desayuno para los hambrientos depredadores que abundan por los alrededores.
La conducta de la madre jirafa no es muy diferente de la de nuestros padres cuando intentan prepararnos para la vida. Lo que ellos quieren es equiparnos con principios y valores que nos permitirán no solo sobrevivir, sino también triunfar en una sociedad que se muestra cada vez más complaciente con el mal.
En el momento nos resulta fastidioso que nos impongan límites, pero la verdad es que, sin esos reglamentos, nuestro desarrollo integral jamás se haría realidad. Ya sabes a qué me refiero. A nadie le gusta que se le diga lo que tiene que hacer. Creemos que «nos las sabemos todas». Pero la realidad es que los adultos han vivido durante más tiempo. Ya saben por experiencia que sin límites no hay desarrollo. Durante años, cuando tuve tu edad, me costó entender por qué mis padres exigían el cumplimiento de reglas en nuestro hogar. Ahora que yo mismo soy padre, lo entiendo perfectamente. Y doy gracias a Dios porque mis padres fueron constantes en la aplicación de esas reglas. Cuando tus padres te exijan obediencia, o cuando te «empujen» para que salgas adelante, recuerda que la jirafa madre patea a su bebé porque sabe que solo así podrá sobrevivir en un mundo hostil. Y recuerda, una vez más:
SIN LÍMITES NO HAY DESARROLLO.
«Ayúdame Señor, a escuchar al sabio consejo de los adultos que desean sinceramente mi bienestar».

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

RESTAURA MI ALMA



«Devuélveme el gozo de tu salvación y espíritu noble me sustente» (Salmo 51:12).

Cuando todavía estaba en el país lejano, el hijo pródigo tomó la decisión de decirle a su padre: «Hazme como a uno de tus jornaleros» (Luc. 15:19). Me imagino que, mientras andaba el largo camino de regreso a casa, mentalmente, una y otra vez, ensayó el discursito. Pero su padre lo detuvo antes de que pudiera terminar.
¿Cómo un jornalero? ¡No, jamás! En ese momento el feliz padre empezó a restaurar a su hijo al estado de miembro de la familia. Ordenó que le dieran vestidos nuevos y que se celebrara un banquete en su honor.
Si alguna vez su hijo o su hija se han escapado de casa estará en condiciones de entender cómo se sentía aquel padre. Su hijo se marchó de casa y usted no supo nada de él durante años. Para remachar el clavo, llevó una vida llena de pecado. Cuando tuvo noticias de él, el corazón casi se le rompió. ¿Recuerda cómo lo acogió? Usted habría deseado que fuera aquel jovencito o jovencita que solía sentarse en su había creído hasta convertirse en un pecador y un adulto hecho y derecho. No obstante, le dio un abrazo y le repitió tantas veces.  Las palabras de bienvenida que quedaron grabadas para siempre en su memoria. Entenderá, pues, que ese arrollador saludo se pareciera al del padre: «Muchacho, tú eres mi hijo. A pesar de todo lo que hayas hecho, eres mío. Por lejos que te hayan llevado el pecado y la locura, no dudo en reclamarte para mí. Eres hueso de mis huesos y carne de mi carne». En esta parábola, Cristo quiere que usted sepa que Dios lo reclamará si acude a él confesando sus pecados por medio de Jesucristo. Estará encantado de recibirlo. Ha ordenado que lo aseen, que le den ropas limpias y que se celebre un banquete en su honor.
El padre recibió a su hijo con tanto amor porque sabía que sus oraciones habían sido respondidas. De hecho, el padre escuchó la oración de su hijo antes incluso de que él la llegara a pronunciar. El joven recibió la misericordia antes de que la oración hubiera terminado. Dios, nuestro Padre, escucha el clamor de nuestro corazón antes de que lleguemos a terminar nuestra oración. Basado en Lucas 15:11-32

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

LA AMABILIDAD CON LOS CONOCIDOS Y DESCONOCIDOS


¡Cuán amable es tu morada, Señor Todopoderoso! (Sal. 84:1).

Iniciativa. La amabilidad piensa de antemano y luego da el primer paso. No se sienta a esperar que la impulsen u obliguen a salir del sofá. El esposo o la esposa amable será el (la) que salude primero, el (la) que sonría primero, el (la) que sirva primero y perdone primero. No necesita que el (la) otro (a) haga las cosas bien para demostrar amor. Cuando obras desde la amabilidad, ves la necesidad y das el primer paso.
Jesús describió de manera creativa la amabilidad del amor en la parábola del buen samaritano, que se encuentra en la Biblia, en el capítulo 10 de Lucas. A un hombre judío lo atacan unos ladrones y lo dejan moribundo en un camino apartado. Dos líderes religiosos, respetados entre su gente, pasan y deciden no detenerse. Estaban demasiado ocupados. Eran demasiado importantes. Les gustaba demasiado tener las manos limpias.
Sin embargo, un hombre común de otra raza (de los odiados samaritanos, cuyo desprecio por los judíos era tanto amargo como mutuo) vio a este extraño necesitado y se conmovió con compasión. Cruzó todas las barreras culturales y se arriesgó a hacer el ridículo, pero se detuvo a ayudar al hombre. Vendó sus heridas, lo colocó sobre su propio burro, lo llevó a un lugar seguro y pagó todos los gastos médicos de su propio bolsillo.

Reflexión: ¿Hasta qué punto eres capaz de dar a tu cónyuge y a un extraño? ¿Qué le pedirías a Dios que te diera hoy?

Pedido: Enumera las tres más importantes peticiones y ora a Dios por esto. Desafío: Proponte realizar hoy por lo menos un gesto de amabilidad.


Tomado de 50 días de Oración
Por Pr. Juan Caicedo Solís
Secretario Ministerial, Dir. Hogar y Familia
Unión Colombiana del Sur.