Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado. (Salmo 1:11).
En una ocasión escuche por la radio la interesante experiencia de un profesor que, con el consentimiento de sus alumnos, realizo un experimento en el aula. Prepare una réplica de una silla eléctrica que hizo reflexionar a los que se sentaron en ella.
Pensé entonces en cuantas personas viven sin darse cuenta de que tendrán que elegir la silla en la que querrán sentarse al final de sus días. Por una parte tienen la silla del placer, cómoda, atractiva, fácil, repleta de deseos satisfechos y vicios acariciados, pero que al final se convierte en un arma de muerte. Por otra parte pueden elegir la silla del servicio, la abnegación y el dominio propio. El fin de esta silla aparentemente tan incómoda es muy distinto al de la anterior. Esta silla será colocada al lado del trono más majestuoso que pueda existir, el trono de Dios en el cielo.
Esta experiencia tuvo tal impacto sobre mi mente, que noches después tuve una pesadilla en la que veía como ejecutaban a mi hijo mayor en una silla eléctrica. Me desperté aterrorizada y me costó mucho trabajo volver a la realidad. Antes tuve que ir a abrazar a mi hijo para confirmar que estaba vivo. Entonces le conté lo ocurrido y le mostré la importancia que tiene el hecho de sentarnos en la silla correcta.
Es cierto que cada persona tiene derecho a elegir su final. Este es un hecho que Dios mismo ha permitido al colocar en cada ser humano el libre albedrio. Pero no debemos dejar pasar la oportunidad que nos da la experiencia para transmitir de generación en generación el deseo que tiene nuestro Padre Celestial de vernos sentados en la silla que el mismo ha preparado con tanto amor, y que estará vacía hasta el día en que los redimidos ocupen su lugar. No dejes de orar y velar porque tu vida pueda terminar en esa silla y, como madre, muéstrasela a tus hijos.
¡Oh, Señor, que mis hijos puedan sentarse muy pronto junto a ti!
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
En una ocasión escuche por la radio la interesante experiencia de un profesor que, con el consentimiento de sus alumnos, realizo un experimento en el aula. Prepare una réplica de una silla eléctrica que hizo reflexionar a los que se sentaron en ella.
Pensé entonces en cuantas personas viven sin darse cuenta de que tendrán que elegir la silla en la que querrán sentarse al final de sus días. Por una parte tienen la silla del placer, cómoda, atractiva, fácil, repleta de deseos satisfechos y vicios acariciados, pero que al final se convierte en un arma de muerte. Por otra parte pueden elegir la silla del servicio, la abnegación y el dominio propio. El fin de esta silla aparentemente tan incómoda es muy distinto al de la anterior. Esta silla será colocada al lado del trono más majestuoso que pueda existir, el trono de Dios en el cielo.
Esta experiencia tuvo tal impacto sobre mi mente, que noches después tuve una pesadilla en la que veía como ejecutaban a mi hijo mayor en una silla eléctrica. Me desperté aterrorizada y me costó mucho trabajo volver a la realidad. Antes tuve que ir a abrazar a mi hijo para confirmar que estaba vivo. Entonces le conté lo ocurrido y le mostré la importancia que tiene el hecho de sentarnos en la silla correcta.
Es cierto que cada persona tiene derecho a elegir su final. Este es un hecho que Dios mismo ha permitido al colocar en cada ser humano el libre albedrio. Pero no debemos dejar pasar la oportunidad que nos da la experiencia para transmitir de generación en generación el deseo que tiene nuestro Padre Celestial de vernos sentados en la silla que el mismo ha preparado con tanto amor, y que estará vacía hasta el día en que los redimidos ocupen su lugar. No dejes de orar y velar porque tu vida pueda terminar en esa silla y, como madre, muéstrasela a tus hijos.
¡Oh, Señor, que mis hijos puedan sentarse muy pronto junto a ti!
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera