Presentad vuestros miembros para servir a la justicia. (Romanos 6:19).
Cuando contaba solo 4 años de edad, Isabel de Hungría fue prometida en matrimonio por sus padres a Luis de Turingia. Cuando la feliz pareja se casó, ambos decidieron comenzar una vida basada en la benevolencia y la compasión hacia los más necesitados. Tuvieron no pocos opositores, empezando por la reina, sin embargo, aquella mujer, inspirada por Francisco de Asís y Clara de Asís, dedicó su vida a cuidar enfermos y a ayudar a los que vivían en la más absoluta pobreza. Debajo del castillo de Wartburgo hizo construir un hospicio con 28 camas, y visitaba todos los días a los más menesterosos.
Debido a las cruzadas, Luis tuvo que marcharse a Italia, donde murió tan solo seis años después de haber contraído matrimonio con Isabel. Isabel, que estaba embarazada, vendió todo lo que tenía e hilaba lana para obtener el sustento de su familia y para ayudar a los pobres. Se dice que murió de agotamiento a la prematura edad de 24 años.
Esta valerosa mujer, acostumbrada al lujo y a la pompa de palacio, no olvidó que el servicio es la mayor nobleza que el ser humano puede poseer. Aunque aparentemente no recibió beneficios personales, estoy segura de, que esta reina, convertida en sierva, volverá a poseer una corona, pero esta vez una incorruptible en la Nueva Jerusalén.
Tú también posees sangre real, porque eres hija del Rey de reyes, que te ha rodeado de sus súbditos para que te ayuden en tu caminar por este mundo. ¿Te faltan recursos? Dirígete a tu Padre. ¿Te falta valor? Mira hacía la cruz. Entrégale hoy tu vida a Jesús. Preséntale tu cuerpo débil, cansado, agitado, fatigado, pero con la disposición absoluta de convertirte en un canal de servicio para los que perecen sin esperanza y sin Dios.
Quizá tu servicio no reciba ni siquiera el agradecimiento de los que son beneficiados por tu obra, pero si, siendo reina, te conviertes en sierva, seguro que recibirás la corona de la eternidad.
En el cielo hay una corona esperando por ti.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Cuando contaba solo 4 años de edad, Isabel de Hungría fue prometida en matrimonio por sus padres a Luis de Turingia. Cuando la feliz pareja se casó, ambos decidieron comenzar una vida basada en la benevolencia y la compasión hacia los más necesitados. Tuvieron no pocos opositores, empezando por la reina, sin embargo, aquella mujer, inspirada por Francisco de Asís y Clara de Asís, dedicó su vida a cuidar enfermos y a ayudar a los que vivían en la más absoluta pobreza. Debajo del castillo de Wartburgo hizo construir un hospicio con 28 camas, y visitaba todos los días a los más menesterosos.
Debido a las cruzadas, Luis tuvo que marcharse a Italia, donde murió tan solo seis años después de haber contraído matrimonio con Isabel. Isabel, que estaba embarazada, vendió todo lo que tenía e hilaba lana para obtener el sustento de su familia y para ayudar a los pobres. Se dice que murió de agotamiento a la prematura edad de 24 años.
Esta valerosa mujer, acostumbrada al lujo y a la pompa de palacio, no olvidó que el servicio es la mayor nobleza que el ser humano puede poseer. Aunque aparentemente no recibió beneficios personales, estoy segura de, que esta reina, convertida en sierva, volverá a poseer una corona, pero esta vez una incorruptible en la Nueva Jerusalén.
Tú también posees sangre real, porque eres hija del Rey de reyes, que te ha rodeado de sus súbditos para que te ayuden en tu caminar por este mundo. ¿Te faltan recursos? Dirígete a tu Padre. ¿Te falta valor? Mira hacía la cruz. Entrégale hoy tu vida a Jesús. Preséntale tu cuerpo débil, cansado, agitado, fatigado, pero con la disposición absoluta de convertirte en un canal de servicio para los que perecen sin esperanza y sin Dios.
Quizá tu servicio no reciba ni siquiera el agradecimiento de los que son beneficiados por tu obra, pero si, siendo reina, te conviertes en sierva, seguro que recibirás la corona de la eternidad.
En el cielo hay una corona esperando por ti.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera