Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios en él (1 Juan 4:16).
Cuenta una fábula que un día el viento y el Sol se encontraron y rivalizaron por demostrar cuál era más poderoso. Vieron a un anciano que caminaba envuelto en su capa y pensaron que aquella era una buena oportunidad para actuar. El primero que lograra que el anciano se quitara la capa sería el vencedor.
El Sol se ocultó, dejando actuar al viento, quien comenzó a soplar cada vez más fuerte. Pero cuanto más era azotado por el vendaval el anciano, más se aferraba a su capa. Como no pudo lograr su objetivo, ya agotado de soplar, el viento se dio por vencido y le cedió el turno al Sol. Este, saliendo de su escondite, con sus tibios rayos comenzó a calentar la tierra azotada por el viento. El anciano sonrió y se sintió mejor. A medida que el sol daba su calor, el hombre aflojaba su capa. Tal fue la fuerza del Sol, que la capa pronto quedó en el brazo del anciano.
Hay mujeres que tienen la teoría de que pueden cambiar a los hombres y moldearlos a sus ideas, costumbres y culturas. Actúan como el viento. Pretenden quitar la capa (los defectos de su pareja) como un domador trata a un animal salvaje. Aunque es cierto que hay defectos que atentan contra la felicidad, no debemos olvidar que Dios no moldea a las personas como quiso hacer el viento con aquel anciano. Una persona que ha sido educada de una manera determinada no puede cambiar instantáneamente, solo porque se ha encontrado con alguien distinto.
¿Cómo logró el Sol lo que el viento no pudo lograr? No es con quejas, criticas, regaños o burlas como podemos hacer que otro abandone sus hábitos. Solo el amor puede lograr esos cambios. Si Dios permanece en ti, su amor será el espejo en el que tu pareja verá sus propios defectos y así, bajo este amor, los tibios rayos del Sol de justicia harán que el mismo lleve la capa en la mano.
No intentes cambiar a las personas que te rodean. Permite que el amor de Dios cambie tu vida y después trasmite ese amor.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Cuenta una fábula que un día el viento y el Sol se encontraron y rivalizaron por demostrar cuál era más poderoso. Vieron a un anciano que caminaba envuelto en su capa y pensaron que aquella era una buena oportunidad para actuar. El primero que lograra que el anciano se quitara la capa sería el vencedor.
El Sol se ocultó, dejando actuar al viento, quien comenzó a soplar cada vez más fuerte. Pero cuanto más era azotado por el vendaval el anciano, más se aferraba a su capa. Como no pudo lograr su objetivo, ya agotado de soplar, el viento se dio por vencido y le cedió el turno al Sol. Este, saliendo de su escondite, con sus tibios rayos comenzó a calentar la tierra azotada por el viento. El anciano sonrió y se sintió mejor. A medida que el sol daba su calor, el hombre aflojaba su capa. Tal fue la fuerza del Sol, que la capa pronto quedó en el brazo del anciano.
Hay mujeres que tienen la teoría de que pueden cambiar a los hombres y moldearlos a sus ideas, costumbres y culturas. Actúan como el viento. Pretenden quitar la capa (los defectos de su pareja) como un domador trata a un animal salvaje. Aunque es cierto que hay defectos que atentan contra la felicidad, no debemos olvidar que Dios no moldea a las personas como quiso hacer el viento con aquel anciano. Una persona que ha sido educada de una manera determinada no puede cambiar instantáneamente, solo porque se ha encontrado con alguien distinto.
¿Cómo logró el Sol lo que el viento no pudo lograr? No es con quejas, criticas, regaños o burlas como podemos hacer que otro abandone sus hábitos. Solo el amor puede lograr esos cambios. Si Dios permanece en ti, su amor será el espejo en el que tu pareja verá sus propios defectos y así, bajo este amor, los tibios rayos del Sol de justicia harán que el mismo lleve la capa en la mano.
No intentes cambiar a las personas que te rodean. Permite que el amor de Dios cambie tu vida y después trasmite ese amor.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera