Arraigados y edificados en él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud (Colosenses 2: 7).
Hace algunos años, cuando una de mis hermanas y yo todavía estábamos solteras, acompañamos a mi mamá a visitar a una amiga de su juventud. Además, preparamos una cesta con comida para llevársela, ya que sabíamos que pasaba por momentos muy difíciles.
Cuando esta mujer era joven se casó con un hombre que la golpeaba. Tuvo hijos, pero él la dejó por otra mujer y, por si fuera poco, la echó de su casa. Unas personas caritativas que tenían una casa de una sola pieza se compadecieron de ella y de un hijo adolescente que vivía con ella y se la prestaron.
La vivienda estaba completamente vacía, de modo que empezaron a ver cómo conseguían algunos muebles. Para cuando nosotras fuimos a visitarla, tenían ladrillos en lugar de sillas, cajas de madera en lugar de mesa, cartones en el piso en lugar de cama y una hornilla para cocinar. Por supuesto, la casa estaba muy limpia, barrida y ordenada. A Licha le dio mucho gusto vernos y a la vez un poco de vergüenza por las circunstancias. Claro que a nosotras nos dio mucha tristeza verlos en esa situación. Se acercó a una venta¬na muy pequeña que tenía la casita y nos dijo: «Estoy tan agradecida con mi Dios por esta ventanita, porque entra una brisa tan agradable que no me canso de agradecerle».
En medio de tantas privaciones, aquella mujer agradecía a Dios por algo que muchas de nosotras no apreciamos. En aquel tiempo nosotras no pertenecíamos a ninguna iglesia y ella tampoco. Pero después pensamos que a veces nos quejábamos por cosas que realmente no valen la pena. La gratitud de aquella dama fue una gran lección para nosotras.
¿No crees que Jesús merece toda nuestra gratitud? ¿De qué forma puedes agradecerle hoy a Dios por lo que te ha dado? Puedes corresponder al amor del cielo en tu familia, casa, trabajo, amigos, alegrías y tristezas. Oremos a Dios en este momento y pidámosle que nos dé un corazón agradecido.
Hace algunos años, cuando una de mis hermanas y yo todavía estábamos solteras, acompañamos a mi mamá a visitar a una amiga de su juventud. Además, preparamos una cesta con comida para llevársela, ya que sabíamos que pasaba por momentos muy difíciles.
Cuando esta mujer era joven se casó con un hombre que la golpeaba. Tuvo hijos, pero él la dejó por otra mujer y, por si fuera poco, la echó de su casa. Unas personas caritativas que tenían una casa de una sola pieza se compadecieron de ella y de un hijo adolescente que vivía con ella y se la prestaron.
La vivienda estaba completamente vacía, de modo que empezaron a ver cómo conseguían algunos muebles. Para cuando nosotras fuimos a visitarla, tenían ladrillos en lugar de sillas, cajas de madera en lugar de mesa, cartones en el piso en lugar de cama y una hornilla para cocinar. Por supuesto, la casa estaba muy limpia, barrida y ordenada. A Licha le dio mucho gusto vernos y a la vez un poco de vergüenza por las circunstancias. Claro que a nosotras nos dio mucha tristeza verlos en esa situación. Se acercó a una venta¬na muy pequeña que tenía la casita y nos dijo: «Estoy tan agradecida con mi Dios por esta ventanita, porque entra una brisa tan agradable que no me canso de agradecerle».
En medio de tantas privaciones, aquella mujer agradecía a Dios por algo que muchas de nosotras no apreciamos. En aquel tiempo nosotras no pertenecíamos a ninguna iglesia y ella tampoco. Pero después pensamos que a veces nos quejábamos por cosas que realmente no valen la pena. La gratitud de aquella dama fue una gran lección para nosotras.
¿No crees que Jesús merece toda nuestra gratitud? ¿De qué forma puedes agradecerle hoy a Dios por lo que te ha dado? Puedes corresponder al amor del cielo en tu familia, casa, trabajo, amigos, alegrías y tristezas. Oremos a Dios en este momento y pidámosle que nos dé un corazón agradecido.
Gloría de Turres
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.