«Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame"» (Mateo 16:24).
La abnegación no es dolorosa. Nuestra reticencia a practicarla sí es dolorosa. La abnegación trae gozo a la vida y nada es un sacrificio si se hace por amor de Jesús.
Hubo tiempos en los que los hombres pensaron que para negarse a sí mismos tenían que ir al desierto o recluirse en un monasterio. Sin embargo, la vida de Jesús nos muestra que el mejor lugar y momento para practicar la abnegación es cotidianidad de cada uno. El apóstol Pablo lo dijo de este modo: «Los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación, porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo [...]. Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios» (Rom. 15:1-7).
Como seguidores de Cristo tendríamos que marcarnos el objetivo de complacer a los demás y ayudar a los débiles. La abnegación genuina se produce cuando, en la vida cotidiana, ponemos a los demás en el primer lugar y no a nosotros mismos.
«Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme» (Luc.9:23, NVI). En estas palabras de Jesús, además de la voluntad de negarnos a nosotros mismos, encontramos la fuerza para hacerlo. La persona abnegada no es así porque, sencillamente, quiere ir al cielo; vive una vida de abnegación por amor a Jesús. En su corazón él ocupa el lugar que antaño ocupó el yo. Cuando se vive una vida de abnegación, Jesús se convierte en el único centro y objetivo de la vida cotidiana.
La entrega absoluta a seguirlo va acompañada de extraordinarias bendiciones. Sobre nosotros se vierte el espíritu de amor abnegado de Cristo, por lo que la negación del yo es el mayor gozo del corazón y el medio por el que llegamos a una comunión más profunda con Dios. La abnegación deja de ser algo que queramos practicar en beneficio propio. No es algo que hagamos para mantener el control sobre nosotros mismos.
Cuando el yo sea crucificado, Cristo ocupará su lugar y de nosotros fluirán su amor, su ternura y su amabilidad. Cuando entendamos qué es negarnos a nosotros mismos, comprenderemos mejor qué hizo Jesús por nosotros. Oremos para que hoy Jesús nos utilice para mostrar su amor a los demás. Basado en Mateo 16:24.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill