«Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día» (2 Corintios 4:16).
¿Se ha preguntado alguna vez de dónde procede la palabra «hipócrita»? Viene de una palabra griega que significa «actor». Un actor es una persona que se hace pasar por alguien que no es. Ahora usamos la palabra para referirnos a una persona que dice creer o vivir de una manera, pero que esconde lo que realmente es.
Por desgracia, a veces esta palabra se pronuncia en relación con miembros de iglesia. Hay quienes acusan a otros de ser hipócritas. ¿Quiere decir que hay hipócritas en la iglesia? Sin duda alguna. Hay hipócritas en todas partes.
La primera persona a la que engaña un hipócrita es él mismo. Aunque piense que está engañando a los demás, con toda seguridad, se engaña a sí mismo. Adopta una doble personalidad y acaba creyéndosela. Un hipócrita pertinaz no se puede salvar por la sencilla razón de que jamás admitirá que es hipócrita. Los fariseos que vivían en tiempo de Jesús son un ejemplo perfecto de qué es ser hipócrita. Cuando la gente los veía pensaba que eran santos; pero Jesús conocía sus corazones.
Los fariseos tenían un corazón tan corrompido que Jesús los comparó con sepulcros. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia» (Mat. 23:27). Una de las razones por las que odiaban tanto a Jesús era que solo se preocupaban por la apariencia externa de las personas, mientras que Jesús quería que vieran realmente cómo estaba su corazón.
Cuando trabajo en el huerto me ensucio las manos. Al entrar en casa, me las lavo con agua y jabón. Aunque cada día tomo una ducha para mantener limpio el cuerpo, el jabón no elimina el orgullo, el egoísmo, la amargura y el resentimiento del corazón. Ocultar la suciedad de las manos es difícil; en cambio, ser hipócrita e impedir que los demás sepan cómo está el corazón es demasiado fácil. Por eso cada día tengo que orar: «Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve» (Sal. 51: 7). Basado en Maceo 7:1-5
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill