martes, 23 de febrero de 2010

EL ME OYÓ

Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído (Isaías 65:24).

A las 6 de la mañana sonó la alarma del celular, avisándome que tendría un examen a las 8. Ese día, mientras hacía mi devoción personal, le pedí a Dios que me mostrara el camino, porque no estaba segura del lugar donde debía tomar el examen.
Después de desayunar, me preparé y fui a la calle, y me dirigí hacia donde tomaría el autobús. Era temprano, pero comencé a preocuparme por la demora. Entonces oré, con un poco de impaciencia: Señor, ¡envía el autobús pronto! Antes de que terminara de orar, el autobús había llegado. Pensé en preguntar al conductor dónde debía bajarme, pero permanecí en silencio ya que este había sido el autobús que me habían indicado cuando pedí la infor-mación. Y oré una vez más: Señor, ¡muéstrame el camino!
Tenía cierta idea de la parada en que debía bajarme, pero no sabía qué dirección tomar desde allí. Me bajé del autobús y comencé a caminar. Cuando corroboré la dirección, me di cuenta de que Dios me había guiado a la calle correcta. Ahora solo me quedaba encontrar la facultad. Oré con gratitud en mi corazón: Señor, muéstrame el camino, muéstrame dónde está la facultad. Cuando terminé de orar, levanté la vista y vi el letrero de la facultad. ¡Había llegado treinta minutos antes!
Dios nos escucha inclusive antes de que hablemos, y nos responde antes de que hayamos terminado de expresar nuestra petición. ¡Cuán maravilloso es tener la seguridad de la presencia del Señor! No tenemos nada que temer a su lado; se nos asegura la victoria.
El día del examen aprendí cuan bueno es caminar con Dios y depender de él a cada instante. Cuan bueno es sentir su presencia con nosotros y saber que podemos confiar en él frente a todas las situaciones de la vida.
El Señor nos escucha y está cerca de nosotros. Que nada nos impida hoy hablar con Dios, contarle todas nuestras dificultades, y agradecerle porque siempre nos escucha y sabe lo que es mejor para nosotros.
Que tu corazón diga: Señor, gracias por ayudarme a buscarte. Quédate conmigo hoy, camina, conmigo y guía mis pasos. Amén.
Carmem Virginia
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer

Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

NO LIMITES EL PODER DE DIOS

«¿Y qué puedo hacer por tí?», le preguntó Elíseo. «Dime, ¿qué tienes en casa?» «Su servidora no tiene nada en casa», le respondió, «excepto un poco de aceite». 2 Reyes 4:2.

Solo contaba con una vasija de aceite. La viuda de Sarepta habría tenido que reconocer que solamente poseía un puñado de harina y un poco de aceite. En la dinámica de Dios para cumplir tu misión es importante que consideres tres elementos que aparecen en 2 Reyes 4: 3-7:

  • Consagrar al Señor lo que tienes.
  • Invertir lo que posees.
  • Actuar con entusiasmo para recibir las bendiciones de Dios.

Recuerdo mi primera noche en Peña Blanca, Honduras. Había ido a impartir una clase de nuestro programa de extensión de maestría en Liderazgo. Me visitó un matrimonio con su hija. Primero ellos expresaron su deseo de que Gloria, su hija, fuera a estudiar a la Universidad de Montemorelos. Luego ella habló con la convicción que proporciona el llamado de Dios para cumplir una misión en la vida. Únicamente contaban con los recursos para la realización del viaje y solicitaban para ella una oportunidad de trabajo como alumna becaria.

Gloria llegó a Montemorelos. Se desempeñó con entusiasmo y realizó las tareas que le proporcionaban una beca inicial. Luego se enroló en la actividad de colportaje. Fue ahí donde obtuvo los recursos para continuar y terminar sus estudios, además, aprovechó diversas oportunidades para desarrollar su liderazgo.
El versículo 6 dice que cuando ya no hubo más vasijas, cesó el aceite. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran encontrado más vasijas? No limites el poder de Dios. No pares en tu actividad y recibe el aceite que te abrirá las puertas para la realización de la misión de tu vida.
«Si cada uno comprendiese que tiene que rendir cuenta ante Dios por su influencia personal, en ningún caso estaría ocioso, sino que cultivaría sus aptitudes y adiestraría todas sus facultades». MJ 186

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

UNA MALDICIÓN

Sin embargo, al reconocer que nadie es justificado por las obras que demanda la ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y no por las obras de la ley; porque por estas nadie será justificado (Gálatas 2: 16).

La segunda característica de la justificación por la fe, es que es por la fe sola; es decir, solo por fe. Este es uno de los postulados de la Reforma protestante del siglo XVI. Al estudiar la Epístola a los Romanos, Martín Lulero llegó a la conclusión de que la justificación se obtie¬ne solo por la fe. Al margen de la palabra fe del texto «el justo vivirá por la fe», escribió la palabra «sola». Llegó al convencimiento personal de que somos justificados solo por la fe.
Si recordamos lo que hemos estado considerando acerca del significado bíblico de la fe, diríamos que somos justificados solamente por la fe en Cristo, y nada más. Frecuentemente, en los escritos de Pablo se opone la justificación por la fe con la justificación por las obras, o, como él lo dice, por las obras de la ley: «Porque sostenemos que todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige» (Rom. 3: 28). «Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Efe. 2: 8, 9).
Para Pablo, decir que la justificación se podía obtener por las obras de la ley, es decir, obras meritorias, era una violación del evangelio. Esta violación o distorsión del evangelio involucra varios riesgos muy serios: el que concluya que la justificación se puede conseguir por obras meritorias, recibe una maldición de Dios. «Pero aun si alguno de nosotros o un ángel del cielo les predicara un evangelio distinto del que les hemos predicado, ¡que caiga bajo maldición! Como ya lo hemos dicho, ahora lo repito: si alguien les anda predicando un evangelio distinto del que recibieron, ¡que caiga bajo maldición!» (Gal. 1: 8, 9).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C