Al que te pida, dale; al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues, (Mateo 5:42).
Cuenta la historia que Pericles, el gran líder griego que vivió cinco siglos antes de Cristo, poseía un espíritu perdonador. Un día, mientras se dirigía hacia el Senado para atender sus asuntos políticos, fue acompañado por uno de sus adversarios, quien le gritaba toda clase de improperios. La escena se repitió a lo largo de todo el día. Dondequiera que iba, lo acompañaba aquel hombre como una sombra. Al finalizar la jornada aquel hombre fue detenido por un señor que, farol en mano, le preguntó: «¿Quién es usted?». «Soy un criado de Pericles. Él me pidió que lo acompañara hasta su casa alumbrándole el camino», dijo el hombre. Y Pericles guardó silencio.
¿Entiendes qué quiere enseñarnos Jesús a través del versículo de hoy? irónicamente las personas que descargan su enojo sobre los demás se están haciendo daño a sí mismas. Pericles, siendo el ofendido, no dejó que el mal carácter de aquel adversario dañara su paz. Por el contrario, supo alzarse como todo un gigante al devolver bien por mal.
Cristo pudo decir con toda autoridad moral: «Amad a vuestros enemigos» (Luc. 6: 27). Constantemente en su vida se vio tentado a devolver justicia en lugar de misericordia. Hacia el mismo final de sus días, el enemigo trató de que el amor divino sucumbiera ante el cruel dardo de la ingratitud. Sí, era verdad que los suyos no lo habían recibido, pero esto no alteraba su inmenso amor. Su vida llega hasta nosotras como testigo de que nos dejó ejemplo para que sigamos sus pisadas.
¿Qué hacer entonces cuando se nos trata injustamente? Nuestra naturaleza carnal nos impulsa a devolver mal por mal. Si nuestro esposo nos grita, nos convertimos en sopranos profesionales. Si la vecina nos critica, nos volvemos fiscales. Si en la iglesia nos miran mal, nos transformamos en telescopios. Jesús, sabiendo el mal que genera un espíritu de venganza, nos proporciona la seguridad de que no tenemos que preocuparnos por las injusticias de este mundo, eso le corresponde a él. Más bien deleitémonos en hacer el bien, como dice un proverbio popular, «sin mirar a quién». Entonces viviremos en paz.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Cuenta la historia que Pericles, el gran líder griego que vivió cinco siglos antes de Cristo, poseía un espíritu perdonador. Un día, mientras se dirigía hacia el Senado para atender sus asuntos políticos, fue acompañado por uno de sus adversarios, quien le gritaba toda clase de improperios. La escena se repitió a lo largo de todo el día. Dondequiera que iba, lo acompañaba aquel hombre como una sombra. Al finalizar la jornada aquel hombre fue detenido por un señor que, farol en mano, le preguntó: «¿Quién es usted?». «Soy un criado de Pericles. Él me pidió que lo acompañara hasta su casa alumbrándole el camino», dijo el hombre. Y Pericles guardó silencio.
¿Entiendes qué quiere enseñarnos Jesús a través del versículo de hoy? irónicamente las personas que descargan su enojo sobre los demás se están haciendo daño a sí mismas. Pericles, siendo el ofendido, no dejó que el mal carácter de aquel adversario dañara su paz. Por el contrario, supo alzarse como todo un gigante al devolver bien por mal.
Cristo pudo decir con toda autoridad moral: «Amad a vuestros enemigos» (Luc. 6: 27). Constantemente en su vida se vio tentado a devolver justicia en lugar de misericordia. Hacia el mismo final de sus días, el enemigo trató de que el amor divino sucumbiera ante el cruel dardo de la ingratitud. Sí, era verdad que los suyos no lo habían recibido, pero esto no alteraba su inmenso amor. Su vida llega hasta nosotras como testigo de que nos dejó ejemplo para que sigamos sus pisadas.
¿Qué hacer entonces cuando se nos trata injustamente? Nuestra naturaleza carnal nos impulsa a devolver mal por mal. Si nuestro esposo nos grita, nos convertimos en sopranos profesionales. Si la vecina nos critica, nos volvemos fiscales. Si en la iglesia nos miran mal, nos transformamos en telescopios. Jesús, sabiendo el mal que genera un espíritu de venganza, nos proporciona la seguridad de que no tenemos que preocuparnos por las injusticias de este mundo, eso le corresponde a él. Más bien deleitémonos en hacer el bien, como dice un proverbio popular, «sin mirar a quién». Entonces viviremos en paz.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera