“Si ellos se angustiaban, también él se angustiaba” Isaías 63:9, RVC
Vivo en una pequeña comunidad rural, la mitad de la cual está constituida por el campus universitario donde trabajo como pastor. Por eso, cuando oigo sirenas en la distancia, me doy cuenta de que, instintivamente, me tenso y me pregunto si suenan por alguien a quien conozca. A menudo es así.
¿Has notado que, con independencia de dónde vivas, las sirenas ululan con un mismo lenguaje que te revuelve las entrañas? Las urgencias del mundo entero se especializan en producir nudos en el estómago y caras angustiadas mientras aguardamos noticias de detrás de la cortina. El sufrimiento es nuestra forma de vida.
¿Es también la forma de vida de Dios? ¿Sufre como nosotros?
Me acuerdo de ocasiones en que mis hijos venían a casa sollozando, con una rodilla magullada y sangrando tras caerse de la bicicleta. ¿Por qué será que, cuando los subía en brazos -y esto es verdad-, podía sentir el dolor en mi propia rodilla? ¿Por qué sus lágrimas siguen empañando mis ojos?
¿Podría ser esta actitud de padres un reflejo de la forma de ser del Padre? Nuestras lágrimas se acumulan en sus ojos: ¿No significa eso “en toda angustia [nuestra] él [es] angustiado”? “No se exhala un suspiro, no se siente un dolor, ni ningún agravio atormenta el alma, sin que haga también palpitar el corazón del Padre” (El Deseado de todas las gentes, cap. 37, p. 328). No quita el sufrimiento, sin duda, como tampoco el que tengas en brazos a tu hija le quita el dolor. Pero cuando sabes que hay alguien que comparte tu dolor, el dolor se atempera de manera misteriosa.
“En toda angustia [nuestra] él [es] angustiado”. Porque ya ha pasado por ella. Él ya ha estado aquí. El grito descarnado de la cruz del medio es evidencia suficiente. El sufrimiento también es la forma de vida de Dios. Y, por eso, la última palabra sobre el sufrimiento humano es que, en último término, Dios está con nosotros íntimamente en medio de él… hasta que acabe.
Tres jóvenes de la ciudad universitaria fallecieron trágicamente en un accidente de avión en invierno. En uno de los funerales que oficié, un colega y yo nos acercamos al féretro para el último adiós de la familia. Mientras lloraban sobre el cuerpo inmóvil de su hijo y nieto, sentimos sus lágrimas en nuestros propios ojos y en nuestro corazón. Tras varios minutos de silencio ahogado, mi amigo pastor se inclinó, acercándose a mí, y susurró: “No es de extrañar que Dios no pueda dormir de noche”.
Porque en toda nuestra aflicción, él no solo está afligido; también está con nosotros. Y, por ahora, esa es la mejor noticia que hay. Dios realmente está con nosotros de verdad.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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