Cuando cayó la noche, se sentó a la mesa con los doce. (Mateo 26:20).
Todas conocemos el cuadro de Leonardo da Vinci donde el genial artista inmortalizó aquella noche en la que el Hijo de Dios se reunió por última vez con sus discípulos para compartir el pan y el vino. Conocida como «La última cena», esta pintura se ha ido deteriorando a lo largo de los años, aunque sigue siendo un monumento recordativo de aquel inigualable día.
Jesús, conociendo el futuro, había profetizado la traición que iba a sufrir. Había enseñado a sus confundidos discípulos la misión por la cual había dejado el cielo y se había convertido en ser humano. Al lavar los pies a aquellos que debían servirlo a él, no solo mostraba el inmenso amor que el cielo estaba derramando por la humanidad al rebajarse por aquellos que debían mostrarle adoración, sino que también dejó como legado para sus seguidores el verdadero espíritu que debe reinar en la congregación de sus hijos.
Me agrada pensar en aquel día en que, con mi vista, recorreré la mesa que reunirá a los redimidos de todas las edades durante la gran cena. Ya no será la última, sino la primera de un comienzo glorioso. No quedará en nuestros recuerdos como una pintura que necesita ser reparada por el efecto del paso de los años, sino que constantemente disfrutaremos de la presencia de aquel Jesús que ahora contemplamos débilmente, gracias a la mano de un artista.
En el fondo del cuadro de Da Vinci hay tres ventanas que se abren a un mundo que, ajeno a lo que ocurría en aquella habitación, continuaba su inalterable ritmo de vida. A través de aquellas ventanas, Jesús aún podía brindar luz a un oscurecido mundo sentenciado a muerte. Pero pronto se levantarían tres cruces y en una de ellas se consumaría la redención humana.
Alrededor de aquella mesa había varios hombres. Unos pensaban en el presente, que ofrecía liberación, fama y gloria. Otros permanecían atados a su pasado, atormentados por sus defectos de carácter. Y el dinero constituía el principal pensamiento de algunos. Si hubieras estado allí, ¿dónde hubiera estado tu corazón?
La primera cena en el cielo será el comienzo de una eternidad. ¿Estarás allí?
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Todas conocemos el cuadro de Leonardo da Vinci donde el genial artista inmortalizó aquella noche en la que el Hijo de Dios se reunió por última vez con sus discípulos para compartir el pan y el vino. Conocida como «La última cena», esta pintura se ha ido deteriorando a lo largo de los años, aunque sigue siendo un monumento recordativo de aquel inigualable día.
Jesús, conociendo el futuro, había profetizado la traición que iba a sufrir. Había enseñado a sus confundidos discípulos la misión por la cual había dejado el cielo y se había convertido en ser humano. Al lavar los pies a aquellos que debían servirlo a él, no solo mostraba el inmenso amor que el cielo estaba derramando por la humanidad al rebajarse por aquellos que debían mostrarle adoración, sino que también dejó como legado para sus seguidores el verdadero espíritu que debe reinar en la congregación de sus hijos.
Me agrada pensar en aquel día en que, con mi vista, recorreré la mesa que reunirá a los redimidos de todas las edades durante la gran cena. Ya no será la última, sino la primera de un comienzo glorioso. No quedará en nuestros recuerdos como una pintura que necesita ser reparada por el efecto del paso de los años, sino que constantemente disfrutaremos de la presencia de aquel Jesús que ahora contemplamos débilmente, gracias a la mano de un artista.
En el fondo del cuadro de Da Vinci hay tres ventanas que se abren a un mundo que, ajeno a lo que ocurría en aquella habitación, continuaba su inalterable ritmo de vida. A través de aquellas ventanas, Jesús aún podía brindar luz a un oscurecido mundo sentenciado a muerte. Pero pronto se levantarían tres cruces y en una de ellas se consumaría la redención humana.
Alrededor de aquella mesa había varios hombres. Unos pensaban en el presente, que ofrecía liberación, fama y gloria. Otros permanecían atados a su pasado, atormentados por sus defectos de carácter. Y el dinero constituía el principal pensamiento de algunos. Si hubieras estado allí, ¿dónde hubiera estado tu corazón?
La primera cena en el cielo será el comienzo de una eternidad. ¿Estarás allí?
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera