Os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2 Pedro 1:11).
Hoy me he despertado a las tres y he elevado una oración de agradecimiento a Dios por su cuidado protector sobre mi hogar. Le he pedido que nos tome bajo su protección durante el día de hoy y que haga brillar su rostro sobre nosotros. Oro humildemente para que honre nuestra morada con su presencia y para que cada miembro de la familia experimente el poder de Dios «que convierte cada día el corazón y el carácter». Con palabras como estas, registradas en el libro A fin de conocerle (ver p. 145), se manifiesta la preocupación de una madre que, como tú y como yo, deseaba que su hogar pudiera ser trasladado al cielo. La imperiosa necesidad que sentía Elena G. de White de que Cristo fuese el huésped permanente de su familia le hacía interrumpir su sueño para clamar a Dios por su presencia.
Aunque sabemos que la presencia de Dios en nuestro medio es vital para nosotras, no siempre dedicamos tiempo para pedirla. El engranaje despiadado de las obligaciones, el trabajo y los compromisos, nos convierte en máquinas que no descansan. Agotadas, caemos sobre la cama y balbuceamos una oración a medias antes de afrontar las agitaciones del nuevo día. Satanás conoce bien el estrés con el que vivimos, y por eso está tranquilo.
Haz un alto en el camino. Saca a tu familia de la vorágine de esta montaña rusa y muéstrales la senda hacia el verdadero hogar, ese hogar que está más allá de los interminables galimatías del presente.
El pastor Ted Wilson contaba la anécdota de un cacique que debía elegir su sustituto entre tres aspirantes. Pidió a cada uno que apuntara a un ave que surcaba el cielo. «¿Qué ves?», preguntó a cada uno de los valientes cazadores. Todos aseguraron ver el ave, pero los dos primeros también vieron otras cosas, a diferencia del tercero, que soto veía el ojo del ave. Este llegó a ser el nuevo cacique. ¿Por qué? Porque no desvió su vista del objetivo.
Dedica tiempo a contemplar las mansiones eternas y vivirás en ellas eternamente.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Hoy me he despertado a las tres y he elevado una oración de agradecimiento a Dios por su cuidado protector sobre mi hogar. Le he pedido que nos tome bajo su protección durante el día de hoy y que haga brillar su rostro sobre nosotros. Oro humildemente para que honre nuestra morada con su presencia y para que cada miembro de la familia experimente el poder de Dios «que convierte cada día el corazón y el carácter». Con palabras como estas, registradas en el libro A fin de conocerle (ver p. 145), se manifiesta la preocupación de una madre que, como tú y como yo, deseaba que su hogar pudiera ser trasladado al cielo. La imperiosa necesidad que sentía Elena G. de White de que Cristo fuese el huésped permanente de su familia le hacía interrumpir su sueño para clamar a Dios por su presencia.
Aunque sabemos que la presencia de Dios en nuestro medio es vital para nosotras, no siempre dedicamos tiempo para pedirla. El engranaje despiadado de las obligaciones, el trabajo y los compromisos, nos convierte en máquinas que no descansan. Agotadas, caemos sobre la cama y balbuceamos una oración a medias antes de afrontar las agitaciones del nuevo día. Satanás conoce bien el estrés con el que vivimos, y por eso está tranquilo.
Haz un alto en el camino. Saca a tu familia de la vorágine de esta montaña rusa y muéstrales la senda hacia el verdadero hogar, ese hogar que está más allá de los interminables galimatías del presente.
El pastor Ted Wilson contaba la anécdota de un cacique que debía elegir su sustituto entre tres aspirantes. Pidió a cada uno que apuntara a un ave que surcaba el cielo. «¿Qué ves?», preguntó a cada uno de los valientes cazadores. Todos aseguraron ver el ave, pero los dos primeros también vieron otras cosas, a diferencia del tercero, que soto veía el ojo del ave. Este llegó a ser el nuevo cacique. ¿Por qué? Porque no desvió su vista del objetivo.
Dedica tiempo a contemplar las mansiones eternas y vivirás en ellas eternamente.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera