«El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón» (Salmo 40:8).
De niño a menudo preguntaba a mis mayores: «¿Por qué?». Me irritaba su respuesta: «Porque lo digo yo». En realidad no deseaba escuchar su explicación de por qué yo no podía hacer lo que quería. Ya me había hecho una idea de las causas de la negativa. Preguntar el por qué no era otra cosa que una maniobra para desviar la atención, quejarme y alargar la discusión tanto como pudiera hasta que se me ocurriera una buena razón por la que tuvieran que darme el sí. No era más que un combate entre nuestras respectivas voluntades.
Del mismo modo, en la vida cristiana siempre habrá una tensión, y a veces una contradicción, entre nuestros deseos y la voluntad de Dios. Él mismo nos revela la causa: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos [...]. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isa. 55:8-9).
Por su propia naturaleza, el pecado está en contradicción con la voluntad de Dios. Nuestro instinto nos mueve a ser «respetables» pecadores, mientras que Dios desea que seamos santos y obedientes. Con todo, ¿es la mera sumisión el objetivo más elevado al que podamos aspirar? Someterse significa que nos rendimos, sucumbimos, capitulamos o cedemos. Aunque someterse no es lo mismo que rebelarse, tampoco tiene por qué equivaler a cooperar.
Si bien Dios acepta nuestra rendición a su voluntad, su deseo es que vayamos un paso más allá y, además de someternos a su voluntad, la aceptemos. La sumisión a la voluntad de Dios es un acto pasivo, mientras que la aceptación implica una acción. Una persona bien podría someterse a la voluntad de Dios y, a la vez, detestar todo lo que él hace en su vida.
Puede haber ocasiones, especialmente en tiempos de prueba y dificultades o cuando no entendemos el porqué, en las que es mejor rendirse y someterse a la voluntad de Dios. El mismo Jesús llegó a esta situación en el Getsemaní (Mat. 26:39). Su petición fue: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa». Pero acto seguido añadió: «No sea como yo quiero, sino como tú».
Aunque la vida cristiana comienza con la sumisión a la voluntad de Dios, nuestro objetivo es llegar a poder decir: «¡Cuánto amo yo tu ley! ¡Todo oí día es ella mi meditación!» (Sal. 119:97). (Basado en Mateo 6: 5-13).
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill