Se acercó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy caro, y lo derramo sobre la cabeza de Jesús. (Mateo 26:7 NVI).
Tu y yo tenemos la necesidad de llegar a Jesús derramando nuestra vida de par en par, siendo receptivas a la obra de! Espíritu Santo. ¿Eres capaz de derramar tu corazón ante Cristo para que él te enseñe y te corrija? ¿Puedes descubrir esos defectos en tu carácter que necesitan ser corregidos por él? Esta mujer derramó no solo el vaso de alabastro que llevaba en sus manos, sino su corazón. Lo dejó abierto para que Cristo pudiera hacer su obra en ella.
Con demasiada frecuencia sentimos lástima de nosotras mismas. Nos gusta que alguien nos ponga la mano en el hombro y nos dé ocasión de poder justificarnos, de dar veinte mil excusas para no sentirnos culpables. Pero la lástima no es un buen recurso para vencer en la vida. Recuerdo que cuando era pequeña y enfrentaba algún dolor físico, mi padre me decía: «Sé fuerte, el próximo te dolerá menos». Esas palabras las he repetido una y otra vez, no solo a mí misma, sino también a mis hijos. Cada obstáculo que salvamos, nos capacita más para vencer el dolor.
Enfrentar la vida es dejar a un lado la lástima y el victimismo. Muchas veces no acudimos a Cristo porque él, aunque nos ama, nos señala cosas que debemos corregir, defectos que a menudo han de ser eliminados bajo el crisol de un fuego abrasador. Cuando rogamos que Cristo venga, estamos pidiendo que apresure en nosotros el proceso de santificación. Por supuesto, al cielo no podemos ir con una vida tachonada de espinas, manchada por los pecados que no han sido confesados ni corregidos. Dios tiene como principal objetivo salvamos, por eso muchas veces, por nuestra propia actitud, se ve forzado a pasamos por la prueba.
Ante las pruebas y las luchas, no te amilanes, recuerda a aquella mujer que derramó su corazón, y Jesús le extendió su manto justificador. Derrama hoy tu vida en las manos del Salvador. Ahí obtendrás la victoria. Sea tu oración: «Señor, haz que derramar mi vida sea el nías exquisito perfume que puedo ofrecerte».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Tu y yo tenemos la necesidad de llegar a Jesús derramando nuestra vida de par en par, siendo receptivas a la obra de! Espíritu Santo. ¿Eres capaz de derramar tu corazón ante Cristo para que él te enseñe y te corrija? ¿Puedes descubrir esos defectos en tu carácter que necesitan ser corregidos por él? Esta mujer derramó no solo el vaso de alabastro que llevaba en sus manos, sino su corazón. Lo dejó abierto para que Cristo pudiera hacer su obra en ella.
Con demasiada frecuencia sentimos lástima de nosotras mismas. Nos gusta que alguien nos ponga la mano en el hombro y nos dé ocasión de poder justificarnos, de dar veinte mil excusas para no sentirnos culpables. Pero la lástima no es un buen recurso para vencer en la vida. Recuerdo que cuando era pequeña y enfrentaba algún dolor físico, mi padre me decía: «Sé fuerte, el próximo te dolerá menos». Esas palabras las he repetido una y otra vez, no solo a mí misma, sino también a mis hijos. Cada obstáculo que salvamos, nos capacita más para vencer el dolor.
Enfrentar la vida es dejar a un lado la lástima y el victimismo. Muchas veces no acudimos a Cristo porque él, aunque nos ama, nos señala cosas que debemos corregir, defectos que a menudo han de ser eliminados bajo el crisol de un fuego abrasador. Cuando rogamos que Cristo venga, estamos pidiendo que apresure en nosotros el proceso de santificación. Por supuesto, al cielo no podemos ir con una vida tachonada de espinas, manchada por los pecados que no han sido confesados ni corregidos. Dios tiene como principal objetivo salvamos, por eso muchas veces, por nuestra propia actitud, se ve forzado a pasamos por la prueba.
Ante las pruebas y las luchas, no te amilanes, recuerda a aquella mujer que derramó su corazón, y Jesús le extendió su manto justificador. Derrama hoy tu vida en las manos del Salvador. Ahí obtendrás la victoria. Sea tu oración: «Señor, haz que derramar mi vida sea el nías exquisito perfume que puedo ofrecerte».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera