«Les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo » Lucas 10:18.
A veces, cuando los noticieros informan de un crimen repulsivo, pienso: «¡Ojalá no existiera el diablo!». No está mal la idea, pero, ¿resolvería los problemas del mundo?
La triste realidad es que, si bien es verdad que el diablo tiene declarada la guerra al pueblo de Dios y que anda como león rugiente buscando a quien devorar, el mal está tan arraigado en los corazones de los seres humanos que, incluso si desapareciera, el mal seguiría prosperando.
Cuando el pecado entró en el mundo, toda la humanidad quedó infectada. Por desgracia, todos padecemos la enfermedad. La Biblia cuenta la triste historia: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Rom. 5:12). Y lo más frustrante es que, a pesar de que la vacuna se compró a un precio altísimo, seguimos obstinados en reinfectarnos.
Somos nuestro peor enemigo. La Biblia suele describir nuestra naturaleza como «la carne»: «Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne, porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisierais. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lujuria [...]. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos» (Gal. 5:16-24).
Aunque Satanás es un enemigo implacable, haríamos bien en dedicar menos tiempo a combatirlo y más a enterrar el yo y resistir los pecados que proceden de nuestro interior. Job es un ejemplo de cómo hacer frente a la tentación. La cuestión no era si iba a exorcizar el demonio de su vida (su esposa le sugirió que maldijera a Dios y muriera), sino si se mantendría fiel a su Dios. Al final, «Jehová bendijo el postrer estado de Job más que el primero» (Job 42:12).
Estamos en lucha con las fuerzas del mal. Jesús tiene que ser el centro de nuestras emociones. «Aquellos que comprenden su debilidad confían en un poder más elevado que el yo, y mientras contemplan a Dios, Satanás no tiene poder contra ellos» (Nuestra elevada vocación, p. 309). Basado en Mateo 26: 41
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill