«¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?» (Salmo 116:12).
El gran violinista Niccoló Paganini legó su extraordinario violín a Génova, su ciudad natal, con la única condición de que nadie más volviera a tocar el instrumento. Aquella condición se reveló catastrófica. La madera presenta la peculiaridad de que mientras se usa y se maneja apenas se deteriora. Sin embargo, tan pronto como deja de utilizarse, empieza a degradarse. En consecuencia, el que en manos del gran Paganini fuera un extraordinario violín de sonido aterciopelado y exquisito, encerrado en su hermoso estuche, cayó pasto de la carcoma y vio su valor reducido al de mera reliquia. Aquel instrumento roído es para mí recordatorio de que los talentos, sin usar, pierden su razón de ser.
Cristo dio talentos a su iglesia con el fin de que fueran una bendición para los demás. «Los seguidores de Cristo han sido redimidos para servir. Nuestro Señor enseña que el verdadero objeto de la vida es el ministerio. Cristo mismo fue obrero, y a todos sus seguidores les presenta la ley del servicio, el servicio a Dios y a sus semejantes» (Palabras de vida del gran Maestro, p. 262).
Algunos de los talentos que Dios pone a disposición de todos son el carácter, la voluntad, la capacidad de pensar, el habla, la influencia, tiempo, la salud, el dinero, la fuerza y los impulsos y afectos amables. Todos, en mayor o menor medida, disponemos de estos talentos. Si creemos que no, tendremos que orar fervientemente y pedir el fruto del Espíritu.
Nótese que en la lista anterior no se incluyen cosas como una buena voz canora, virtuosismo al piano, habilidad para confeccionar platos de alta cocina, conocimientos contables, aptitudes mecánicas o una buena memoria. Esas habilidades están bien, pero no tienen por qué ser talentos.
En la parábola, el empresario esperaba que sus siervos mejoraran los dones que recibieron. «Los talentos que se usan son talentos que se multiplican. El éxito no es el resultado de la casualidad o del destino; es la operación de la providencia de Dios, la recompensa de la fe y la discreción, de la virtud y el esfuerzo perseverante. El Señor desea que usemos cada don que poseemos; y si lo hacemos, tendremos mayores dones para usar» (Ibíd., p. 288). Dios quiere que usemos todos los dones que nos otorgó para bendecir a otros. Si no los usamos, los perderemos.
Dios nos entrega sus tesoros. A algunos da cinco; a otros, dos; y aun a otros, uno solo. Tengamos los que tengamos, nuestro deber es usarlos. La pregunta no es: «¿Cuántos talentos he recibido?», sino: «¿Qué hago con los que ya tengo?».
Basado en Mateo 25:14-30
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill