Y cuando estén orando, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados (S. Marcos 11:25).
En cierta ocasión mi esposo presentó un interesante tema sobre el perdón de Dios: «El regreso a casa del hijo pródigo». Como parte de la dinámica pasó a los padres al frente y solicitó que los hijos reconocieran a sus padres y les dijeran palabras de agradecimiento o de afecto. Todos los padres estaban muy contentos de haber escuchado a sus hijos con esas palabras que nos llenan de alegría; todos, excepto uno.
Ese padre tenía un semblante triste, serio y lleno de dolor. Su hijo no pasaba y el final de la dinámica se acercaba, nuevamente hizo el llamado mi esposo para que ningún padre quedara solo. Finalmente su hijo pasó. Vimos cómo el Espíritu Santo se manifestó en ese momento: ese padre y su hijo tenían meses de no dirigirse la palabra. Por razones que desconozco discutieron en casa al punto que se separaron. Fue conmovedor verlos cómo se abrazaban, lloraban y besaban, la iglesia completa se emocionó, todos fuimos testigos del perdón que se pidieron. Cuando volvieron a sus asientos sus semblantes lucían distintos, felices, abrazados y sonrientes.
Perdón. Una corta palabra de apenas seis letras, pero qué difícil de pronunciar y más aún de hacerla valer. Cuando no se utiliza correctamente, esta palabra lleva a enfermar a las personas. Desconozco si científicamente está comprobado, pero leí un libro hace tiempo donde la autora asegura que un porcentaje alto de personas que mueren de cáncer es porque acumularon rencor en su vida, no lograron perdonar los errores de los demás. Ella lo presenta como testimonio, pues le pronosticaron cáncer y le daban poco tiempo de vida.
Aferrada a la vida hizo un análisis de sí misma y descubrió que el rencor era un síntoma que le provocó ese cáncer. Realizó cambios en su vida: perdonó, pidió perdón y algunos cambios más. ¡Qué necesidad tenemos de traer cargas que nos afectan, no solo física sino psicológica, emocional y espiritual-mente!
Perdonemos los errores de los demás, pidamos perdón por lo que noso¬tras hemos cometido y propongámonos tener una vida nueva.
En cierta ocasión mi esposo presentó un interesante tema sobre el perdón de Dios: «El regreso a casa del hijo pródigo». Como parte de la dinámica pasó a los padres al frente y solicitó que los hijos reconocieran a sus padres y les dijeran palabras de agradecimiento o de afecto. Todos los padres estaban muy contentos de haber escuchado a sus hijos con esas palabras que nos llenan de alegría; todos, excepto uno.
Ese padre tenía un semblante triste, serio y lleno de dolor. Su hijo no pasaba y el final de la dinámica se acercaba, nuevamente hizo el llamado mi esposo para que ningún padre quedara solo. Finalmente su hijo pasó. Vimos cómo el Espíritu Santo se manifestó en ese momento: ese padre y su hijo tenían meses de no dirigirse la palabra. Por razones que desconozco discutieron en casa al punto que se separaron. Fue conmovedor verlos cómo se abrazaban, lloraban y besaban, la iglesia completa se emocionó, todos fuimos testigos del perdón que se pidieron. Cuando volvieron a sus asientos sus semblantes lucían distintos, felices, abrazados y sonrientes.
Perdón. Una corta palabra de apenas seis letras, pero qué difícil de pronunciar y más aún de hacerla valer. Cuando no se utiliza correctamente, esta palabra lleva a enfermar a las personas. Desconozco si científicamente está comprobado, pero leí un libro hace tiempo donde la autora asegura que un porcentaje alto de personas que mueren de cáncer es porque acumularon rencor en su vida, no lograron perdonar los errores de los demás. Ella lo presenta como testimonio, pues le pronosticaron cáncer y le daban poco tiempo de vida.
Aferrada a la vida hizo un análisis de sí misma y descubrió que el rencor era un síntoma que le provocó ese cáncer. Realizó cambios en su vida: perdonó, pidió perdón y algunos cambios más. ¡Qué necesidad tenemos de traer cargas que nos afectan, no solo física sino psicológica, emocional y espiritual-mente!
Perdonemos los errores de los demás, pidamos perdón por lo que noso¬tras hemos cometido y propongámonos tener una vida nueva.
Elizabeth Suárez de Aragón
Tomado de Manifestaciones de su amor
Tomado de Manifestaciones de su amor