domingo, 18 de octubre de 2009

PAZ EN TU REFUGIO

Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevarlos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté (S. Juan 14: 3).

Para tener paz hay que tener seguridad, confianza y un lugar de refugio, para que cuando vengan las tormentas y los vientos fríos nuestro espíritu esté tranquilo, pues la calma no proviene de uno mismo sino del Dios de paz. Hay un sitio seguro donde tener paz: la casa del Padre celestial. Estar en su santuario nos conforta y tranquiliza, pues comprendemos que hay uno Todopoderoso que tiene nuestras vidas en sus manos. Aunque se muevan los montes, aunque se agiten las aguas, él no nos dejará caer. Su diestra nos sostendrá. Su amor nos dará paz y seguridad. La casa del Padre es el lugar donde cada hijo suyo debería estar. Allí vamos y recibimos su abrazo y él se convierte en fortaleza en medio de la tormenta. La seguridad en alguien que te sostiene, trae brisas suaves y tranquilas a tu vida. Esa tranquilidad no se mueve con nada ni con nadie, pues se fundamenta en un Dios fuerte, justo y misericordioso, que desea lo mejor para cada uno de sus hijos. Dios alumbra como un faro el mar donde navegamos para que nuestra barca llegue en paz a puerto seguro. Hoy quiero refugiarme en ti, allí en tu corazón esconderme, Sentirme segura en la Roca eterna. Refugiarme en tu corazón, en la cueva de tu amor, Que caiga la lluvia de llanto, que el viento sople y lleve consigo mi alegría, y caiga también el rocío de tu consuelo. Si tú eres mi refugio, estaré en paz, estaré segura. Tus alas me protegerán, tu sombra me cubrirá. Dame refugio en tu casa, déjame allí hasta que pase la tormenta. Allí encuentro la plenitud de mi vida. Allí estoy a tu lado. No temo, pues estoy en tu refugio, en tu corazón. Descanso en tu amor, mi refugio eres tú, Señor. Al saber que mi vida está en las manos del Dios Todopoderoso y de paz, puedo vivir segura y tranquila en su perfecto amor.

Lorena P. de Fernández
Tomado de la Matutina manifestaciones de su amor.

VESTIDO PARA EL ÉXITO

Evita que te desprecien por ser joven; más bien debes ser un ejemplo para los creyentes en tu modo de hablar y de portarte, y en amor, fe y pureza de vida. 1 Timoteo 4: 12

Cuando fuimos a Japón, nos percatamos de que casi todo el mundo llevaba un uniforme. En nuestro país estamos acostumbrados a ver uniformes escolares, pero los japoneses también los usan en el trabajo. Los empleados del banco vestían todos chaqueta azul marino. Los hombres que trabajaban en la red eléctrica vestían de amarillo brillante. Los que cavaban zanjas, te lo creas o no, iban de blanco. Los uniformes nos dan la confianza de que las personas que los llevan están unidas a la organización que representan. Si un auto de policía me hiciese parar y se me acercase un policía vestido con pantalones cortos y una camiseta con dibujos militares, yo no le entregaría mi permiso de conducir ni la documentación del vehículo. Su ropa tiene que ser la adecuada a su profesión para que me lo tome en serio. Cuando la gente te ve, ¿sabe que eres cristiano? No hay un "uniforme cristiano", pero hay una cierta manera de vestir que todos nosotros deberíamos adoptar. Hollywood y la industria de la música tienen su propio aspecto, su propio tipo de uniforme. Está diseñado para sorprender y encandilar. Cuando los artistas se exhiben constantemente delante de nuestros ojos, empezamos a pensar que su modo de vestir es aceptable. Quizá lleguemos a querer copiarlos porque captan toda nuestra atención. ¿Por qué otra razón puede alguien ponerse un zarcillo en la ceja? A causa de la influencia que se ejerce en los demás, el vestido no es cosa de la vida privada. Los cristianos tienen que poner a Jesús en primer lugar. Si vestimos de manera inmodesta, perdemos la posibilidad de dar testimonio de él y promovemos el modo de actuar de Satanás. La próxima vez que te mires en un espejo, piensa qué uniforme vistes.

Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.

VAYAMOS COMO FUE JESÚS

Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Mateo 28: 19,20.

La ciudad de Capernaúm era el centro de operaciones del ministerio de Jesús, pero él no permaneció allí. ¿Qué nos enseña esto, a nosotros, discípulos de Jesús? Nos enseña que nuestro propósito como pueblo de Dios no se cumple por el solo hecho de ir al edificio donde se reúne la congregación. La iglesia a la cual asistimos puede tener una numerosa feligresía, pero ese hecho no cumple las demandas de la misión evangélica. La orden del Comandante en jefe, el Cristo resucitado, a sus seguidores es: «Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden rodas las cosas que os he mandado» (Mat. 28:19-20). La orden no es «Venir y oír». La orden siempre es «Ir y decir». El templo no es un lugar al cual venimos, sino un lugar del cual salimos.
Mi sorpresa fue grande al encontrar en la iglesia donde crecí a una dama muy conocida. Me llené de asombro porque, durante muchos años, la había conocido como una (irme y muy fundada "testigo de Jehová". Y ahora la encontraba el sábado en la iglesia adventista, como miembro bautizada. Lleno de curiosidad le pregunté: «¿Por qué dejó de ser testigo de Jehová para convertirse en adventista del séptimo día?»
Lo que me respondió me dejó más perplejo aún. «Durante veinte años», me dijo, «deseé bautizarme y no me lo permitieron, mientras no saliera a testificar. Y aquí me bautizaron sin que tenga que ir». La testificación no es un requisito para el bautismo, sino un producto del amor de Cristo en el corazón de aquellos que han sido bautizados del agua y del Espíritu. No obstante, de aquella experiencia, extraigo esta reflexión:
La iglesia no es un establecimiento; es un movimiento. No existe un cristianismo cómodo. Nuestra iglesia debe ser como un fuego, el fuego encendido por Jesucristo, que abrazará al mundo entero. Después de la resurrección de Jesús los discípulos siem¬pre fueron al lugar donde estaba el pueblo. Si formamos parte de la misión divina, si comprendemos cuál es nuestra parte en el plan de Dios, tenemos que ir a nuestras comunidades, a nuestros vecindarios, a todo lugar. Esa es la misión. El evangelio no es algo que disfrutamos, sino una sagrada verdad que compartimos. La misión divina nos pide que vayamos como fue Jesús.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.