Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevarlos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté (S. Juan 14: 3).
Para tener paz hay que tener seguridad, confianza y un lugar de refugio, para que cuando vengan las tormentas y los vientos fríos nuestro espíritu esté tranquilo, pues la calma no proviene de uno mismo sino del Dios de paz. Hay un sitio seguro donde tener paz: la casa del Padre celestial. Estar en su santuario nos conforta y tranquiliza, pues comprendemos que hay uno Todopoderoso que tiene nuestras vidas en sus manos. Aunque se muevan los montes, aunque se agiten las aguas, él no nos dejará caer. Su diestra nos sostendrá. Su amor nos dará paz y seguridad. La casa del Padre es el lugar donde cada hijo suyo debería estar. Allí vamos y recibimos su abrazo y él se convierte en fortaleza en medio de la tormenta. La seguridad en alguien que te sostiene, trae brisas suaves y tranquilas a tu vida. Esa tranquilidad no se mueve con nada ni con nadie, pues se fundamenta en un Dios fuerte, justo y misericordioso, que desea lo mejor para cada uno de sus hijos. Dios alumbra como un faro el mar donde navegamos para que nuestra barca llegue en paz a puerto seguro. Hoy quiero refugiarme en ti, allí en tu corazón esconderme, Sentirme segura en la Roca eterna. Refugiarme en tu corazón, en la cueva de tu amor, Que caiga la lluvia de llanto, que el viento sople y lleve consigo mi alegría, y caiga también el rocío de tu consuelo. Si tú eres mi refugio, estaré en paz, estaré segura. Tus alas me protegerán, tu sombra me cubrirá. Dame refugio en tu casa, déjame allí hasta que pase la tormenta. Allí encuentro la plenitud de mi vida. Allí estoy a tu lado. No temo, pues estoy en tu refugio, en tu corazón. Descanso en tu amor, mi refugio eres tú, Señor. Al saber que mi vida está en las manos del Dios Todopoderoso y de paz, puedo vivir segura y tranquila en su perfecto amor.
Para tener paz hay que tener seguridad, confianza y un lugar de refugio, para que cuando vengan las tormentas y los vientos fríos nuestro espíritu esté tranquilo, pues la calma no proviene de uno mismo sino del Dios de paz. Hay un sitio seguro donde tener paz: la casa del Padre celestial. Estar en su santuario nos conforta y tranquiliza, pues comprendemos que hay uno Todopoderoso que tiene nuestras vidas en sus manos. Aunque se muevan los montes, aunque se agiten las aguas, él no nos dejará caer. Su diestra nos sostendrá. Su amor nos dará paz y seguridad. La casa del Padre es el lugar donde cada hijo suyo debería estar. Allí vamos y recibimos su abrazo y él se convierte en fortaleza en medio de la tormenta. La seguridad en alguien que te sostiene, trae brisas suaves y tranquilas a tu vida. Esa tranquilidad no se mueve con nada ni con nadie, pues se fundamenta en un Dios fuerte, justo y misericordioso, que desea lo mejor para cada uno de sus hijos. Dios alumbra como un faro el mar donde navegamos para que nuestra barca llegue en paz a puerto seguro. Hoy quiero refugiarme en ti, allí en tu corazón esconderme, Sentirme segura en la Roca eterna. Refugiarme en tu corazón, en la cueva de tu amor, Que caiga la lluvia de llanto, que el viento sople y lleve consigo mi alegría, y caiga también el rocío de tu consuelo. Si tú eres mi refugio, estaré en paz, estaré segura. Tus alas me protegerán, tu sombra me cubrirá. Dame refugio en tu casa, déjame allí hasta que pase la tormenta. Allí encuentro la plenitud de mi vida. Allí estoy a tu lado. No temo, pues estoy en tu refugio, en tu corazón. Descanso en tu amor, mi refugio eres tú, Señor. Al saber que mi vida está en las manos del Dios Todopoderoso y de paz, puedo vivir segura y tranquila en su perfecto amor.
Lorena P. de Fernández
Tomado de la Matutina manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina manifestaciones de su amor.