miércoles, 5 de enero de 2011

UN CHAT CON EL APÓSTOL JUAN

«¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios!» 1 Juan 3:2.

Tú: ¡Hola, Juan! ¿Estás allí?
Juan: Sí, aquí estoy. ¿Cómo estás?
Tú: Solamente quería saludarte y pedirte que me explicaras un poco el versículo de esta mañana. Según dicen, tú eras el «discípulo amado».
Juan: Así es, tuve el privilegio de ser uno de los discípulos de Jesús cuando él vivía. Yo era el más joven y estuve muy cerca de nuestro Maestro, aprendiendo.
Tú: Dime, ¿cómo cambiaste tan drásticamente? ¿Qué no tú y tu hermano eran los «hijos del trueno»?
Juan: Ese apodo nos lo pusieron por nuestro mal carácter. Ya te imaginarás cómo éramos. Pero el gran amor de Dios nos hace sus hijos, sin importar nuestra forma de ser.
Tú: Cuando leo las cartas que escribiste, se ve el cambio. Hablas del amor de Dios y que debemos amarnos unos a otros.
Juan: Cuando comprendes lo que Jesús hizo por ti, no te queda más que parecerte lo más que puedas a él. Si me considera su hijo, debo comportarme como tal.
Tú: Supongo que cuando escribiste tu primera carta pensabas en eso, ¿no?
Juan: Así es, Dios nos considera sus hijos, seamos como seamos. Maravilloso, ¿verdad? Agradezco mucho a Dios por ello. Además, como sus hijos debemos distinguirnos. Las demás personas tienen que conocerlo mediante nuestro ejemplo.
Tú: Ya entiendo. Yo también le doy muchas gracias a Dios.
Juan: Oye, te dejo, tengo otras cosas que hacer. Recuerda: siempre compórtate con amor.
Tú: Gracias por tu consejo, le pediré Dios que me ayude.

Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

ESTARÉ CONTIGO TODOS LOS DÍAS

Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20).

¡Qué maravilla, poder contar con la presencia de alguien que está (a nuestro lado en momentos difíciles! Recuerdo algo que me sucedió hace tiempo. Teníamos un niño de dos años y mi esposo y yo aten-díamos un distrito bastante grande. De pronto me vi confinada a una cama, sin poder valerme por mí misma. Me sentía profundamente triste. Los médicos no podían emitir un diagnóstico certero sin hacerme estudios, lo cual requería que me trasladara a otra ciudad. Mis padres se hicieron cargo del niño y mi esposo me acompañó a todas partes para que pudieran hacerme pruebas.
No lograba entender lo que me estaba pasando, y muchas veces le pedía a Dios que me ayudara a comprender la situación. No pensaba que fuera un castigo, pero me sentía sola y abandonada. Lo que me sostuvo fue la mano firme y amorosa de mi esposo, que secaba mis lágrimas y con dulzura y dedicación me hizo comprender que si él era capaz de mostrarme tanto amor y de cuidarme tan incondicionalmente, Dios, quien me amaba mucho más, también lo haría. No estaba sola: tenía un apoyo humano y un escudo divino.
Aunque no podía caminar, mi corazón no desfalleció, porque confiaba en la divina promesa: «Yo estoy contigo», que siempre me acompañaba. Esta ha sido una de las experiencias más frustrantes por las que he pasado. Pensar que en lugar de ser una ayuda idónea para mi esposo me convertiría en un obstáculo para el avance de la causa de Dios, me destrozaba el corazón.
Todavía no sé por qué Dios me hizo pasar por tan terrible prueba, pero de lo que sí estoy segura es de que estuvo conmigo en todo momento. Cuando miro al pasado, me siento confiada en el presente y en el futuro, porque a mi lado está el gran Yo Soy; que nunca me, abandonará a pesar de las circunstancias adversas. Hoy agradezco a mi esposo por estar a mi lado y a mi Cristo porque nunca me ha abandonado.
Repasa tu vida. Seguramente tu pasado te revelará que puedes agradecer a Dios por haber estado siempre contigo.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

JACOB Y SU PADRE

Y dijo: ¿Eres tú mi hijo Esaú? Y Jacob respondió: Yo soy. Génesis 27:24.

Desde que el pecado entró al mundo, la mentira y el engaño formaron parte de la naturaleza humana. En las relaciones familiares y desde la perspectiva de los hijos, las mentiras tienen prácticamente dos finalidades: la primera, cubrir un error que da miedo confesar (ya sea por vergüenza o por temor al castigo), y la segunda, obtener algún bien que por medios lícitos no se lograría.
Con esta segunda opción en mente, Jacob decidió engañar a su padre. No sería fácil, ya que Esaú tenía voz diferente y además era velludo, pero igualmente Jacob se aprovechó de la vejez de Isaac y su consecuente ceguera. Mató dos cabritos para hacer un guisado y luego se vistió con pieles para parecerse a su hermano mayor. Jacob deseaba la bendición de la primogenitura, recordaba las promesas de Dios dadas a su madre donde se le aseguraba esa bendición, pero no veía una solución amparada en la verdad. El engaño parecía la única opción.
¿Te identificas con Jacob? ¿Has traicionado la confianza de tus padres a 11 aves de una mentira? La confianza es un elemento básico en la vida familiar. Una muestra de esa confianza es que en muchos hogares la billetera está siempre al alcance de la mano, generalmente todos los miembros de la famila llenen llave de la casa, y las responsabilidades hogareñas están repartidas entre sus miembros.
Tristemente, esa confianza propia de las familias, muchas veces es sacudida cuando alguno de sus miembros recurre a la mentira. El sentimiento de humillación y traición que queda en el engañado no es fácil de superar, y el triste resultado de haber mentido casi siempre deja un sabor amargo en la vida.
Hoy tienes la bendición de comenzar un nuevo día, y nuevamente tienes la posibilidad de relacionarte con tus padres y hermanos. Valora y aprecia la confianza que te tienen, no le permitas al gran engañador que te transmita fsa corrupción lastimera. Jacob aprendió a través del dolor y el remordimiento las terribles consecuencias de la mentira. Hoy nosotros podemos optar por vivir del lado de la verdad y la justicia. No dejes pasar esta oportunidad, elige a Jesús y su modo de vida.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

¡ORAR!

En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Lucas 6:12.
Si tuviese que escribir una biografía de la vida terrenal de Cristo, le pondría por título El Hombre del monte. No solo porque murió en un monte, sino también porque vivió en el monte; solo, buscando a su Padre en oración: ahí estaba el secreto de su vida victoriosa. Después de pasar horas en comunión con la Fuente de su poder, descendía al valle, encontraba a los hombres destruidos por el pecado, y los restauraba; les devolvía la dignidad y las ganas de continuar viviendo.
Los seres humanos corremos el peligro de tomar la vida de Jesús solo como un ejemplo de obediencia; y es verdad que nadie obedeció como él. Pero, antes que ser nuestro ejemplo de obediencia, Jesús es nuestro ejemplo de oración y de comunión con el Padre. El Maestro vino a enseñarnos, entre otras cosas, que solo es posible vivir una vida de obediencia en la medida en que vivamos una vida de oración.
Un joven me preguntó, cierto día: "¿Qué se puede decir en una hora de oración? Cuando yo oro, acabo todo lo que tengo que decir en cinco minutos". La razón porque la oración de este joven no duraba mucho era que solo oraba con el objeto de pedir, siendo que lo que debía motivarlo no era solo eso; Dios conoce todo antes de que le pidamos: el propósito de la oración es cultivar el compañerismo y la comunión con Jesús. A fin de cuentas, la vida cristiana consiste en vivir una experiencia diaria de comunión y de compañerismo con él.
La vida de Jesús fue una vida de constante oración. A veces, cansado, después de un día extenuante de trabajo arduo, el cuerpo le pedía dormir. Pero, él buscaba tiempo para conversar con su Padre porque sabía que, al día siguiente, lo esperaba otra jornada terrible de tentaciones y de dificultades, y solo sería posible salir victorioso en la medida en que buscase el poder de parte de su Padre, por medio de la oración.
Haz de tu vida una vida de oración. Ora no solo de mañana y por la noche; ora constantemente, cada minuto de tu vida. Relaciona con Jesús todo lo que haces. En vez de concentrarte solo en las dificultades que enfrentas, canaliza esos pensamientos hacia Dios, y ya estarás en una actitud de oración.
Que Dios te conceda muchas victorias. ¡Ah!, y no te olvides de que "en aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón