En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. (Lucas 10:21).
De Jesús se había profetizado que sería «despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en sufrimiento» (Isa. 53:3). Así fue exactamente. Los malentendidos, las críticas, las acusaciones, el vilipendio y el rechazo eran constantes. Con todo, no lo envolvía una atmósfera de tristeza. Si así hubiera sido, no habría atraído a los niños.
«Jesús trabajaba con alegría y tacto. [...] A menudo expresaba su alegría cantando salmos e himnos celestiales. A menudo los moradores de Nazaret oían su voz que se elevaba en alabanza y agradecimiento a Dios. Mantenía comunión con el cielo mediante el canto; y cuando sus compañeros se quejaban por el cansancio, eran alegrados por la dulce melodía que brotaba de sus labios. Sus alabanzas parecían ahuyentar a los malos ángeles, y como incienso, llenaban el lugar de fragancia» (El Deseado de todas las gentes, cap. 7, p. 56).
Dice la Biblia que un incidente en particular llenó a Jesús de santa alegría. De hecho, de haber estado allí, habríamos podido escuchar que Jesús se reía con regocijo. Los setenta misioneros que había designado acababan de regresar y estaban llenos de excitación, «En aquel momento Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad"» (Luc. 10:21, NVI).
¿A quién no le gustaría haber estado allí para ver a Jesús tan lleno de alegría? Otra pregunta: ¿A quién no le gustaría tener un poco de su alegría? Usted puede y sabe cómo. Jesús oró a su Padre para que sus hijos se amaran unos a otros, guardaran sus mandamientos y se mantuvieran alejados del mal del mundo, «para que tengan mi gozo completo en sí mismos» (Juan 17:13). A pesar de que sus enemigos lo odiaban, él estaba alegre.
Cuando era niño, en la Escuela Sabática solíamos cantar: «Yo tengo gozo, gozo, en mi corazón» (Himnario adventista, ed. 1962, n° 458). Ahora soy mucho más viejo, pero sigo teniendo esa alegría. Basado en Lucas 10:1-24.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill