El Señor es sol y escudo; Dios nos concede honor y gloria. El Señor brinda generosamente su bondad a los que se conducen sin tacha (Salmo 84: 11).
Vivir en una megaurbe como la Ciudad de México con tres niños, y tener que llevarlos a la escuela cuando su padre está de viaje, es algo estresante. Sin embargo, cada día, al pedirle a Dios de su cuidado protector, salíamos para enfrentar las actividades cotidianas. Uno de esos días, después de una mañana de trabajo, recogí a los niños de la escuela y me dispuse a volver a casa en la camioneta, pero entonces me di cuenta de que una de las llantas del vehículo estaba desinflada. Mi hijo mayor, de escasos diez años, me dijo: «No te preocupes, mamá, ahorita la cambiamos». Todas sabemos que cambiar una llanta no es nada fácil. ¡Dios mío! ¡Y ahora qué voy a hacer! En ese momento un caballero alto, de piel clara, vestido sencillo pero presentable, se acercó a nosotros y sin decir mucho se puso a ayudarnos. Mi hijo y el caballero cambiaron el neumático. Pronto estuvo arreglado. En lo que acomodaba todo, volteé a buscar al gentil caballero para agradecerle, pero ya no estaba. No se veía por ningún lado. Entonces dije: «Qué hombre tan rápido para irse, qué lástima que no alcancé a decirle, gracias». Horas más tarde pensé que, en realidad, un ángel de Dios me había ayudado en el momento oportuno. Estoy segura de que hoy no comprendemos muchas situaciones que nos pasan, pero más adelante lo entenderemos: «En la vida futura comprenderemos las cosas que aquí nos dejaron grandemente perplejos. Nos daremos cuenta de qué poderoso ayudador tuvimos y cómo los ángeles de Dios fueron comisionados para guardarnos a medida que seguíamos el consejo de la Palabra de Dios» (La verdad acerca de los ángeles, p. 290). Esta mañana quiero invitarte a encomendar tu vida en las manos de Dios y a tener la seguridad que sus ángeles te guardarán en todo cuanto hagas, aun en las cosas cotidianas de tu vida. ¡No lo dudes! Realiza tus deberes con esa seguridad. Gracias a Dios por sus ángeles.
Vivir en una megaurbe como la Ciudad de México con tres niños, y tener que llevarlos a la escuela cuando su padre está de viaje, es algo estresante. Sin embargo, cada día, al pedirle a Dios de su cuidado protector, salíamos para enfrentar las actividades cotidianas. Uno de esos días, después de una mañana de trabajo, recogí a los niños de la escuela y me dispuse a volver a casa en la camioneta, pero entonces me di cuenta de que una de las llantas del vehículo estaba desinflada. Mi hijo mayor, de escasos diez años, me dijo: «No te preocupes, mamá, ahorita la cambiamos». Todas sabemos que cambiar una llanta no es nada fácil. ¡Dios mío! ¡Y ahora qué voy a hacer! En ese momento un caballero alto, de piel clara, vestido sencillo pero presentable, se acercó a nosotros y sin decir mucho se puso a ayudarnos. Mi hijo y el caballero cambiaron el neumático. Pronto estuvo arreglado. En lo que acomodaba todo, volteé a buscar al gentil caballero para agradecerle, pero ya no estaba. No se veía por ningún lado. Entonces dije: «Qué hombre tan rápido para irse, qué lástima que no alcancé a decirle, gracias». Horas más tarde pensé que, en realidad, un ángel de Dios me había ayudado en el momento oportuno. Estoy segura de que hoy no comprendemos muchas situaciones que nos pasan, pero más adelante lo entenderemos: «En la vida futura comprenderemos las cosas que aquí nos dejaron grandemente perplejos. Nos daremos cuenta de qué poderoso ayudador tuvimos y cómo los ángeles de Dios fueron comisionados para guardarnos a medida que seguíamos el consejo de la Palabra de Dios» (La verdad acerca de los ángeles, p. 290). Esta mañana quiero invitarte a encomendar tu vida en las manos de Dios y a tener la seguridad que sus ángeles te guardarán en todo cuanto hagas, aun en las cosas cotidianas de tu vida. ¡No lo dudes! Realiza tus deberes con esa seguridad. Gracias a Dios por sus ángeles.
Lourdes Cuadras de Alonso
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.