sábado, 31 de octubre de 2009

¿PAZ A QUÉ PRECIO?

No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada (S. Mateo 10: 34).

La paz que Cristo denomina su paz y la que él legó a sus discípulos no es la que evita todas las divisiones, sino es la paz que se brinda y se ¿disfruta en medio de las disensiones. La paz que siente el fiel defensor de la causa de Cristo es el conocimiento del que hace la voluntad de Dios y refleja su gloria por medio de las buenas obras. Es una paz interna, más bien que externa. Afuera hay guerras y luchas por la oposición de enemigos declarados, y aun la frialdad y desconfianza de los que afirman ser amigos. Cristo ordena a sus seguidores: «Amad a vuestros enemigos... haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mat. 5: 44). Él nos pide que amemos a los que nos oprimen y nos hacen daño. No debemos expresar verbalmente ni con actitudes el espíritu que ellos ma­nifiestan, sino aprovechar cada oportunidad para hacerles el bien. Pero aunque se nos pide que seamos como Cristo en nuestro trato con nuestros enemigos, no debemos, con el fin de tener paz, encubrir las faltas de aquellos que vemos en el error. Jesús, el Redentor del mundo, nunca ob­tuvo la paz al ocultar la iniquidad o por medio de algo que se pareciera a un compromiso. Aunque su corazón constantemente rebosaba de amor por toda la raza humana, nunca fue indulgente con sus pecados. Era demasiado buen amigo de ellos como para guardar silencio cuando seguían una causa que destruiría sus almas, las que él había adquirido con su propia sangre. Fue un severo censurador de todo vicio, y su paz estribaba en la conciencia de haber realizado la voluntad de su Padre, más bien que en un estado de cosas que existía como consecuencia de haber cumplido su deber. Todo el que ame a Jesús y a las almas por las cuales él murió prestará atención a las cosas que contribuyen a la paz. Pero sus seguidores han de tener especial cuidado, no sea que en sus esfuerzos para impedir la disensión renuncien a la verdad, que al evitar las divisiones sacrifiquen sus principios. La verdadera hermandad nunca puede mantenerse comprometiendo los principios. Cuando los cristianos se acerquen al modelo de los creyentes, con toda seguridad... experimentarán el poder y el veneno de aquella vieja serpiente, el diablo (Manuscrito 23b, 25 de julio de 1896).
Elena G. de White
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.

TIEMPO DE GRATITUD

Mientras yo exista y tenga vida, cantaré himnos al Señor mi Dios. Salmo 104:33

Este mes, cuando escribas las cosas por las que estás agradecido, haz una lista de los acontecimientos que para ti son especiales. Por ejemplo: ir al campamento de verano, aprender a tocar el piano, ser bautizado, ir a una reunión campestre, etcétera. Gracias, Señor, por: __________________
Peticiones especiales: ______________________________
Tomado de la Matutina el Viaje Increíble.

DOS TIPOS DE TERQUEDAD

Aunque majes al necio en un mortero entre granos de trigo majados con el pisón, no se apartará de él su necedad. Proverbios 27: 22.

La terquedad es un grave defecto. Una persona terca es la que no quiere aprender la que es inflexible, la que se aferra firmemente a su propia opinión sin dar cabida alguna a las opiniones de los demás.
Una persona terca es incorregible. Puede ser que nunca crezca ni se desarrolle porque cree que todo lo sabe y que no hay nada nuevo que aprender. También es una persona que nunca admite sus errores, y no hay manera de inducirla a cambiar su forma de pensar. Quizá en más de alguna de estas descripciones describo tu personalidad, o la mía. Probablemente, sin que tú y yo lo sepamos, haya personas que nos conozcan y que piensen que somos tercos en un sentido u otro. Y también deberíamos preocuparnos por ello, porque si dos o más personas han pensado eso de nosotros, lo más probable es que tengan razón.
Quizá en cierto sentido podríamos decir que hay dos tipos de terquedad: la terquedad que fluye del Espíritu Santo y la que fluye de la carne, o la necedad, como dice el sabio Salomón. En palabras sencillas, hay un tipo de terquedad buena y una mala. ¿No podríamos llamar, en sentido figurado, "terquedad" a la firmeza de convicciones que el Espíritu Santo pone en la mente del cristiano convertido y fiel? Cuando el Espíritu Santo ha convencido al cristiano de algo, muchos pueden creer que está dominado por la terquedad. Pero no tienen razón. El cristiano que se aferra con todo su ser a una convicción de principios no es terco.
¿Será que como seres humanos procuramos aferramos a convicciones egoístas cuyo único objetivo es probar que uno siempre tiene razón, inasequible a la equivocación? Si es así, entonces nos estamos aferrando a nuestro orgullo personal. La persona que tiene un gran ego tiene una inseguridad tan grande como su propio ego.
Dios permita que hoy sea para nosotros un día decisivo en el que podamos hacer un cambio radical, un día para pedir a Dios que nos saque del pozo de la terquedad y nos sitúe en la roca sólida de los principios. Después de eso, que digan los demás lo que quieran. Nosotros nos aferraremos a nuestras convicciones grabadas en la tabla de nuestro corazón por el Espíritu Santo.
No seamos necios, sino firmes en nuestras convicciones, para que cuando Dios nos vea diga que somos hombres y mujeres conforme a su corazón.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.