jueves, 5 de abril de 2012

ELÉVATE MUY ALTO


«Y mientras ellos iban caminando y hablando, de pronto apareció un carro de fuego, con caballos también de fuego, que los separó, y Elías subió al cielo en un torbellino» (2 Reyes 2: 11).

¿Puedes imaginar esa escena? Elías subiendo al cielo en un torbellino, sobre un carro de fuego. ¡Qué cosa asombrosa!
¿Sabes qué es un torbellino? Es como un pequeño tornado. En un día ventoso tal vez hayas visto polvo o papeles que son levantados por el viento y que comienzan a avanzar dando vueltas y vueltas. Estos se van elevando a medida que avanzan. Elías también se fue elevando cada vez más hasta que llegó al cielo. ¡Menudo paseo!
Las personas que escogemos como amigos pueden ser como un torbellino o como el desagüe de nuestra bañera. Algunos nos elevan con las cosas maravillosas que dicen. Parecen remolinos que nos hacen llegar alto y alcanzar metas elevadas en nuestra vida. Otros, en cambio, usan palabras y hablan de cosas que rebajan nuestro espíritu como un remolino de agua yéndose por el desagüe.
Escoge a tus amigos cuidadosamente. Ayúdalos a elevarse con buenos consejos y acciones y verás cómo todos van a querer entrar en tu «torbellino».

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

FUNDAMENTOS DE NUESTRA AUTOESTIMA


Entonces dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias,, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra».  Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 1: 26-27).

«La vida es una manifestación del amor de Dios […] Es propiedad de Dios. Somos suyos por la creación y doblemente suyos por la redención.   Recibimos la vida de él.  […]  Él es el Creador y la fuente de toda vida.  Es el autor de l vida superior que desea que posean los seres formados a su imagen». (La fe por la cual vivo, p. 32).
Aún recuerdo cuando en la clase de geometría nos enseñaron qué es la semejanza, ilustrándola con dos triángulos equiláteros, uno pequeño y otro más grande. Los dos eran triángulos, ambos tenían ángulos iguales, pero no eran del mismo tamaño. Eran parecidos en todo, menos en el tamaño. De igual modo, nosotros fuimos creados semejantes a Dios respecto a nuestra individualidad, a nuestra capacidad de raciocinio, a nuestra libertad para actuar, pero con la gran diferencia de que no tenemos una naturaleza divina.
Dios nos ha dotado de sentidos, mediante los cuales percibimos las realidades externas y nos comunicamos. De entre todos los sentidos hay uno que para mí es el más maravilloso. Me refiero al sentido de la vista, mediante el cual percibimos nuestro entorno. Me recreo y me emociona ver, por ejemplo, un arco iris, así como todo lo que tenga color o sea brillante. Creo que Dios nos concedió ese don porque él es luz.
Si ignoro u olvido de dónde vengo, no podré conocer mi futuro. Por esta razón es necesario partir de nuestro origen con el fin de fortalecer nuestra identidad. Igualmente reafirmaremos nuestra misión y destino. Como dijo Isaías: «Mirad la piedra de donde fuisteis cortados, al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados» (Isa. 51:1-3).
Cuando reconocemos que hemos salido de las manos de Dios, nuestra autoestima alcanza los niveles óptimos. «Adán podía reflexionar que era creado a la imagen de Dios, para ser como él en justicia y santidad. Su mente era apta para un cultivo continuo, expansión, refinamiento y noble elevación, pues Dios era su Maestro y los ángeles sus compañeros» (Afín de conocerle, p. 15). Así como Adán, nosotros podemos encontrar nuestra imagen, nuestra identidad, nuestra elevación espiritual mediante la reflexión en Dios y en su creación.
Padre de luz, te alabamos porque eres nuestro Creador y porque nos hiciste a tu semejanza. Por eso, te agradecemos infinitamente porque somos tu obra preciosa.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Greisy de Murillo

EL PARACAÍDAS QUE NO SE ABRIÓ


La vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí. Gálatas 2:20.

En su libro El Carpintero divino, el doctor Atilio Dupertuis narra una interesante historia de heroísmo que tuvo lugar en el estado de Arizona, Estados Unidos.
Varios jóvenes estaban practicando su deporte favorito, el paracaidismo, cuando dos de ellos saltaron de la avioneta al mismo tiempo y accidentalmente se golpearon la cabeza. El impacto dejó inconsciente a una joven llamada Debbie. A menos que ocurriera un milagro, en cuestión de segundos, la joven moriría.
Y precisamente se produjo un milagro. Roberto, el instructor del grupo, que también había saltado con ellos, se dio cuenta de la situación, y se propuso alcanzarla en el aire. Este objetivo solo podía lograrlo si la seguía sin que él abriera su propio paracaídas. Posicionando su cuerpo de modo que presentara la menor resistencia posible al aire, logró darle alcance, abrió el paracaídas de Debbie, inmediatamente abrió también el suyo, y ambos se salvaron.
Fue un verdadero acto de heroísmo. Cuando le preguntaron a Roberto por qué había arriesgado su vida en beneficio de otra persona, simplemente respondió que era su deber ayudar a otros.
Al reflexionar sobre este hecho, el doctor Dupertuis nos recuerda una escena similar que se produjo cuando Jesucristo, la Majestad del cielo, aceptó «descender» a nuestro rebelde planeta con el fin de salvarnos, íbamos rumbo a una muerte segura, en «caída libre», cuando el Hijo de Dios descendió de su trono y «abrió nuestro paracaídas», evitando así nuestra ruina eterna.
Para poder salvarnos, el Hijo de Dios primero tuvo que aceptar ser uno de nosotros. Esto ya es un enorme descenso. Pero no se detuvo allí. Dicen las Escrituras que estando en esa condición de siervo, o esclavo, «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz» (Fil. 2:8).
En otras palabras, a diferencia de Roberto, quien al abrir su paracaídas se libró de una muerte segura, para poder salvarnos, Jesús decidió «no abrir su paracaídas». Y todo por amor a ti y también a mí.
Gracias, Señor Jesús, porque voluntariamente descendiste del cielo, y porque tu muerte me dio vida.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

POR NOSOTROS FUE HERIDO


«Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados» (Isaías 53:5).

Un día de primavera, yo viajaba en tren desde Nueva Delhi, la capital de la India, hacia la frontera con Pakistán. Me acompañaba otra familia misionera. Tenían dos hijos, un niño y una niña. La niña tenía unos doce años de edad; y el niño, probablemente nueve. Habíamos comprado billetes para viajar en un compartimento de primera clase. En principio, decir que viajábamos en primera podría parecer todo un lujo, pero el compartimento no era grande. Había dos bancos tapizados, uno frente al otro. El hombre y su esposa estaban sentados frente a mí con su hijo entre ellos. Yo estaba sentado frente a ellos con las rodillas que casi se tocaban. A mi lado, en el asiento más cercano a la ventanilla, estaba su hija.
Para que entrara el aire fresco, habíamos abierto la ventanilla. Apenas el tren había empezado a salir del andén, sentí que por mi mejilla corría algo que me pareció agua fría. Levanté la vista para ver de dónde venía a la vez que me ponía la mano en la cara. Cuando miré mi mano, estaba cubierta con algo húmedo y de color sangre.
Parece ser que, cuando el tren empezó a moverse, alguien que estaba de pie en el andén, mascando nuez de betel, escupió por la ventanilla y nos salpicó en la cara a la hija de los misioneros y a mí.
La nuez de betel es un narcótico suave que se mastica en esa parte del mundo, pero, a diferencia del jugo de tabaco, es de color rojo. La única explicación que tengo para que esa persona nos escupiera era que quiso gastarnos una broma.
Pero a mi mente acudieron las palabras: «Le golpeaban la cabeza con una caña, lo escupían y, puestos de rodillas, le hacían reverencias» (Mar. 15:19). «Cristo se entregó en sacrificio expiatorio para salvar a un mundo perdido. Fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros seamos tratados como él merece. Fue condenado por nuestros pecados, de los cuales él no participó, para que nosotros fuésemos justificados por su justicia, de la cual no participábamos. Sufrió la muerte que nos toca a nosotros, para que nosotros recibiéramos la vida que a él le pertenecía. "Por su llaga fuimos curados" (Isa. 5:5)» (Testimonios para la iglesia, t. 8, sec. 3, p. 221).
Hoy dedique un minuto a recordar y agradecerle a Jesús lo que hizo por usted. Basado en Marcos 14: 65

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill