Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora. (Romanos 8:22).
Cuenta el pastor Alejandro Bullón que cuando era apenas un muchacho, le parecían divertidas cosas como tomar las frutas del vecino, romper puertas y ventanas o tocar el timbre de las casas y echar a correr. Un día su padre le advirtió de que le daría diez latigazos si volvía a hacer alguna travesura. En una ocasión, cuando regresaba a casa, vio que el vecino hablaba con su padre y que este estaba muy alterado. Corrió al cuarto y se puso tres pantalones. Cuando oyó la voz del padre ya sabía lo que le esperaba, así que fue a su encuentro temblando.
Al llegar ante su presencia, el padre se percató de que llevaba demasiada ropa encima, pero en lugar de mandarle quitarse los pantalones, sus ojos se inundaron de lágrimas, y dijo: «Hijo, yo no quiero castigarte, no me duele como si estuviera recibiendo yo mismo el castigo, pero ¿por qué no entiendes que no puedes continuar haciendo esas cosas? Eso solamente va a traerte problemas en el futuro».
El pastor Bullón comenta: «Si mi padre me hubiera castigado, no estaría contando este incidente porque lo hubiera olvidado, como tantos otros castigos. Pero las lágrimas de mi padre me hicieron más daño que cincuenta latigazos; su abrazo me dolió en el corazón y descubrí que no valía la pena continuar por aquel camino».
Al leer el texto de hoy, pienso que Dios dio al hombre un mundo para que lo protegiera, no para que se deleitara en hacer travesuras con él. Constantemente vemos cómo se maltrata a la naturaleza, pero Dios, en lugar de quitarnos la tierra, nos amonesta a protegerla. El deshielo de los polos por causa del efecto invernadero, la deforestación por causa de la tala indiscriminada de árboles y la extinción de especies por causa de la caza despiadada de animales o de la contaminación, están cambiando nuestro planeta a pasos agigantados. La ilimitada codicia humana hace llorar a Dios.
No dejes que Dios vierta lágrimas porque no haces nada en favor de su creación.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Cuenta el pastor Alejandro Bullón que cuando era apenas un muchacho, le parecían divertidas cosas como tomar las frutas del vecino, romper puertas y ventanas o tocar el timbre de las casas y echar a correr. Un día su padre le advirtió de que le daría diez latigazos si volvía a hacer alguna travesura. En una ocasión, cuando regresaba a casa, vio que el vecino hablaba con su padre y que este estaba muy alterado. Corrió al cuarto y se puso tres pantalones. Cuando oyó la voz del padre ya sabía lo que le esperaba, así que fue a su encuentro temblando.
Al llegar ante su presencia, el padre se percató de que llevaba demasiada ropa encima, pero en lugar de mandarle quitarse los pantalones, sus ojos se inundaron de lágrimas, y dijo: «Hijo, yo no quiero castigarte, no me duele como si estuviera recibiendo yo mismo el castigo, pero ¿por qué no entiendes que no puedes continuar haciendo esas cosas? Eso solamente va a traerte problemas en el futuro».
El pastor Bullón comenta: «Si mi padre me hubiera castigado, no estaría contando este incidente porque lo hubiera olvidado, como tantos otros castigos. Pero las lágrimas de mi padre me hicieron más daño que cincuenta latigazos; su abrazo me dolió en el corazón y descubrí que no valía la pena continuar por aquel camino».
Al leer el texto de hoy, pienso que Dios dio al hombre un mundo para que lo protegiera, no para que se deleitara en hacer travesuras con él. Constantemente vemos cómo se maltrata a la naturaleza, pero Dios, en lugar de quitarnos la tierra, nos amonesta a protegerla. El deshielo de los polos por causa del efecto invernadero, la deforestación por causa de la tala indiscriminada de árboles y la extinción de especies por causa de la caza despiadada de animales o de la contaminación, están cambiando nuestro planeta a pasos agigantados. La ilimitada codicia humana hace llorar a Dios.
No dejes que Dios vierta lágrimas porque no haces nada en favor de su creación.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera