Tenía Moisés ciento veinte años de edad cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor. (Deuteronomio 34:71).
Me encanta echar un vistazo a las fotos de mis antepasados. Hombres gallardos, elegantes, vestidos con impecables trajes blancos, sombrero y bastón; mujeres elegantes, con sus cabellos finamente peinados, trajes femeninos y aire de princesas. Parecen como de otro mundo. ¡El nuestro es tan distinto! Actualmente existe poca diferencia entre la moda de hombre y la de mujer, entre el papel del hombre y el de la mujer. También me encanta contemplar aquellas verdaderas obras de arte que realizaban y que todavía conservo, y me pregunto cómo podían tejer a la luz del candil y sin usar espejuelos.
Para muchas mujeres la vejez se presenta como la gran desdicha de la vida. «Después de los 60 -dicen-, la vida es otra». Y es cierto, todas las etapas de la vida son distintas y la vejez no es una excepción. Pero, ¿es realmente una desgracia entrar en la «tercera edad»? Veamos algunos ejemplos que pueden ayudarnos a crear una perspectiva diferente. Benjamín Franklin prestó sus mejores servicios al país que tanto amaba después de los sesenta años. Esculturas magníficas salieron de la mano de Miguel Ángel cuando el artista tenía ochenta y nueve años. Después de los ochenta todavía Verdi componía majestuosas óperas.
No es lo mismo ser mayor que sentirse viejo. La Biblia dice que los ojos de Moisés nunca se oscurecieron y que tampoco perdió su vigor. Aunque esta es una declaración opuesta a la ley que rige nuestro organismo, sabemos que el Señor de la vida puede y quiere hacer de nuestro transitar por las páginas de la historia una obra maestra de amor y servicio. Si eres joven, sirve con todas tus fuerzas. Si ya has entrado en la vorágine implacable del tiempo, sirve con tu experiencia, pero nunca dejes de dar, porque el que da es como un manantial, siempre fresco, vivo y puro, las aguas estancadas se pudren, por eso nunca dejes de dar lo mejor de ti. Tu Dios te dará la fuerza.
Las huellas del tiempo son monedas de oro en manos sabias.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Me encanta echar un vistazo a las fotos de mis antepasados. Hombres gallardos, elegantes, vestidos con impecables trajes blancos, sombrero y bastón; mujeres elegantes, con sus cabellos finamente peinados, trajes femeninos y aire de princesas. Parecen como de otro mundo. ¡El nuestro es tan distinto! Actualmente existe poca diferencia entre la moda de hombre y la de mujer, entre el papel del hombre y el de la mujer. También me encanta contemplar aquellas verdaderas obras de arte que realizaban y que todavía conservo, y me pregunto cómo podían tejer a la luz del candil y sin usar espejuelos.
Para muchas mujeres la vejez se presenta como la gran desdicha de la vida. «Después de los 60 -dicen-, la vida es otra». Y es cierto, todas las etapas de la vida son distintas y la vejez no es una excepción. Pero, ¿es realmente una desgracia entrar en la «tercera edad»? Veamos algunos ejemplos que pueden ayudarnos a crear una perspectiva diferente. Benjamín Franklin prestó sus mejores servicios al país que tanto amaba después de los sesenta años. Esculturas magníficas salieron de la mano de Miguel Ángel cuando el artista tenía ochenta y nueve años. Después de los ochenta todavía Verdi componía majestuosas óperas.
No es lo mismo ser mayor que sentirse viejo. La Biblia dice que los ojos de Moisés nunca se oscurecieron y que tampoco perdió su vigor. Aunque esta es una declaración opuesta a la ley que rige nuestro organismo, sabemos que el Señor de la vida puede y quiere hacer de nuestro transitar por las páginas de la historia una obra maestra de amor y servicio. Si eres joven, sirve con todas tus fuerzas. Si ya has entrado en la vorágine implacable del tiempo, sirve con tu experiencia, pero nunca dejes de dar, porque el que da es como un manantial, siempre fresco, vivo y puro, las aguas estancadas se pudren, por eso nunca dejes de dar lo mejor de ti. Tu Dios te dará la fuerza.
Las huellas del tiempo son monedas de oro en manos sabias.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera