«No escondas de mí tu rostro en el día de mi angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invoque» (Salmo 102:2).
¿Acaso Dios, para respondernos, espera que recitemos una determinada oración de un modo específico?
Cuando iba a la escuela, solía jugar a un juego que se llama «Mamá, ¿puedo?». Lo primero que hacíamos los niños era elegir a una «madre» y, luego, el resto se alineaba junto a la salida. El objetivo era ver quién podía llegar el primero a la «madre». La «madre», por turnos, le decía a cada uno cuántos pasos y de qué tipo podía dar en su dirección; por ejemplo: «Puedes dar cinco pasos de mariposa» o «tres pasitos de bebé» o «dos pasos de gigante». Pero el requisito para dar cualquier paso era que el jugador tenía que hacer la pregunta: «Mamá, ¿puedo?». Si un jugador se olvidaba de esa pregunta, era enviado de vuelta al punto de partida.
Al orar, ¿se ha preguntado alguna vez si existe un equivalente a la frase: «Mamá, ¿puedo?», o cualquier otra expresión infantil por el estilo que tengamos que decir para que Dios nos responda? Últimamente, se ha tendido a convertir la oración en una técnica. Si uno quiere obtener los mejores resultados, tiene que pronunciar ciertas palabras, de un modo determinado y en un lugar preciso.
Muchas veces, durante nuestro ministerio en el sur de Asia, vimos que, desde lo alto de las colinas, ondeaban banderas de oración. Las oraciones estaban escritas en pedazos de tela que, como si de banderas se tratase, habían enarbolado en un palo o
atado a una cuerda. Los lugareños creen que, cuando el viento sopla y hace ondear las banderas, lleva las oraciones al cielo. Otro método de oración empleado en aquella zona es escribirlas en una tira de papel que se enrolla en un cilindro que se hace girar una y otra vez, siendo cada vuelta una repetición de la oración.
Hace unos años se publicó un libro sobre oración del que se vendieron millones de ejemplares. En el libro el autor incluía una oración poco conocida de la Biblia que, según él, era preciso repetir palabra por palabra. Afirmaba que hacerlo había revolucionado su vida y su ministerio.
Una oración «modelo» no es lo mismo que una oración «representativa». Jesús nos dio una oración modelo. Dijo: «Sean sus oraciones parecidas a esta». No dijo: «Reciten esta oración». Dios quiere escuchar nuestras oraciones, no las oraciones de otras personas memorizadas. Basado en Lucas 18:1-8
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill