Alce después mis ojos y tuve una visión. Vi a un hombre que tenía en su mano un cordel de medir (Zacarías 2:1).
La ciencia ha modernizado asombrosamente las formas de medir, pero una cosa no ha cambiado con los adelantos científicos: cuando se mide, se obtiene un resultado que no está sujeto a nuestra voluntad, sino a la realidad.
A veces nos preocupamos en exceso por la forma en que otros miden. Cuando vamos al mercado somos cuidadosas para que nos den exactamente lo que hemos pedido. Si vamos a una tienda cíe ropa, nos aseguramos de pagar solo las prendas que nos llevamos. Y sobre todo somos hipersensibles con la vara de medir que los demás utilizan con nosotras. Sin embargo, cuando somos nosotras las que medimos, no somos tan exigentes con la pesa. Es más, nos parece que alguien tiene que advertir al mundo qué clase de persona es la que estamos midiendo, por lo tanto podemos engañarnos y creer que es nuestra responsabilidad medir y comparar, como si se tratara de una actividad puramente científica.
Ante esta realidad nos vemos en la tesitura de tener que asumir dos posiciones: debemos cumplir con las palabras de Cristo cuando se refirió a que en nuestros negocios hemos de ser honestos y justos (ver Eze. 45: 10), y debemos respetar a todo el mundo. Todos tenemos defectos y virtudes, pero no tenemos derecho a levantar el dedo acusador. En la medida en que lo hagamos, habrá otros tres dedos señalándonos a nosotras. Por otra parte, no nos queda otra que asumir que aunque no está en el plan divino que haya chismes, críticas y difamación, siempre tendremos entre nosotros personas que se coloquen del lado del padre de la mentira. Ante este hecho, no podemos hacer nada más que demostrar quiénes somos en realidad.
Coloca tu imagen y tu persona a la altura de Cristo. No descuides la doble responsabilidad que tienes cuando la hora de medir llega a tu vida. Sé vigilante, pues las palabras son volátiles e imposibles de recoger. Nunca lo olvides: tu influencia como mujer es irremplazable.
Eleva diariamente al cielo esta oración: «Señor, toca mis labios con un carbón encendido de tu altar».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
La ciencia ha modernizado asombrosamente las formas de medir, pero una cosa no ha cambiado con los adelantos científicos: cuando se mide, se obtiene un resultado que no está sujeto a nuestra voluntad, sino a la realidad.
A veces nos preocupamos en exceso por la forma en que otros miden. Cuando vamos al mercado somos cuidadosas para que nos den exactamente lo que hemos pedido. Si vamos a una tienda cíe ropa, nos aseguramos de pagar solo las prendas que nos llevamos. Y sobre todo somos hipersensibles con la vara de medir que los demás utilizan con nosotras. Sin embargo, cuando somos nosotras las que medimos, no somos tan exigentes con la pesa. Es más, nos parece que alguien tiene que advertir al mundo qué clase de persona es la que estamos midiendo, por lo tanto podemos engañarnos y creer que es nuestra responsabilidad medir y comparar, como si se tratara de una actividad puramente científica.
Ante esta realidad nos vemos en la tesitura de tener que asumir dos posiciones: debemos cumplir con las palabras de Cristo cuando se refirió a que en nuestros negocios hemos de ser honestos y justos (ver Eze. 45: 10), y debemos respetar a todo el mundo. Todos tenemos defectos y virtudes, pero no tenemos derecho a levantar el dedo acusador. En la medida en que lo hagamos, habrá otros tres dedos señalándonos a nosotras. Por otra parte, no nos queda otra que asumir que aunque no está en el plan divino que haya chismes, críticas y difamación, siempre tendremos entre nosotros personas que se coloquen del lado del padre de la mentira. Ante este hecho, no podemos hacer nada más que demostrar quiénes somos en realidad.
Coloca tu imagen y tu persona a la altura de Cristo. No descuides la doble responsabilidad que tienes cuando la hora de medir llega a tu vida. Sé vigilante, pues las palabras son volátiles e imposibles de recoger. Nunca lo olvides: tu influencia como mujer es irremplazable.
Eleva diariamente al cielo esta oración: «Señor, toca mis labios con un carbón encendido de tu altar».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera