lunes, 9 de abril de 2012

DE HIERRO A ACERO


«Además preparó hierro en abundancia para los clavos de las puertas y para las grapas; también una inmensa cantidad de bronce» (I Crónicas 22:3).

El hierro es un metal asombroso. Como habrás notado durante todas nuestras aventuras con el pueblo de Dios, el hierro está por todas partes. De hecho, gran parte de la tierra está compuesta de hierro.
El hierro se puede combinar con otros elementos para crear materiales que son muy útiles. Uno de esos materiales es el acero. Cuando el hierro es mezclado con los elementos necesarios y calentado a la temperatura ideal, obtenemos acero. El acero es un metal muy duro y resistente con el que se fabrican, entre otras cosas, vehículos. El hierro es muy bueno y útil, pero el acero le gana con ventaja.
Dios ha hecho de nosotros personas muy especiales, pero al igual que el hierro, necesitamos algo adicional que haga de nosotros las mejores personas posibles. ¡Necesitamos a Dios! Lo necesitamos para tomar decisiones correctas en nuestra vida. Lo necesitamos para poder superar de manera victoriosa los momentos difíciles. Sin Dios, sería imposible alcanzar la eternidad en el cielo. Permite que él te convierta en un cristiano fuerte como el acero en este mundo antiguo y debilitado.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA FE Y EL PERDÓN



Oísteis que fue dicho: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». Pero yo os digo: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a. los que os maldicen» (Mateo 5:43-44).

El quinto paso que hemos de dar para llegar al perdón es tener fe. La fe te ayudará a tratar amablemente a quienes te han herido. La transformación que requiere llegar a hacer bien a quien nos ha hecho mal puede producirse de inmediato o paulatina y sutilmente. El Señor encontrará la forma de transformarnos cuando demos ese paso de fe. Eso no significa que debemos esforzamos para ser aceptados por quien nos rechaza. Significa que cada vez que Dios nos proporcione una oportunidad para acercarnos a ese alguien, debemos hacerlo. ¿No es así como Dios obra con nosotros? «Nosotros mismos erramos y necesitamos la compasión y el perdón de Cristo, y él nos invita a tratamos mutuamente como deseamos que él nos trate» (El Deseado de todos, las gentes, cap. 48, p. 417).
Querida amiga, nuestra esperanza radica en saber que Dios es nuestra ayuda segura en medio de los problemas. Él me ha ayudado a librarme del odio y del dolor. He encontrado la paz y me he despojado de una gran carga. Si le has entregado al Señor tu carga y has perdonado a la persona que te ha ofendido, debes creer por fe que Dios ha cambiado tu corazón.
Únicamente el Señor puede darnos el deseo de perdonar. La Biblia nos dice que toda cosa buena viene de él  «porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Fil. 2:13). La pelea es del Señor. Cuando nos despojemos de todo dolor y resentimiento, obtendremos a la vez paz y una página en blanco, un nuevo comienzo. El milagro del perdón es algo que tan solo Dios puede sembrar en nuestro corazón. 
Te animo a que le entregues a Dios tu dolor y tu rencor.  Pídele a tu Padre celestial que te ayude a perdonar y olvidar, y que te dé paz. Recuerda que «cualesquiera que sean tus angustias y pruebas, exponlas al Señor. Tu espíritu encontrará sostén para sufrirlo todo. Se te despejará el camino para que puedas librarte de todo enredo y aprieto. Cuando más débil y desamparado te sientas, más fuerte serás con su ayuda. Cuanto más pesadas sean tus cargas, más dulce y benéfico será tu descanso al echarlas sobre aquel que se ofrece llevarlas por ti. (Exalta a Jesús, p. 91)
¡Que el señor te bendiga en tu trayecto hacia la paz y libertad en él!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Sherie Lynn Vela

EL LADRILLAZO


Jesús anduvo haciendo bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo. Hechos 10:38.

Reconozco que la siguiente historia tiene que ser aplicada a mi vida antes de procurar que otros lo hagan. La compartió conmigo una de mis compañeras de trabajo en APIA.
Oscar iba conduciendo a toda velocidad en su nuevo auto deportivo. Se había despertado tarde y no quería llegar tarde al trabajo. De repente, sintió que un objeto golpeaba su automóvil. Inmediatamente frenó. Un ladrillo había causado un daño inmenso en una de las puertas. «Solo esto me faltaba. Justo ahora que estoy apurado. ¡Y es mi auto nuevo!  Miró furioso alrededor. En la acera estaba un niño. Por la cara de susto, Oscar dedujo que él había sido el culpable. —¿Por qué me lanzaste ese ladrillo? —le gritó.
—Lo siento, señor —respondió el niño, llorando—, pero no sabía qué hacer.  Mi hermano se cayó de su silla de ruedas y yo solo no podía levantarlo.
En efecto, ahí estaba el hermanito en el suelo, sin poder levantarse. En medio de su enojo, Oscar ni siquiera se había percatado de la situación. Sin pérdida de tiempo, lo levantó y pidió disculpas por su reacción.
Oscar nunca llevó su auto al taller para que lo repararan. Dejó la puerta con la abolladura para recordar siempre la lección que aprendió ese día: «En la vida no debo viajar tan aprisa, que alguien en necesidad tenga que lanzarme un ladrillo para llamar mi atención».
Y tú, ¿con qué velocidad viajas en la vida? ¿Será que alguien tiene que «lanzarte un ladrillazo» para llamar tu atención? A tu alrededor también hay gente necesitada. Quizás se trata de un compañero de estudios, a quien han marginado porque se viste con ropas de las que regalan las Dorcas. O la muchacha a quien nadie corteja porque es la más fea de la clase. O el joven retraído en el vecindario a quien su padre alcohólico maltrata con frecuencia.
Cualquiera sea el caso, pídele a Dios que hoy mismo te lance «un ladrillazo» para llamar tu atención con respecto a alguien que esté necesitado, y para que ponga en tu corazón el deseo de ayudar a esa Persona. Es humano y es cristiano, pues esto fue lo que con su ejemplo nos enseñó el Señor Jesús.
Padre Celestial  hoy pon en mi  camino a alguien necesitado, y ayúdame a responder como lo haría tu Hijo Jesús.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

TOCAR CON LOS SENTIMIENTOS

«No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo  según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15).

Un día, poco después de que Jesús predicara el Sermón del Monte, la suegra de Pedro cayó enferma con fiebre. Esto no era nada extraordinario. La fiebre es un síntoma muy común pero, en ese caso, no se nos especifica la enfermedad que la originó. No cabe duda de que Jesús sanó a muchas personas con fiebre. Probablemente, esa buena mujer era anciana y, como es preceptivo con las personas mayores, la cuidaban con suma ternura y la trataban con respeto. Pero ahora estaba en cama, con fiebre. Sin los antipiréticos y los antibióticos de nuestros días, en aquel tiempo, en caso de enfermedad, poco se podía hacer salvo guardar cama. Por eso la enfebrecida suegra de Pedro encontró un lugar apacible donde reposar.
Jesús y sus discípulos se habían dirigido a la casa de Pedro con el fin de disfrutar de un más que merecido tiempo de descanso y asueto. En lugar de ser acogidos como de costumbre, con alegres saludos e invitaciones, los caminantes fueron recibidos a la puerta con susurros y expresiones graves.  Un enfermedad es cosa seria incluso para los jóvenes, pero para un anciano puede ser fatal.
Jesús acababa de bajar de la montaña, donde había sanado a muchos de sus enfermedades. La enfermedad no era ningún problema para Jesús. De él se había profetizado: «El espíritu de Jehová, el Señor, está sobre mí, porque me ha ungido Jehová.
Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel» (Isa. 61:1).
¿Cómo la sanó? Le tocó la mano. No como hacen los médicos, para tomar el pulso, sino para sanarla. La Biblia dice que la fiebre desapareció por completo y ella se levantó para servirlos. Por lo general, cuando alguien se recupera de un estado febril, se encuentra débil y agotado. Pero su recuperación había sido tan buena que, de inmediato, se ocupó de los asuntos de la casa y los servía.
¿Alguna vez lo sanó Jesús? ¿Le perdonó sus pecados? ¿Puso paz en su corazón? Entonces ¿por qué no extender la mano y ayudar a otros? Puede ser una gran bendición. Basado en Mateo 8: 14, 15

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill