En sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin manan delante del trono de Dios (Apocalipsis 14:5).
Resulta interesante notar que nuestra boca es testigo de nuestra conducta. Aunque no siempre los testigos son fieles, en un juicio se trata de hallar la verdad por medio de testimonios sólidos, sin contradicciones. Por supuesto, no en todos los casos se logra. La historia recoge innumerables juicios en que algunos testigos no han sido fieles y una sentencia condenatoria ha recaído sobre personas inocentes.
Este texto de hoy nos amonesta a que en nuestra boca no sea hallada mentira. Tal vez te preguntes: ¿Es que acaso existe alguien que nunca haya dicho una mentira? Yo no creo que Dios nos pida que nunca hayamos cometido pecado para considerarnos sin mancha delante de él. Si así fuera, no necesitaríamos la justicia de Cristo ni su sangre redentora. Más bien pienso que Dios se refiere a aquellas personas que, aunque pecadoras y sujetas a errores, no se complacen en la mentira y buscan constantemente la verdad.
¡Cuan grande es el amor divino! Yo, una mujer manchada por las consecuencias del pecado, puedo ser hallada sin mancha, limpia, inmaculada, pura, delante de los ojos de un üíos santo. ¿Te has puesto a pensar que tu pasado puede quedar completamente emblanquecido por la sangre preciosa de tu Salvador, Cristo Jesús? Quizás venga a tu mente el recuerdo tormentoso de algunas mentiras que causaron mucho sufrimiento a otras personas. Quizás una difamación, una crítica demasiada dura, algo que no era totalmente verdad y que afectó e hirió corazones inocentes... Puede ser que tal recuerdo te atormente y que la culpabilidad no te deje permanecer con la trente en alto.
Aunque es cierto que las consecuencias se sufren, no es menos cierto que Dios tiene un bálsamo consolador, una lejía potente y un amor capaz de sanar las heridas más profundas. Es ese Dios el que te invita a presentarte ante su presencia con un corazón sucio y manchado por el pecado, pero con la fe en que será transformado por su gracia redentora. Entonces serás sin mancha delante de su presencia.
Clama fervientemente: «Señor, quiero estar en tu presencia vestida con el manto de justicia de Cristo».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Resulta interesante notar que nuestra boca es testigo de nuestra conducta. Aunque no siempre los testigos son fieles, en un juicio se trata de hallar la verdad por medio de testimonios sólidos, sin contradicciones. Por supuesto, no en todos los casos se logra. La historia recoge innumerables juicios en que algunos testigos no han sido fieles y una sentencia condenatoria ha recaído sobre personas inocentes.
Este texto de hoy nos amonesta a que en nuestra boca no sea hallada mentira. Tal vez te preguntes: ¿Es que acaso existe alguien que nunca haya dicho una mentira? Yo no creo que Dios nos pida que nunca hayamos cometido pecado para considerarnos sin mancha delante de él. Si así fuera, no necesitaríamos la justicia de Cristo ni su sangre redentora. Más bien pienso que Dios se refiere a aquellas personas que, aunque pecadoras y sujetas a errores, no se complacen en la mentira y buscan constantemente la verdad.
¡Cuan grande es el amor divino! Yo, una mujer manchada por las consecuencias del pecado, puedo ser hallada sin mancha, limpia, inmaculada, pura, delante de los ojos de un üíos santo. ¿Te has puesto a pensar que tu pasado puede quedar completamente emblanquecido por la sangre preciosa de tu Salvador, Cristo Jesús? Quizás venga a tu mente el recuerdo tormentoso de algunas mentiras que causaron mucho sufrimiento a otras personas. Quizás una difamación, una crítica demasiada dura, algo que no era totalmente verdad y que afectó e hirió corazones inocentes... Puede ser que tal recuerdo te atormente y que la culpabilidad no te deje permanecer con la trente en alto.
Aunque es cierto que las consecuencias se sufren, no es menos cierto que Dios tiene un bálsamo consolador, una lejía potente y un amor capaz de sanar las heridas más profundas. Es ese Dios el que te invita a presentarte ante su presencia con un corazón sucio y manchado por el pecado, pero con la fe en que será transformado por su gracia redentora. Entonces serás sin mancha delante de su presencia.
Clama fervientemente: «Señor, quiero estar en tu presencia vestida con el manto de justicia de Cristo».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera