Debes ser un ejemplo para los creyentes en tu modo de hablar y de portarte, y en amor; fe y pureza de vida. 1 Timoteo 4:12.
Un grupo de viejas amigas se reúne para pasar el día juntas.
—¡Montemos bicicleta a la orilla del lago, como en los viejos tiempos! — Sugiere Arlene.
—¡Pero yo no he manejado una bicicleta desde hace años! —responde Nancy.
—No te preocupes —contesta Arlene—. Ese software todavía está en tu cerebro, aunque no hayas recurrido a él durante años.
Si alguna vez aprendiste a manejar bien la bicicleta, esa información, el software, está todavía archivado en tu cerebro, aunque no lo hayas hecho desde hace varios años. Y lo mismo ocurre si aprendiste, por ejemplo, a nadar o a tocar la guitarra. ¿Cómo es eso?
Arlene Taylor, quien es hoy una especialista en funciones cerebrales, explica que los hábitos son como un programa de computación que funciona en nuestro cerebro a través de las neuronas. Cuando repetimos muchas veces una acción, se forma en el cerebro algo así como un camino o sendero por donde «corre» el hábito. Lo que esto quiere decir es que, cuando ya está establecido en el cerebro, el hábito nos impulsa a actuar en forma consecuente y predecible (Women of Spirit [Mujeres de espíritu], abril de 2005, pp. 6, 7).
Esta característica de los hábitos ha sido bien ilustrada por la historia de la mula ateniense, que el pastor Sergio V. Collins narra en el libro La personalidad triunfadora del joven moderno. Cuenta ese relato que durante la construcción de la Acrópolis de Atenas, se usaron muchas mulas para el transporte de piedras cerro arriba. Una de ellas, quizás porque se enfermó de reumatismo o porque ya estaba muy vieja, fue «jubilada». Lo curioso del caso fue que, hasta el día de su muerte, la vieja mula siguió subiendo y bajando el cerro con las demás mulas jóvenes, ¡aunque no llevaba carga alguna sobre el lomo! ¡Qué tremendo el poder de los hábitos!
Si, por ejemplo, has cultivado el hábito de la buena lectura, de hacer ejercicio físico, de ingerir alimentos sanos, de orar, de acostarle y levantarte temprano, etc., esos buenos hábitos le acompañarán mientras vivas. Pero si son malos, vas a tener que «declararles la guerra» hoy mismo. Es verdad, no lograrás eliminarlos de un día para el otro, pero recuerda que todo lo puedes en Cristo que te fortalece.
A partir de hoy, ayúdame. Padre, a cultivar hábitos que glorifiquen tu nombre.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala