Orando en todo tiempo con toda oración y suplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos (Efesios 6:18).
Estaba sentada en el patio de mi casa conversando con mi hija de 6 años acerca del jardín de infantes, de la escuela, del próximo cumpleaños del abuelo y de nuestras últimas vacaciones en Austria. De pronto, el rostro de Janina adquirió una expresión pensativa. Se puso de pie de un salto, corrió al corredor y miró el reloj. Por un tiempo no se movió; estaba atónita.
Cuando volvió al patio conmigo, se sentó a mi lado, juntó las manos en oración y cerró los ojos. Habló para sí misma en un tono muy suave. Había un completo silencio. Yo me preguntaba de qué se trataría eso. Finalmente, Janina abrió los ojos y me dijo: "Mi amiga, Samira, está haciendo un examen hoy en la escuela. Ella me mostró a qué hora sería, y de qué forma estarían las manecillas del reloj. Le prometí que estaría pensando en ella; y sé que Dios la puede ayudar".
Me sentía emocionada por la fe de esta niña, y la abracé fuertemente. ¡Que simple y natural es orar para un niño pequeño! ¡Qué bueno sería que nosotras, como adultas, pudiésemos hacer lo mismo! A Dios le encanta que lo incluyamos en nuestras actividades diarias. Él añora compartir nuestros gozos y tristezas. Dios responde las oraciones. ¡El orar hace la diferencia!
¡Qué privilegio es dejar cada nuevo día al cuidado y la orientación de un padre amante! Saber que nada me puede ocurrir en la vida sin que primero pase ante la vista de Dios me ayuda a enfrentar cada nuevo día con fe.
La oración es una de las experiencias supremas que Dios nos ofrece para aliviar nuestro nivel de estrés. Al final de cada día podemos entregar en las manos de Dios todo lo que ha representado una carga, tristeza o dolor. Más aún quiere que hagamos esto una y otra vez.
Sin embargo, no es solo en los tiempos difíciles que hablo con Dios, sino también en los momentos felices. Algunas situaciones de la vida me exigen más de lo que puedo dar. En esos momentos, me ayuda mucho recordar que conoce y me comprende.
Gracias, Señor, por este día, por el gozo que me das y por que me conoces y me amas.
Estaba sentada en el patio de mi casa conversando con mi hija de 6 años acerca del jardín de infantes, de la escuela, del próximo cumpleaños del abuelo y de nuestras últimas vacaciones en Austria. De pronto, el rostro de Janina adquirió una expresión pensativa. Se puso de pie de un salto, corrió al corredor y miró el reloj. Por un tiempo no se movió; estaba atónita.
Cuando volvió al patio conmigo, se sentó a mi lado, juntó las manos en oración y cerró los ojos. Habló para sí misma en un tono muy suave. Había un completo silencio. Yo me preguntaba de qué se trataría eso. Finalmente, Janina abrió los ojos y me dijo: "Mi amiga, Samira, está haciendo un examen hoy en la escuela. Ella me mostró a qué hora sería, y de qué forma estarían las manecillas del reloj. Le prometí que estaría pensando en ella; y sé que Dios la puede ayudar".
Me sentía emocionada por la fe de esta niña, y la abracé fuertemente. ¡Que simple y natural es orar para un niño pequeño! ¡Qué bueno sería que nosotras, como adultas, pudiésemos hacer lo mismo! A Dios le encanta que lo incluyamos en nuestras actividades diarias. Él añora compartir nuestros gozos y tristezas. Dios responde las oraciones. ¡El orar hace la diferencia!
¡Qué privilegio es dejar cada nuevo día al cuidado y la orientación de un padre amante! Saber que nada me puede ocurrir en la vida sin que primero pase ante la vista de Dios me ayuda a enfrentar cada nuevo día con fe.
La oración es una de las experiencias supremas que Dios nos ofrece para aliviar nuestro nivel de estrés. Al final de cada día podemos entregar en las manos de Dios todo lo que ha representado una carga, tristeza o dolor. Más aún quiere que hagamos esto una y otra vez.
Sin embargo, no es solo en los tiempos difíciles que hablo con Dios, sino también en los momentos felices. Algunas situaciones de la vida me exigen más de lo que puedo dar. En esos momentos, me ayuda mucho recordar que conoce y me comprende.
Gracias, Señor, por este día, por el gozo que me das y por que me conoces y me amas.
Sandra Widulle
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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Autora: Ardis Dick Stenbkken