«El hombre iracundo provoca conflictos; el que se controla, aplaca las rencillas» (Proverbios 15: 18).
Originalmente se llamó Sarai, pero después cambió su nombre por Sara (princesa) cuando se le prometió que sería madre de naciones y reyes (Génesis 17: 15-16). Sara acompañó a Abraham en su trayecto de Ur de los caldeos a Harán y finalmente a la tierra de Canaán. Permaneció estéril la mayor parte de su matrimonio, pero un día el Señor le prometió a su esposo que tendría descendencia. Diez años después Sara seguía infértil. Así que le dio a su esposo a Agar como concubina. De esa unión nació Ismael. Esa situación ocasionó una terrible crisis en su matrimonio. Varios años después de la promesa original a Abraham, de manera providencial, Sara quedaría embarazada y daría a luz a Isaac.
Junto a su esposo, Sara tuvo que mudarse más de una vez a tierras extrañas y enfrentar diversos desafíos. Pero fue una mujer que supo cambiar y adaptarse conforme se presentaban las circunstancias. También supo enmendar sus errores y tolerar los fallos de su marido.
En la vida los cambios son fundamentales para disfrutar los espacios de felicidad que Dios nos da. Esto es cierto particularmente en lo que se refiere al amor. El amor exige cambios, adaptación, colaboración, acomodación, armonía. Desde este punto de vista, el amor se refleja en los cambios que implementamos en nuestras vidas.
Así es como, por amor, modificamos algunos hábitos que amenazan con destruir la sana convivencia del hogar; por amor decidimos mejorar nuestros hábitos alimentarios para prevenir futuras enfermedades; por amor prometemos ser más prudentes a la hora de convivir con nuestros compañeros de trabajo; y claro, por amor aceptamos confiar en la Palabra de Dios para que produzca el mayor de los cambios de la vida: la transformación de nuestro corazón. Por eso, dice el profeta Ezequiel: «Os rociaré con agua pura, y quedaréis purificados. Os limpiaré de todas vuestras impurezas e idolatrías. Os daré un nuevo corazón, y os infundiré un espíritu nuevo; os quitaré ese corazón de piedra que ahora tenéis, y os pondré un corazón de carne» (Ezequiel 36: 25-26, CST).
El amor nos desafía a ser distintos y a ofrecer lo mejor de nosotros a las personas que nos rodean. Por lo tanto, si de verdad queremos amar, es importante aceptar la propuesta que Dios nos da: «De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!» (2 Corintios 5: 17).
Pide hoy al Señor que te ayude a dar lo mejor de ti a tus seres amados.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA JÓVENES 2020
UNA NUEVA VERSIÓN DE TI
Alejandro Medina Villarreal
Lecturas devocionales para Jóvenes 2020.