Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios. 1 Juan 3:1
Wayne Rice, autor de varios libros de ilustraciones para jóvenes, cuenta la historia de un antiguo monasterio que durante muchos años fue el orgullo del pueblo. Día tras día, sus limpias instalaciones y florecientes jardines atraían a numerosos visitantes. Sin embargo, con el paso de los años perdió su belleza y atractivo. Finalmente, solo quedaron cinco monjes.
Cierto día, mientras los cinco monjes discutían lo que podían hacer para salvar la institución, uno de ellos sugirió pedir consejo a un anciano que vivía en la montaña. Así lo hicieron, pero fue grande el chasco de ellos cuando el hombre los dijo que no había nada que él pudiera hacer para ayudarlos. Solo les dijo: «Uno de ustedes es profeta».
Los monjes se retiraron, pero en la mente de cada uno quedó resonando la declaración: «Uno de ustedes es profeta». Durante días y días, cada monje meditó en el significado de esas palabras. «¿Quién de nosotros será el profeta?», se preguntaban. Entonces comenzó a suceder algo inusual. Como cualquiera de ellos podía ser el profeta, el trato entre ellos se tornó cordial y respetuoso. Cada uno brindaba a los demás un trato digno de profeta, pero a la vez se conducía personalmente como lo haría un profeta.
Y el asunto no quedó ahí. También las instalaciones fueron objeto de un cuidado esmerado, pues el lugar debía ser digno de un profeta. Fue así como el monasterio recuperó su gloria pasada. Al poco tiempo también comenzaron a regresar los visitantes, para disfrutar del ambiente cordial y de la belleza que otra vez llenaban el lugar (Hot Illustrations for Youth Talks [Ilustraciones candentes para charlas con jóvenes] pp. 112-115).
¿Qué lecciones nos enseña este relato? Una, que tenemos que brindar a cada ser humano un trato respetuoso; no por ser profeta, sino por ser un hijo de Dios. Otra, que tú y yo también somos seres dignos y de noble origen, por lo cual debemos ciamos el valor que tenemos, y esperar que los demás nos traten de acuerdo con ese valor.
Caminemos hoy con la frente en alto, como hijos del Rey de todo el universo, y tratemos a nuestros semejantes como lo que son: hijos de nuestro Padre celestial y participantes con nosotros en la herencia que Dios nos ha prometido (Rom. 8: 17).
Gracias, Señor, porque soy un ser digno, de noble origen y con un glorioso destino.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala