martes, 3 de enero de 2012

¡QUÉ MUNDO TAN COLORIDO!

«El oro de esa región es fino, y también hay resina fina y piedra de ónice» (Génesis 2: 1 2).

Para nuestra aventura de hoy necesitarás un martillo, un cincel y un saquito que puedas llevar colgado al hombro. ¡Vamos a recoger piedras! Hoy buscaremos una piedra que se llama ónice.
¿Cómo se ve el ónice? Bueno, la próxima vez que pases por una dulcería, entra en ella y pide caramelos de regaliz. No me refiero a unos que son largos, sino a los que son cuadrados y tienen varias capas de colores. Así se ve el ónice. Se trata de una piedra muy hermosa y colorida que la gente ha usado durante miles de años como adorno.
Las capas de colores del ónice son como las personas que vivimos en el mundo. Todas distintas. Todas las personas somos diferentes: tenemos ideas diferentes, cabellos diferentes, talentos diferentes, y la piel diferente. Juntos conformamos un hermoso cuadro de la creación de Dios. En vez de molestarnos con esas diferencias, disfrutémoslas como Dios disfruta de ellas.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

¿TE GUSTARÍA CAMBIAR DE NOMBRE?

Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Juan 10: 10).

En una ocasión, una dama muy allegada a mi familia me dijo:
—Creo que me voy a cambiar el nombre. Voy a llamarme Dolores.
—Me gusta ese nombre —le dije— pero, ¿por qué quieres cambiártelo?
Ella me contestó que a veces le parecía estar llegando al límite de sus fuerzas por causa de tantos «achaques» y «dolores» que estaba sufriendo. Luego continuó diciendo:
—Algunos días me parecen muy negros porque me asalta un dolor de cabeza tan fuerte que quisiera arrancármela. Cuando al fin se me alivia la cabeza, me empiezan a doler las articulaciones y entonces tengo que empezar a tomar analgésicos. Apenas dejan de dolerme las articulaciones comienzo a sentir un terrible dolor de estómago, provocado por los medicamentos. En una ocasión, cuando me parecía que ya estaba mejor, me caí por las escaleras y me hice daño en las rodillas y los codos. ¡Parece que cuando no tengo ningún dolor, salgo a buscarlo! —concluyó con cierta ironía.
Querida amiga, ¿acaso te sucede a ti algo parecido? ¿Tienes toda una gama completa de dolores y no sabes qué hacer ellos? Recordemos la hermosa promesa que el Señor hace a todos sus hijos e hijas: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10: 10).
Además de dejarnos esta promesa, Dios nos ha dado la fórmula de la abundancia: recordar que la salud física depende en gran medida de la actitud que tomemos ante la v de nuestra confianza en el Señor. Si somos pesimistas, no solo menguarán nuestras facultades mentales, sino también las físicas. El consejo de Dios es: «Estad siempre gozosos» (1 Tes. 5: 16).
Muchos dolores y achaques tienen su origen en la mente. Cuando no somos capaces de gestionar de manera adecuada las frustraciones del diario vivir y las crisis existenciales que a veces nos asaltan, podemos llegar a experimentar diversas dolencias. La actitud mental negativa puede ser superada si ponemos toda nuestra confianza en Dios. Su promesa es: «Te acostarás y no habrá quien te espante» (Job 11:19).
Amigas, el mejor nombre que podemos tener no es Dolores, sino Hija de Dios. ¡Seamos personas felices para que podamos sentirnos realizadas!

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Erna Alvarado es directora de Ministerio de la Mujer y del Ministerio infantil de la Unión Interoceánica. Mexico.

EL PROFETA

Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios. 1 Juan 3:1

Wayne Rice, autor de varios libros de ilustraciones para jóvenes, cuenta la historia de un antiguo monasterio que durante muchos años fue el orgullo del pueblo. Día tras día, sus limpias instalaciones y florecientes jardines atraían a numerosos visitantes. Sin embargo, con el paso de los años perdió su belleza y atractivo. Finalmente, solo quedaron cinco monjes.
Cierto día, mientras los cinco monjes discutían lo que podían hacer para salvar la institución, uno de ellos sugirió pedir consejo a un anciano que vivía en la montaña. Así lo hicieron, pero fue grande el chasco de ellos cuando el hombre los dijo que no había nada que él pudiera hacer para ayudarlos. Solo les dijo: «Uno de ustedes es profeta».
Los monjes se retiraron, pero en la mente de cada uno quedó resonando la declaración: «Uno de ustedes es profeta». Durante días y días, cada monje meditó en el significado de esas palabras. «¿Quién de nosotros será el profeta?», se preguntaban. Entonces comenzó a suceder algo inusual. Como cualquiera de ellos podía ser el profeta, el trato entre ellos se tornó cordial y respetuoso. Cada uno brindaba a los demás un trato digno de profeta, pero a la vez se conducía personalmente como lo haría un profeta.
Y el asunto no quedó ahí. También las instalaciones fueron objeto de un cuidado esmerado, pues el lugar debía ser digno de un profeta. Fue así como el monasterio recuperó su gloria pasada. Al poco tiempo también comenzaron a regresar los visitantes, para disfrutar del ambiente cordial y de la belleza que otra vez llenaban el lugar (Hot Illustrations for Youth Talks [Ilustraciones candentes para charlas con jóvenes] pp. 112-115).
¿Qué lecciones nos enseña este relato? Una, que tenemos que brindar a cada ser humano un trato respetuoso; no por ser profeta, sino por ser un hijo de Dios. Otra, que tú y yo también somos seres dignos y de noble origen, por lo cual debemos ciamos el valor que tenemos, y esperar que los demás nos traten de acuerdo con ese valor.
Caminemos hoy con la frente en alto, como hijos del Rey de todo el universo, y tratemos a nuestros semejantes como lo que son: hijos de nuestro Padre celestial y participantes con nosotros en la herencia que Dios nos ha prometido (Rom. 8: 17).

Gracias, Señor, porque soy un ser digno, de noble origen y con un glorioso destino.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LA PALABRA DE DIOS ES ALIMENTO

«¡Cuan dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Más que la miel a mi boca!» (Salmo 119: 103).

Durante el tiempo que vivió en la tierra, todo lo que hizo Jesús estuvo íntimamente relacionado con su uso de las Escrituras. Desde que en el templo, cuando contaba solo con doce años de edad, enseñaba a los ancianos hasta que, en la cruz, exclamó: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?», las Escrituras fueron su guía.
Cuando Satanás lo tentó en el desierto, Jesús venció con las palabras: «Escrito está». Cuando los fariseos trataron de ponerle alguna trampa, él usó la Palabra de Dios para mostrarles su error: «¿Qué dice la Escritura?»; «¿No habéis leído?»; «¿No está escrito?».
Jesús siempre citaba las Escrituras para mostrar a sus discípulos que sufriría, moriría y resucitaría. Dijo: «¿Cómo se cumplirían, si no, las Escrituras?». Colgado en la cruz, citó palabras que ya estaban en las Escrituras: «¿Por qué me has desamparado?»; y finalmente: «En tus manos encomiendo mi espíritu». Me encanta cuidar un huerto. No siempre hemos podido tener uno. Sin embargo, cuando ha sido posible, indefectiblemente, en casa ha habido huerto. A veces cultivo frijoles. Me gustan los frijoles. Un frijol es una semilla y, al mismo tiempo, también puede ser alimento. De la misma manera, la Biblia es a la vez semilla y alimento. Cuando leemos la Biblia, como si fuera una semilla regada por el Espíritu Santo, en nuestro corazón empieza a germinar la vida espiritual. Del mismo modo que comemos frijoles para alimentarnos, la lectura diaria de la Palabra de Dios nos sostiene y nos alimenta.
Si usted desea ser un hombre de Dios, fuerte en la fe, lleno de bendición, rico en frutos para la gloria de Dios, tendrá que estar lleno de la Palabra de Dios. Haga como Cristo y permita que la Palabra se convierta en su pan. Haga que viva abundantemente en usted. Haga que su corazón se llene de ella. Aliméntese con ella. Crea en ella. Obedézcala.
Cada lectura diaria está acompañada por un versículo para memorizar. Apréndalo y medite en su significado a medida que transcurre el día. Tenga la seguridad de que, cuando use las Escrituras como Cristo las usaba, ellas harán por usted lo mismo que hicieron por él.
(Basado en Mateo 4:4)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill