sábado, 14 de abril de 2012

NO ES UNA HIERBA COMÚN


«Y que diariamente y sin falta se entregue a los sacerdotes de Jerusalén, según sus indicaciones, todo lo que necesiten, sean becerros, carneros o corderos para los holocaustos al Dios del cielo; o bien trigo, sal, vino o aceite» (Esdras 6:9).

Esdras 6:9 nos muestra que Dios espera todo de parte de su pueblo. Nos dice que una de las cosas que Dios quería que su pueblo le llevara era trigo. Ayer estuvimos en un campo de cebada y descubrimos que los israelitas la utilizaban para hacer pan. El trigo es otro grano que, al igual que la cebada, también puede ser usado para hacer pan.
De hecho, tanto e trigo como la cebada son dos clases de plantas. Es decir, nosotros sacamos el pan de las plantas. A nadie se le ocurriría comerse una planta de su jardín, pero Dios hizo diferentes tipos de plantas, algunas tan especiales que producen semillas que podemos comer
Dios también te considera muy especial. Tanto, que permitió que su Hijo muriera para que pudieras estar algún día con él en el cielo para siempre. Hoy, mientras caminamos por este sembradío de trigo, recuerda que tú eres especial, que Dios te ama y que regresará pronto a buscarte.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

TÚ Y ÉL


Toda la tierra te adorará y cantará a ti; cantarán a tu nombre (Salmo 66:).

Cada día y cada mañana disfrutamos de todas las bendiciones y privilegios que nuestro Dios nos concede, a pesar de que prácticamente ni nos damos cuenta de ellos. Lamentablemente, por lo general no vemos ni apreciamos las bellezas naturales que nos rodean, debido a que el mundo está lleno de tinieblas y dolor.
Por eso, yo te aconsejo: ten una cita con el Señor cada mañana. No importa si es tan solo de quince minutos, o tal vez de una hora. Habla con él, dile y cuéntale cada uno de tus planes para el día. Antes de empezar tus actividades cotidianas escucha el hermoso canto de alabanza de los pajarillos; deléitate escuchando sus trinos, porque ellos dan gloria a Dios. Observa cómo se van disipando las tinieblas y va apareciendo el nuevo día. Percibe la frescura de la mañana. Cuando menos lo pienses, habrás pasado un buen rato con Jesús, habrás orado y te habrás fortalecido para empezar un nuevo día. Salir de casa o acometer las tareas diarias sin esa cita previa con nuestro Dios, es un riesgo demasiado grande, pues por nosotras mismas no siempre podemos afrontar los obstáculos que se van presentando en nuestro camino.
Recuerda, querida hermana, el siguiente consejo: «Presenta a Dios tus necesidades, gozos, tristezas, cuidados y temores. No puedes agobiarlo ni cansarlo [...]. Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas y aun por nuestra presentación de ellas. Ninguna cosa es demasiado grande para que él no pueda soportarla; él sostiene los mundos y gobierna todos los asuntos del universo. Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan oscuro que él no pueda leer, ni perplejidad tan grande que él no pueda desenredar. Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo puede alegrar, ninguna oración sincera escapar de los labios, sin que el padre celestial esté al tanto de ello, sin que tome en ello interés inmediato» (Mente carácter y personalidad t. 2  p. 127).
¡Que Dios te bendiga, y que puedas tener la experiencia de pasar los primeros momentos del día en oración!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Enedelia García Sánchez 

¿DEBER O PRIVILEGIO?


Prefiero ser portero del templo de mi Dios, que vivir en lugares de maldad. Salmo 84:10.

El pastor Jonás Arrais cuenta la historia de un pastor que se preparó lo mejor que pudo para predicar un miércoles de noche. Su chasco fue grande cuando encontró que solamente cuatro personas estaban en la iglesia: tres ancianitas y un joven. «Al menos debo dar gracias por estos cuatro que han asistido», pensó.
El pastor entonces elevó una corta oración de gratitud: «Te doy gracias, Dios, por estos cuatro hijos tuyos que vinieron a adorarte; porque te pusieron en primer lugar a pesar de sus muchas ocupaciones. De manera especial, te doy gracias por este valiente joven que prefirió venir a la iglesia en lugar de quedarse en casa viendo el juego de fútbol que están trasmitiendo por la televisión...».
Apenas escuchó estas palabras, el joven se levantó de un salto diciendo: «¡El juego de fútbol! ¡Se me había olvidado!». Y con estas palabras, salió de la iglesia corriendo (Adventist Review, octubre de 2002, p. 8).
¿Cuál es nuestra motivación principal al ir a la iglesia? ¿Encontramos con nuestros amigos? ¿Ir porque esa es la costumbre? ¿O porque no tenemos nada más que hacer en ese momento?
Según nos dice nuestro texto de hoy (Sal. 84: 10), al Salmista no le importa ser el portero del templo con tal de estar en la presencia de Dios. El disfruta de la compañía de su Creador; se alegra en su presencia (ver Sal. 16:11). Para él, venir ante Dios no es un deber. Es un privilegio.
¿Es una carga para nosotros estar en compañía de nuestros mejores amigos o amigas? ¿Es un sacrificio estar con las personas que amamos? ¡Por supuesto que no! Consideremos entonces todo un honor estar en la presencia de Dios. Adorémoslo, no por lo que ha hecho por nosotros, ni por la vida eterna que promete. Adorémoslo por lo que él es: un Ser digno de toda alabanza, nuestro amante Salvador. Y demos gracias porque su amado Hijo prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
¡Gracias, Padre celestial, por el privilegio de estar cada día en tu presencia y de adorarte en tu santo templo!

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

CONFÍE EN EL SEÑOR


«Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová, el Señor, está la fortaleza de los siglos»  (Isaías 26:4).

En medio de aquel mar agitado por la tempestad, Jesús dormía en la barca de pesca pero la insistencia de sus discípulos lo había despertado. En cambio, él no manifestó ni prisa ni pánico. Sencillamente, se levantó y reprendió al viento y al mar. Lo hizo porque era el Dios de la naturaleza, el Soberano del mundo, el Todopoderoso.
Le resultó sumamente fácil: bastó con que de su boca saliera una sola palabra. Moisés había separado las aguas del Mar Rojo con una vara; Josué detuvo el Jordán con el Arca de la Alianza; Elíseo, con su manto; a Cristo, en cambio, le bastó una palabra para dominar las aguas. Él tiene dominio absoluto sobre toda la creación.
Inmediatamente sobrevino una gran calma. Por lo general, tras una tempestad el agua está tan agitada que tarda un tiempo en calmarse. No obstante, cuando Cristo pronunció la palabra, además de cesar la tempestad, todos sus efectos desaparecieron y el mar recobró la tranquilidad y la calma.  Los discípulos estaban atónitos. Conocían bien el  mar y jamás habían visto que una tempestad amainara tan rápidamente. Obviamente, era un milagro. Era obra del Señor y, por lo tanto, para ellos era un prodigio.
Los discípulos quedaron impresionados. Se preguntaban quién era Jesús. Cristo era extraordinario.
Todo en él era admirable. Nadie era tan sabio, tan poderoso ni tan agradable como él. ¿Y por qué? Hasta el mar y los vientos lo obedecen. Otros pretenden curar enfermedades, pero él es el único que puede dominar los vientos. Ignoramos los caminos del viento (Juan 3:8), menos aún lo controlamos. Pero Aquel que saca el viento «de su depósito» (Sal. 135:7), una vez fuera, lo encierra «en sus puños» (Prov. 30: 4). Si puede hacer esto, ¿qué no hará?
Jesús puede hacer por nosotros lo mismo que hizo como Dios de la naturaleza. El mismo poder que calmó el mar puede apaciguar nuestros temores (Sal 65:7). Basta una palabra de ese mismo Jesús para que la calma siga a las grandes tormentas del alma dudosa y apesadumbrada. Lo único necesario es que acudamos a él con fe. Basado en Mateo 8: 23-27

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill