viernes, 27 de enero de 2012

TIENES MADERA DE GANADOR

«Haz un arca de madera de acacia, que mida un metro y diez centímetros de largo, sesenta y cinco centímetros de ancho, y sesenta y cinco centímetros de alto» (Génesis 25:10).

A medida que continuamos nuestra polvorienta excursión por el desierto con los israelitas, descubrimos que Dios tenía una tarea especia! para Moisés. Él quería que Moisés escogiera a los mejores trabajadores para que construyeran un cajón especial que se llamaría el «arca del pacto». Esta arca sería el lugar donde habitaría la presencia de Dios en medio de ellos.
Como podemos ver en el versículo de hoy, Dios quería que los carpinteros elaboraran esta caja de madera de acacia, la cual proviene de un árbol muy especial. Este es el único árbol del desierto lo suficientemente grande como para este trabajo. Dios no dio a estos hombres una variedad de opciones, sino que les pidió que hicieran lo mejor posible con los materiales que tenían a la mano.
A veces la gente pone excusas para no esforzarse en hacer las cosas de la mejor manera. Algunos se quejan de que no tienen lo necesario para hacer trabajo que Dios les ha pedido. Dios quiere que hagamos lo mejor con el tiempo y los talentos que él nos ha dado. Así que no hay excusa que valga, ¡mira a tu alrededor y usa lo que tengas para hacer lo mejor para Dios!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LIBERACIÓN EN JESÚS.

¿Pondrá el hombre juego en su seno sin que ardan sus vestidos? (Proverbios 6: 27).

Hace tres años recibimos un regalo muy especial. Se llamaba Kikapú, una gata que resultó muy prolífera, ya que al poco tiempo de estar con nosotros teníamos siete hermosos gatitos más. Aunque al principio, aquello fue divertido, al poco tiempo los gatitos se convirtieron en un dolor de cabeza, pues trepaban por todas partes y hacían destrozos en casa. Limpiar sus necesidades tampoco era una tarea agradable para mis hijas. Por lo tanto decidimos que debíamos buscarles un nuevo hogar.
Trabajo en una escuela rural y pensé que podrían ser muy útiles para las familias de mis alumnos, pues los gatos mantienen alejados a los ratones e incluso a las víboras. ¡El problema era cómo atraparlos!
Recurrí a una bola de estambre. Empecé a moverla por el piso y enseguida eso llamó la atención de todos los gatitos. Sin embargo, después de un rato solamente uno de ellos permanecía interesado, siguiendo el movimiento de la bola sin perderla de vista. Poco a poco se acercaba y después, cuando se veía cerca de mí, retrocedía. No tardé mucho en atraparlos y los encerré en una caja. Sin embargo, varios de los gatitos lograron escapar. Pero no pudieron resistir el encanto de la bola de estambre, así que volví a atraparlos, y esta vez me aseguré de que no pudiera huir.
¡Qué lección para nuestras vidas! Nosotros somos como un gatito y Satanás es el que maneja la bola de estambre, que a su vez representa el pecado. La mueve ante nosotros como un cepo, para que acudamos y, gracias a nuestra debilidad, poder atraparnos en su red. Despertemos de ese sueño en el que pensamos que el pecado no nos atrapará aunque juguemos con él. Recordemos que la verdadera grandeza del hombre está en las pasiones que domina y no en las que lo dominan a él. Al final, mis hijas se compadecieron y secretamente liberaron a los gatitos, de la misma forma que el Señor Jesús nos ha liberado a nosotras.
Agradezcamos al Señor su invitación y aceptémosla, «acercándonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno» (Heb. 4:16).


Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Zurisaday Zazueta Norsagaray Mecánica dental.

EL GUSANITO DE LA ENVIDIA

Es cierto que al necio lo mata la ira y al codicioso lo consume la envidia. Job 5:2, RV95

Dicen que el envidioso se mata con sus propias flechas. La conocida historia de Dionisio y Damocles parece confirmarlo.
Dionisio era rey de Siracusa, una de las ciudades más ricas de Sicilia. Por ser el rey, vivía en un lujoso palacio rodeado de placeres. Pero también era objeto de la envidia de muchos, entre ellos de su amigo Damocles. Cada vez que se presentaba la oportunidad, Damocles decía que Dionisio debía ser el hombre más feliz del inundo. Un día Dionisio se cansó de escucharlo.
—Damocles, noto que me repites vez tras vez que soy el hombre más feliz del mundo. ¿Te gustaría cambiar de lugar conmigo?
—Si eso fuera posible —respondió Damocles—, nada me gustaría más.
Al día siguiente Damocles amaneció en el palacio y ocupó la silla real. Mientras comía y daba órdenes a los siervos, pensaba en lo dichoso que era: «Esto sí que es vida. Por nada del mundo lo cambiaría». Entonces se dispuso a beber de su copa. Al levantarla, por primera vez miró hacia el techo. Lo que vio lo paralizó en el acto: una filosa espada estaba justo sobre su cabeza, pendiendo de un finísimo hilo. Damocles quedó petrificado.
—¿Qué le pasa, amigo? —le preguntó Dionisio.
—¡Esa espada... que está... sobre... mi cabeza! ¿No la ves?
—Claro que la veo —respondió Dionisio—. Siempre está sobre la cabeza del rey. Porque verás, amigo mío, la vida del rey no es solo una vida de privilegios. También conlleva riesgos: alguien puede sublevarse, o intentar matarte; o, si gobiernas mal, puedes ser derrocado. Quien quiera disfrutar del poder, también tendrá que aceptar los riesgos del poder.
De más está decir que Damocles se sintió muy feliz cuando volvió a su vida normal. Había aprendido que en la vida, los beneficios conllevan responsabilidades. E imagino que también aprendió que «la mente tranquila es vida para el cuerpo, pero la envidia corroe hasta los huesos» (Prov. 14:30).
Si alguna vez sientes que el gusanito de la envidia intenta quitarte la paz, recuerda las palabras del poeta Joseph Addison. Dice él que para ser feliz, basta que tengamos tres cosas: algo útil que hacer, alguien a quien amar y algo que esperar.
Pensándolo bien, ¡tienes las tres!
Gracias, Padre, porque tengo cosa útiles que hacer, gente que amo y me ama, y algo bueno que esperar; la venida del Señor Jesús.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

GRACIAS A DIOS POR LA IGLESIA

«¡Venid, todos los sedientos, venid a las aguas! Aunque no tengáis dinero, ¡venid, comprad y comed! ¡Venid, comprad sin dinero y sin pagar, vino y leche!» (Isaías 55:1).

Una característica de los que tienen hambre y sed de justicia es que ponen todo su empeño en asistir fielmente a la iglesia. El creyente que tiene hambre y sed de justicia nunca desaprovecha la oportunidad de reunirse en la casa de Dios con otros que también tienen hambre y sed de justicia. En la iglesia nos alentamos mutuamente y, juntos, estudiamos la Palabra de Dios y oramos.
Asimismo, de ella salimos juntos para ganar almas para Cristo.
La Biblia no puede ser más clara: «No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca» (Heb. 10:25).
Por desgracia, también hay quienes afirman tener hambre y sed de justicia y en cambio han decidido quedarse en casa porque algunos miembros de la iglesia o los sermones del pastor no son de su agrado. Con frecuencia dicen que obtienen más bendiciones quedándose en casa que acudiendo a la iglesia. Quienes se obstinan en pensar que reciben más bendiciones en casa que en la iglesia, indefectiblemente, empiezan a perder el gusto por la justicia. Empiezan a consumir comida basura espiritual y al cabo de poco tiempo regresan al mundo.
Descuidar la asistencia a la iglesia tiene otro inconveniente. Quien así hace pronto empieza a inventarse sus propias doctrinas o se relaciona con quienes piensan de manera similar.
La iglesia integrada por miembros que tienen hambre y sed de justicia querrá compartir su fe con otros. Asimismo, organizará reuniones públicas, a la vez que sus miembros dan estudios bíblicos y distribuyen publicaciones. De todos es conocido el refrán: «Pájaros de un mismo plumaje vuelan juntos». De manera similar, la iglesia está formada por hombres y mujeres cuyo principal objetivo es vivir en justicia y santidad. Esto se manifiesta, primero, en el hogar y en la iglesia, así como en su trato con los vecinos y los compañeros de trabajo.
Usted pertenece al cuerpo de Cristo. Haga todo lo posible por asistir cada semana a la iglesia. Tenemos que estar muy agradecidos por la libertad que disfrutamos para asistir a la iglesia y alimentarnos con la Palabra de Dios. Ore por su iglesia, el pastor y por todos sus miembros. (Basado en Mateo 5:6).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill