No dará tu pie al resbaladero ni se dormirá el que te guarda. (Salmo 121:3)
Uno de los sentidos que yo más valoro es el de la vista. En mi familia ha habido casos de personas que no han gozado de buena visión, afectados por una malformación genética o por la enfermedad, e incluso por accidentes. Mi abuelo materno sufrió la desgracia de no poder ver durante quince años de su vida. Aunque era una persona muy jovial y todos lo queríamos muchísimo, el sufría porque no podía vernos. Por más que nos tocara y tratara de imaginar nuestra sonrisa, no podía disfrutarla como nosotros la suya.
Los médicos, reticentes a la hora de dar un pronóstico alentador, aconsejaban una intervención quirúrgica para evitar complicaciones. Mi madre elevo una oración pidiendo que se cumpliera la voluntad divina; y ante el asombro de la ciencia, mi abuelo no solo pudo ver a sus nietos, sino que volvió a leer los periódicos. Su restauración fue milagrosa.
No sé cuánto valoras tus ojos, pero yo no solo los aprecio mucho, sino que alabo el nombre de mi Dios porque sus ojos no son propensos a ninguna enfermedad ni malformación. Al contrario, los ojos de mi Dios velan por mí en todo momento.
Medita en este mensaje musical: «Tu que te sientes pequeña, / dirige tus ojos a Dios. / No dejes que las sombras te embarguen, / confía tu vida a Jesús. / Tu que muy triste te encuentras, / sumida en la soledad, / no temas clamar al Maestro, / promete a tu lado siempre estar».
Ante las perplejidades de la vida, frente al dolor o el sufrimiento, ¡puedes decir, como el salmista: «Mi socorro viene del Señor? Te invito a que en este momento leas el Salmo 121. Allí donde dice: «No se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel, coloca tu nombre, el de tus hijos, el de tu esposo, los de tus familiares, amistades, y de todos aquellos a los cuales quieras presentar delante del Señor sabiendo que tienes un Dios que sabe, un Dios que oye y un Dios que ve.
El Señor te guarde de todo mal; y guarde tu alma. Jehová guarde tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Uno de los sentidos que yo más valoro es el de la vista. En mi familia ha habido casos de personas que no han gozado de buena visión, afectados por una malformación genética o por la enfermedad, e incluso por accidentes. Mi abuelo materno sufrió la desgracia de no poder ver durante quince años de su vida. Aunque era una persona muy jovial y todos lo queríamos muchísimo, el sufría porque no podía vernos. Por más que nos tocara y tratara de imaginar nuestra sonrisa, no podía disfrutarla como nosotros la suya.
Los médicos, reticentes a la hora de dar un pronóstico alentador, aconsejaban una intervención quirúrgica para evitar complicaciones. Mi madre elevo una oración pidiendo que se cumpliera la voluntad divina; y ante el asombro de la ciencia, mi abuelo no solo pudo ver a sus nietos, sino que volvió a leer los periódicos. Su restauración fue milagrosa.
No sé cuánto valoras tus ojos, pero yo no solo los aprecio mucho, sino que alabo el nombre de mi Dios porque sus ojos no son propensos a ninguna enfermedad ni malformación. Al contrario, los ojos de mi Dios velan por mí en todo momento.
Medita en este mensaje musical: «Tu que te sientes pequeña, / dirige tus ojos a Dios. / No dejes que las sombras te embarguen, / confía tu vida a Jesús. / Tu que muy triste te encuentras, / sumida en la soledad, / no temas clamar al Maestro, / promete a tu lado siempre estar».
Ante las perplejidades de la vida, frente al dolor o el sufrimiento, ¡puedes decir, como el salmista: «Mi socorro viene del Señor? Te invito a que en este momento leas el Salmo 121. Allí donde dice: «No se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel, coloca tu nombre, el de tus hijos, el de tu esposo, los de tus familiares, amistades, y de todos aquellos a los cuales quieras presentar delante del Señor sabiendo que tienes un Dios que sabe, un Dios que oye y un Dios que ve.
El Señor te guarde de todo mal; y guarde tu alma. Jehová guarde tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera