«Ordena a los israelitas que te traigan aceite puro de oliva, para mantener las lámparas siempre encendidas» (Levítico 24:2).
Cuando los israelitas estaban realizando su travesía por el desierto, Dios les pidió que mantuvieran las lámparas del tabernáculo encendidas en todo momento. Los israelitas usaban lámparas de aceite, y Dios les pidió que usaran específicamente aceite de oliva en ellas. ¿Sabes de dónde sale el aceite de oliva? En los tiempos bíblicos, se elaboraban unas prensas especiales con dos tablones de madera. Las aceitunas, que son el fruto del olivo, eran aplastadas por estos dos tablones. Cuanto más fuertemente se aplastaban, más aceite se obtenía.
Lo curioso de las aceitunas es que para que germinen tiene que haber hecho mucho frío durante dos o tres meses del año. Si la temperatura no baja al menos a siete grados centígrados cada día durante un par de meses, las aceitunas no crecen. Afortunadamente, el clima ayudaba a los israelitas.
Al igual que a los olivos, a veces Dios nos hace pasar «en frío» por situaciones difíciles. Él quiere que crezca en nosotros el fruto del Espíritu, que comprende virtudes como la alegría, la bondad y la paciencia. Así que cuando atravesemos por ese tipo de momentos, antes de pedirle a Dios que nos saque de esa situación, pidámosle que nos ayude a desarrollar el «fruto» que necesitamos para ser mejores personas para él.
Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush