Por lo tanto, el reinado de Josafat disfrutó de tranquilidad, y Dios le dio paz por todas partes (2 Crónicas 20: 30).
Era una fría mañana de marzo de 1995. La noche anterior, mi hija Keyla y sus amiguitos hablan estado felices, compartían sonrisas con Carlos, mi bebé de 7 meses. Pero esa mañana mi esposo se asomó a la cuna y vio a Garlitos con sus ojos cerrados. Algo extraño pasaba. ¡El bebé no se movía y no respiraba!¡Había muerto sin causa aparente! Un profundo dolor me invadió. No sé si hay algo más duro en la vida que contemplar el cadáver de un hijo. Creí que Dios me había olvidado y me castigaba despiadadamente. ¿Pero qué podía haber hecho para merecer este castigo? Había orado por un hijo varón, pero ahora simplemente ya no estaba. Quería morirme y empecé a preguntar a Dios por qué me había pasado esto. Me enojé mucho con él; no podía entender y le exigía respuestas. ¿Por qué a mi bebé justamente le había tocado la «muerte de cuna»? ¡Eso no era justo! Mi amiga Dulce se quedó conmigo dos semanas que fueron reconfortantes para mí. Escuchó mis quejas y mi enojo. Con toda paciencia me enseñó a encontrar a Dios en medio de la confusión y la tristeza, y claro, ¡Dios estaba allí! Él está siempre cerca de nosotros. El Señor se había preocupado de que no estuviéramos solos al pasar por esa enorme tristeza. Nuestro Padre celestial entiende nuestra necesidad cuando preguntamos «por qué». Dios entiende si nos enojamos, pero le entristece que dudemos, porque la duda nos impide recibir el amor que nos ofrece. Sin embargo, «.. .el momento de mayor desaliento es cuando más cerca está la ayuda divina» (El Deseado de todas las gentes, p. 487). Vivimos en este mundo en guerra constante entre el bien y el mal. Dios no nos ha prometido un viaje sin dificultades pero sí un desembarque seguro. Todavía no he recibido respuesta a mis porqués, pero ya no la busco. Mi confianza está plena en un Dios que no se equivoca, que es grande y que conoce mi vida. Dios me ha regalado dos hermosas hijas que me hacen inmensamente feliz. Si hoy te sientes triste, olvidada de Dios, ahogada en algún problema, ve a un lugar apartado, ora a Dios y pídele que te cubra con su manto de gracia. Eso calmará todo tu temor y ansiedad. Yo lo he comprobado. Dios está cerca, muy cerca.
Era una fría mañana de marzo de 1995. La noche anterior, mi hija Keyla y sus amiguitos hablan estado felices, compartían sonrisas con Carlos, mi bebé de 7 meses. Pero esa mañana mi esposo se asomó a la cuna y vio a Garlitos con sus ojos cerrados. Algo extraño pasaba. ¡El bebé no se movía y no respiraba!¡Había muerto sin causa aparente! Un profundo dolor me invadió. No sé si hay algo más duro en la vida que contemplar el cadáver de un hijo. Creí que Dios me había olvidado y me castigaba despiadadamente. ¿Pero qué podía haber hecho para merecer este castigo? Había orado por un hijo varón, pero ahora simplemente ya no estaba. Quería morirme y empecé a preguntar a Dios por qué me había pasado esto. Me enojé mucho con él; no podía entender y le exigía respuestas. ¿Por qué a mi bebé justamente le había tocado la «muerte de cuna»? ¡Eso no era justo! Mi amiga Dulce se quedó conmigo dos semanas que fueron reconfortantes para mí. Escuchó mis quejas y mi enojo. Con toda paciencia me enseñó a encontrar a Dios en medio de la confusión y la tristeza, y claro, ¡Dios estaba allí! Él está siempre cerca de nosotros. El Señor se había preocupado de que no estuviéramos solos al pasar por esa enorme tristeza. Nuestro Padre celestial entiende nuestra necesidad cuando preguntamos «por qué». Dios entiende si nos enojamos, pero le entristece que dudemos, porque la duda nos impide recibir el amor que nos ofrece. Sin embargo, «.. .el momento de mayor desaliento es cuando más cerca está la ayuda divina» (El Deseado de todas las gentes, p. 487). Vivimos en este mundo en guerra constante entre el bien y el mal. Dios no nos ha prometido un viaje sin dificultades pero sí un desembarque seguro. Todavía no he recibido respuesta a mis porqués, pero ya no la busco. Mi confianza está plena en un Dios que no se equivoca, que es grande y que conoce mi vida. Dios me ha regalado dos hermosas hijas que me hacen inmensamente feliz. Si hoy te sientes triste, olvidada de Dios, ahogada en algún problema, ve a un lugar apartado, ora a Dios y pídele que te cubra con su manto de gracia. Eso calmará todo tu temor y ansiedad. Yo lo he comprobado. Dios está cerca, muy cerca.
Elizabeth Domínguez Hernández
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.