Porque raíz de todos los males es el amor al dinero (1 Timoteo 6:10).
¡Oro! ¡Mucho oro! Me hace gracia la forma en que mi pequeño de dos años repite estas palabras mientras le hablo de Baltasar por medio de dibujos animados. Las riquezas que se le concedieron al ser humano desde la creación, la forma en que los almacenes celestiales fueron derramados a raudales sobre la tierra que se ofreció a Adán, eran para el bien de la especie humana, no para su codicia. ¡Con cuanto horror vemos hoy personas muriendo de hambre, mientras otros despilfarran esos tesoros en cosas sin valor!
Hace poco estaba viendo un programa de televisión en el que se presentaba el caso de una muchacha que se había muerto por ingerir comida exótica. Miles y miles de dólares se derrochan en cosas que no aportan nada positivo a nuestra salud física ni mental. Contemplaba yo aquellas escenas y agradecía a Dios por tener tanta luz.
La gran pregunta es: «Si yo tuviera mucho dinero, ¿qué haría con él?». A veces le pedimos a Dios que nos conceda dinero, e incluso le prometemos que con el vamos a ayudar a los pobres y a suplir las necesidades de los más afligidos. Sin embargo Dios, que conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, a veces sonríe ante tal pedido, sabiendo que no nos puede dar más porque no seriamos capaces de manejarlo bien.
El mensaje musical para hoy nos muestra el amor desinteresado de Jesús al despojarse de sus riquezas para venir a morar entre la miseria de este mundo. También nos muestra la codicia del ser humano que cambia la salvación eterna por unas pocas monedas. ¿Cuándo vale tu salvación? ¿Qué precio das al amor divino?
«Su mansión de mármol dejo el Salvador / por salvar al hombre vil. / Esta vida es solo / un sueño terrenal, / cuando andas sin amor. / No hay satisfacción en riqueza mundanal / si se niega al Salvador. / Mas yo despreciaba su incomparable amor, / fui hundido en males mil. / Treinta piezas de plata dieron por Jesús. / Treinta piezas de plata, por él que es la luz. / Yo también tengo culpa de su muerte cruel. / Y te pido, oh Dios, me perdones por ser tan infiel».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
¡Oro! ¡Mucho oro! Me hace gracia la forma en que mi pequeño de dos años repite estas palabras mientras le hablo de Baltasar por medio de dibujos animados. Las riquezas que se le concedieron al ser humano desde la creación, la forma en que los almacenes celestiales fueron derramados a raudales sobre la tierra que se ofreció a Adán, eran para el bien de la especie humana, no para su codicia. ¡Con cuanto horror vemos hoy personas muriendo de hambre, mientras otros despilfarran esos tesoros en cosas sin valor!
Hace poco estaba viendo un programa de televisión en el que se presentaba el caso de una muchacha que se había muerto por ingerir comida exótica. Miles y miles de dólares se derrochan en cosas que no aportan nada positivo a nuestra salud física ni mental. Contemplaba yo aquellas escenas y agradecía a Dios por tener tanta luz.
La gran pregunta es: «Si yo tuviera mucho dinero, ¿qué haría con él?». A veces le pedimos a Dios que nos conceda dinero, e incluso le prometemos que con el vamos a ayudar a los pobres y a suplir las necesidades de los más afligidos. Sin embargo Dios, que conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, a veces sonríe ante tal pedido, sabiendo que no nos puede dar más porque no seriamos capaces de manejarlo bien.
El mensaje musical para hoy nos muestra el amor desinteresado de Jesús al despojarse de sus riquezas para venir a morar entre la miseria de este mundo. También nos muestra la codicia del ser humano que cambia la salvación eterna por unas pocas monedas. ¿Cuándo vale tu salvación? ¿Qué precio das al amor divino?
«Su mansión de mármol dejo el Salvador / por salvar al hombre vil. / Esta vida es solo / un sueño terrenal, / cuando andas sin amor. / No hay satisfacción en riqueza mundanal / si se niega al Salvador. / Mas yo despreciaba su incomparable amor, / fui hundido en males mil. / Treinta piezas de plata dieron por Jesús. / Treinta piezas de plata, por él que es la luz. / Yo también tengo culpa de su muerte cruel. / Y te pido, oh Dios, me perdones por ser tan infiel».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera