En cierta ocasión mis padres decidieron visitarme, en especial papá. Gracias a Dios llegaron bien. La mañana del día 14 de octubre de 2005 platiqué con él un momento, nos despedimos y me fui al trabajo. Nunca me imaginé que sería nuestra última conversación. Un infarto le arrebató la vida. Fue algo inesperado y desgarrador. Los amigos comenzaron a llegar para estar con nosotros y consolarnos. En aquellos momentos de profundo dolor, la hija de una amiga y compañera de trabajo llegó con una cartita en su mano, me abrazó y me la dio. La guardé por un momento, y luego leí su contenido: «Sé lo que se siente, yo también perdí a mi padre, pero a mí me duró menos tiempo que a usted».
Esas palabras han estado presentes hasta el día de hoy en mi mente. No somos los únicos que sufrimos. Cuando algo nos sucede, como humanos tendemos a mostrarnos egoístas, pero alrededor de nosotros hay personas que sufren. A esas personas que sufren debemos visitarlas y orar por ellas, platicar acerca de las promesas que existen en la Palabra de Dios.
Agradezco a Dios cada día por esas personas de gran corazón que en momentos de dolor nos llamaron por teléfono, oraron por nosotros, incluso nos visitaron. Ese espíritu de consolación estuvo siempre con nosotros y nos mantuvo de pie. Ahora depende de mí si hago lo mismo con los demás. Somos una gran familia y como tal nos debemos de sostener en Cristo y con oración.
Querida hermana, si has perdido algún ser querido recuerda este precioso texto: «¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él» (1 Tes. 4: 14). Falta poco tiempo para que volvamos a verlos. Ese día será grandioso. ¿No lo crees así?
Anabel Ramos de la Cruz
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor