El que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo. 2 Corintios 5:17.
Un día como hoy nació en Stuttgart, Alemania, un niño al que sus padres llamaron Johann. Desde muy joven Johann decidió dejar una huella en la vida. Para ello, ¿qué mejor oficio que ser escultor? Con mucho esfuerzo y el debido asesoramiento de parte de sus maestros, Johann en poco tiempo adquirió fama y dinero. Pero algo curioso ocurría en su vida: no estaba satisfecho. Sentía que le faltaba algo.
Después de meditar mucho en la encarnación de Cristo, se propuso reflejar en una estatua la belleza del carácter del Salvador. Trabajó durante dos años en esa obra, y cuando la concluyó pidió a unos niños que le dieran su opinión.
—¿Quién es él? —les preguntó.
—Debe de haber sido un gran hombre —exclamó un niño.
Johann Von Dannecker supo de inmediato que no había logrado su objetivo. Tomó nuevamente su cincel y reanudó la obra. Después de varios meses de arduo trabajo, llamó a otro grupo de niños.
—¿Quién es él? —preguntó.
—Debe de haber sido un hombre muy bueno —respondió una niña.
Insatisfecho, Von Dannecker intentó una tercera vez. Y de nuevo llamó a niños para que le dijeran de quién se trababa. En esta ocasión ninguno habló. Se dice que uno de ellos se quitó un gorro que llevaba puesto y varios cayeron de rodillas. Ahora el escultor sí estaba satisfecho.
Se cuenta que años más tarde, Napoleón Bonaparte le pidió a Von Dannecker que esculpiera una estatua de Venus para el Museo de Louvre. El famoso escultor alemán respondió: «Una persona que ha visto a Cristo nunca emplearía su talento para esculpir una deidad pagana» (God's Little Devotional Bookfor Teens [El pequeño libro devocional de Dios para adolescentes], p. 191).
Padre celestial, hoy me propongo vivir para la gloria de tu nombre. Si Johann Von Dannecker (1758-1841) en realidad vio o no a Cristo, no lo sabemos. Pero nadie puede negar la verdad de sus palabras: una persona no puede ser la misma después de haber conocido a Cristo. Los malos hábitos, las palabras obscenas, el gusto pervertido, las malas compañías, los pasatiempos inmorales; es decir, todo cuanto pertenecía a «las cosas viejas» pasan, para dar lugar a «lo nuevo»: una vida en la que nuestro mayor deleite es hacer las rosas que agradan a Dios.
Que tu mayor deleite hoy sea hacer las cosas que agradan a Dios. Que tu mayor gozo sea usar su talento para la gloria de Dios.
Padre celestial, hoy me propongo vivir para la gloria de tu nombre.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala