viernes, 1 de junio de 2012

ESTRELLADO, PERO VIVO


«Se escucha en los precipicios el eco atronador de tus cascadas; los torrentes de agua que tú mandas han pasado sobre mí» (Salmo 42:7).

¡Ánimo! Ya casi hemos llegado. ¿Oyes ese ruido? Asómate ahora desde el borde. ¡Esta sí que es una gran altura! Para ser exactos, son 979 metros de alto. ¡Y qué ruido! ¿Sabes dónde estamos? Estamos en la cima del Salto del Ángel, en Venezuela. El Salto del Ángel es la catarata más alta del mundo.
Tal vez te preguntarás por qué se llama Salto del Ángel. Quizá me digas que porque se ve celestial o porque es tan alta que los ángeles están en su cima, pero no es por eso. Se llama así porque un explorador estadounidense de nombre Jimmy Ángel la descubrió hace muchos años cuando su avión se estrelló cerca de allí. ¡Qué maravilloso descubrimiento! Y todo gracias a que Jimmy estrelló su avión.
A veces los mejores descubrimientos en la vida hacemos cuando nos estrellamos. Pensamos que hemos fracasado porque todo nos ha salido mal, pero no es ahí cuando Dios quiere enseñarnos que debemos aprender a depender totalmente de él.
Así que la próxima vez que algo salga mal, da gracias a Dios porque está a punto de enseñarte algo importante. Tal vez hagas uno de los mayores descubrimientos de tu vida.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA VOZ DE JESÚS


Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora. (Mateo 15:28).

En cierta ocasión en que Jesús y sus discípulos se encontraban en la zona de Tiro y Sidón una mujer cananea comenzó a dar voces detrás de ellos diciendo: «¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio» (Mat. 15:22). Todos continuaron caminando, pues Jesús no parecía interesado en atender la súplica de aquella mujer. Los discípulos le sugirieron que despidiera a la mujer, pues seguía gritando detrás de ellos y, además, no era judía, y de acuerdo con las costumbres de la época no podía recibir las bendiciones de Dios. Eso era lo que enseñaba la tradición que los discípulos y sus antepasados daban como aceptable. Esa era también la posición de los fariseos.
Jesús le dijo a la mujer: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mat. 15:24). Estoy segura de que cuando Jesús profirió aquellas palabras no hizo con rudeza ni desprecio. Tampoco dijo: «Es mejor que te vayas y que no sigas insistiendo porque no vas a lograr nada». Sin embargo, la mujer percibió algo en la voz de Jesús que la estimuló a continuar con sus súplicas. La fe de aquella mujer fue tal que Jesús le dijo: «¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres».
«El mayor peligro del hombre es el de engañarse a sí mismo, el de gratificar la suficiencia propia, y así separarse de Dios, la fuente de su fortaleza. Nuestras tendencias naturales, a menos que sean corregidas por el Espíritu Santo de Dios, tienen en sí mismas la simiente de la muerte moral» (Reflejemos a Jesús, p. 306).
¿Hay algo por lo cual has estado orando al Señor? ¿Algo que anhelas? Te animo a que sigas rogando por ello. Persevera en tus súplicas. Quizá tengas que esperar un poco, pero no importa: la espera en el Señor genera crecimiento.
«Presenta a Dios todas tus necesidades, tristezas, gozos, preocupaciones y temores. No puedes incomodarlo ni agobiarlo. El que tiene contados los cabellos de tu cabeza, no es indiferente a las necesidades de sus hijos» (El Camino, cap. 11, p. 148).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Consuelo de Chacón 

LA GRAN DECISIÓN


Solo un necio confía en sus propias ideas. Proverbios 28:26.

«Adán y Eva —escribió Bob Orben— formaban el matrimonio ideal. Adán no tenía que escuchar a Eva hablando de todos los hombres con quienes podría haberse casado. Y Eva no tenía que escuchar a Adán decir lo bien que cocinaba su mamá».
A diferencia de Adán y Eva, sin embargo, toda persona que tome en serio el matrimonio necesita conocer todo lo que pueda de la persona, e incluso de los parientes, con quien piensa unir su vida. Esto es precisamente lo que dice el libro El hogar cristiano: «Pesa todo sentimiento y observa todo desarrollo del carácter en la persona con la cual piensas vincular el destino de tu vida» (p. 36). Es decir, abre bien los ojos. Y como para que no quede ninguna duda, se mencionan algunas de las preguntas que los novios tienen que hacerse antes de tomar la gran decisión. 
Preguntas que tiene que hacerse él
¿Es ella capaz de asumir responsabilidades?
Su influencia, ¿me hará mejor o peor persona?
Una vez casada, ¿exigirá que una buena porción del ingreso familiar sea usado
para satisfacer su vanidad?
¿Se guía por principios correctos?
¿Es paciente y cuidadosa?
¿Ama a mis padres? Si me caso con ella, ¿habrán ganado mis padres a una hija, o habrán perdido a un hijo?

Preguntas que tiene que hacerse ella
¿Cuál ha sido su pasado? ¿Es pura su vida?
¿Es de un carácter noble el amor que expresa, o es una simple emoción?
¿Me permitirá conservar mi individualidad?
Una vez casada, ¿me permitirá honrar por sobre todas las cosas los requerimientos del Salvador?
¿Tiene madre mi pretendiente? ¿Cómo es ella? ¿Cómo la trata él?
¿Es paciente con mis equivocaciones, o criticón, dominante y autoritario?

Preguntas que tienen que hacerse ambos
«¿Me ayudará esta unión a dirigirme hacia el cielo? ¿Acrecentará mi amor a Dios? ¿Ampliará mi esfera de utilidad en esta vida?»
Por supuesto, aun respondiendo todas estas respuestas, siempre existirá la posibilidad de equivocarse, pero aquí entra en juego la más importante de todas las preguntas: ¿Es esta la persona que Dios tiene para mí? ¡Asegúrate de no dejar a Dios fuera de tus planes!

Padre celestial, que mi cónyuge sea la persona que tú tienes para mí.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

BANCO DE PRUEBAS: LA VIDA FAMILIAR


«Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas» (Mateo 18:35).

¿Cómo tienen que ser nuestras palabras al orar por nuestros enemigos? David fue un hombre conforme al corazón de Dios en cuanto a que no vacilaba en pedir perdón. Sin embargo, a veces mostraba su débil humanidad. Pero cuando Jesús fue tratado injustamente, oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23:34). ¿Cuál de los dos ejemplos piensa usted que tenemos que seguir?
He aquí una sugerencia basada en mi propia experiencia. Cuando oro por los que creo que me han hecho algún daño, sencillamente, pido a Dios que haga por ellos y sus hijos exactamente lo mismo que le pido que haga para mí y los míos.
Cuando Jacob luchó con el Señor en el río Jaboc (ver Gen. 32:24), temía encontrarse con su hermano Esaú. Al fin y al cabo, había engañado a su padre y le había robado a su hermano la primogenitura. Sin embargo, después de su encuentro con el Señor ya no sentía ningún temor porque el Señor había despertado, en ambos, el espíritu de arrepentimiento y perdón. Cuando más adelante, después de años de distanciamiento, Esaú y Jacob se encontraron lloraron y se fundieron en un abrazo.
Después de ese encuentro, no nos ha llegado ninguna información sobre cómo fue su relación.
En cambio, sí sabemos que cada uno siguió su camino, pero más felices y más bondadosos. Quizá sus respectivas formas de vida eran tan diferentes que nunca más volvieron a encontrarse. Tenga presente que el perdón no garantiza que las relaciones vuelvan a ser tan estrechas como antes. Las diferencias en la forma de vida afectan indefectiblemente a las relaciones.
A menudo es más fácil orar por enemigos que se encuentran en países lejanos que perdonar a aquellos con quienes vivimos y trabajamos y orar por ellos. No es extraño que con quienes estamos más resentidos y amargados son aquellos que están más cercanos a nosotros. El auténtico banco de pruebas de la vida cristiana es la familia. Ahí es donde tenemos que mostrar un espíritu perdonador y hacer todo lo que esté en nuestra mano para llevarnos bien, independientemente de la actitud de los demás.
Cuando todavía éramos sus enemigos, nuestro Padre celestial envió a su Hijo para que muriera por nosotros. Si en su corazón usted está resentido y amargado con alguien, ¿por qué no permite que Jesús repare ese cortocircuito y así el Espíritu Santo pueda iluminar su vida?  Basado en Mateo 18:21-35

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill