domingo, 14 de febrero de 2010

UNA DISCULPA EN EL DÍA DEL AMOR Y LA AMISTAD

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 S. Juan 1:9).

El día del Amor y la Amistad caería seis semanas después de nuestra boda. Yo esperaba esa fecha con mucha ansiedad. Caminé hasta una tienda, y descubrí la idea de una tarjeta que podría realizar yo misma. De esta manera, mi esposo solo gastaría en una tarjeta para mí, y no afectaríamos tanto nuestro presupuesto.
Mi esposo quería comprarme un ramo de flores y un regalo caro, pero sabía que no podíamos hacerlo. Después del trabajo, aquel 14 de febrero, un amigo lo acercó hasta nuestro hogar. Cuando le entregué mi tarjeta, él se dio cuenta de que no me había comprado ninguna; me enojé y le respondí muy mal.
Durante los siguientes años, en el día de San Valentín, mi esposo me daba regalos especiales. Pero cada año mencionaba su fracaso aquel primer día de San Valentín, y cuando se lo contaba a otras personas decía: "Y ella nunca me ha perdonado". Esto me dejaba sorprendida, porque yo lo olvidaba hasta que él lo recordaba nuevamente al año siguiente. Parecía que teníamos los roles invertidos: él lo recordaba y yo lo olvidaba.
Un año, el día de los enamorados caería el mismo día que iría a la oficina de mi esposo para la reunión de personal. Los empleados me dijeron que él les había contado acerca de nuestro primer día del Amor y la Amistad y que había dicho: "Ella nunca me lo ha perdonado". Una vez más quedé sorprendida, porque nuevamente lo había olvidado. Así que les conté a los empleados mi propia versión de la historia: Había estado en mi hogar todo el día mientras mi esposo trabajaba, y cuando no me trajo una tarjeta yo reaccioné como una tonta, respondiendo de manera inmadura y cruel.
De pronto miré a mi esposo, que estaba sentado a mi lado, y le dije: "Creo que eres tú quien no me ha perdonado a mí". Ahora todo tenía sentido. No era él quien necesitaba ser perdonado, sino yo.
Esa tarde hablamos del tema y me dijo que él no había cometido ningún error. Era yo la que había actuado mal, terriblemente mal, y lo había herido tanto que no podía perdonarme. Le pedí perdón, y le dije que la manera de saber que me había perdonado se demostraría en tanto no mencionara el hecho jamás.
Este año ya no lo mencionó, y disfruté el osito de peluche que me regaló.
Lana Fletcher
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

PERFIL DEL JOVEN CRISTIANO

Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prosperará! Salmo 1:3

¿Puedes identificar las cuatro características de un cristiano en la ilustración que nos proporciona este Salmo?

  • Crecimiento constante, con la hace frescura de su permanente relación con el agua de vida.
  • Oportuno, capaz de actuar en el tiempo preciso; hablar en el momento adecuado y quedar callado cuando es necesario. Adelantarse a cumplir con la tarea y el deber cuando es el tiempo para hacerlo.
  • Permanente, así como los vientos del otoño y los fríos del invierno nos permiten ver cuáles son los árboles de hoja perenne. También las pruebas y las dificultades de la vida muestran al cristiano que se mantiene leal a Dios.
  • Próspero en todo lo que hace, porque actúa en armonía con la voluntad de Dios.

El Salmo completo es una presentación del perfil del joven cristiano. Comienza con una invitación a la reflexión con respecto a nuestras compañías, el rumbo de nuestras acciones y el tono de nuestras conversaciones. Luego nos invita a un análisis más profundo, el de nuestros pensamientos: «En la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella» (vers. 2). El primero de los Salmos termina con una visión del destino de los malvados. Serán «como paja arrastrada por el viento» (vers. 4). Es decir, sin destino, como si nunca hubieran sido; habrán despreciado la eternidad. Recuerdo haber escuchado, con evidente satisfacción, un día a una de las autoridades educativas gubernamentales durante una visita a la Universidad de Linda Vista: «A estos jóvenes, se los ve seguros de su destino». Sí, claro, por eso los jóvenes que mantienen una relación con Cristo se proyectan libres del temor.
«La entrega de todas las facultades a Dios simplifica mucho el problema de la vida». MJ 27.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes

¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo

Autor: Ismael Castillo Osuna

UNA IMPOSIBILIDAD

Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado ¡nocente? (Salmo 130: 3).

El tercer fundamento del evangelio es que el hombre no puede alcanzar la justicia por sí mismo. Muchas veces podemos modificar nuestra conducta, pero cambiar nuestra naturaleza está más allá de nuestras posibilidades. Algunos centran su esperanza en la ingeniería genética, que, según dicen, algún día podría modificar de tal modo el genoma humano que se podrán crear seres humanos perfectos. Mientras llega ese día (algunos creen que ya ha llegado), el evangelio ofrece la única esperanza.
Alcanzar la norma de justicia y santidad que se requiere para estar en la presencia de Dios, es imposible para el ser humano con una naturaleza corrompida por el mal. De acuerdo a la Palabra de Dios, hombres sensibles del pasado se dieron cuenta de eso: Job declaró: «Aunque sé muy bien que esto es cierto, ¿cómo puede un mortal justificarse ante Dios?» (Job 9: 1,2). «¿Qué es el hombre para creerse puro, y el nacido de mujer para alegar inocencia? Si Dios no confía ni en sus santos siervos, y ni siquiera considera puros a los cielos, ¡cuánto menos confiará en el hombre, que es vil y corrupto y tiene sed del mal!» (Job 15:14-16). «¿Cómo puede el hombre declararse inocente ante Dios? ¿Cómo puede alegar pureza quien ha nacido de mujer? Si a sus ojos no tiene brillo la luna, ni son puras las estrellas, mucho menos el hombre, simple gusano; ¡mucho menos el hombre, miserable lombriz!» (Job 25: 4-6). El profeta Isaías exclamó cuando tuvo una revelación de Dios: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!» (Isa. 6: 5).
Por tener una naturaleza contaminada por el mal, no podemos ser justos, aunque hagamos cosas justas. El profeta Jeremías decía: «¿Puede el etíope cambiar de piel, o el leopardo quitarse sus manchas? ¡Pues tampoco ustedes pueden hacer el bien, acostumbrados como están a hacer el mal!» (Jer. 13: 23). «Aunque te laves con lejía, y te frotes con mucho jabón, ante mí seguirá presente la mancha de tu iniquidad —afirma el Señor omnipotente—» (Jer, 2: 22).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C