«Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Colosenses 3:17).
La ingratitud es uno de los pecados cardinales de nuestro tiempo. «Habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanidosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos» (2 Tim. 3:2). En el tiempo en que se formaba para el ministerio en Evanston, Illinois, Edward Spencer pertenecía a un equipo de rescate. Un barco encalló en la costa del Lago Michigan, cerca de Evanston, y Edward se metió una y otra vez en las gélidas aguas para rescatar a 17 pasajeros. Como consecuencia, su salud se resintió de forma permanente. Años más tarde, en su funeral, se comentó que ninguno de los que rescató jamás le dio las gracias.
Jesús sabía lo que se siente al ayudar a alguien sin recibir muestras de agradecimiento. Acababa de sanar a diez leprosos de su terrible enfermedad, pero solo uno regresó para darle las gracias. Cuando aquel único leproso regresó para mostrarle su agradecimiento, Jesús le hizo tres preguntas: (1) «¿No eran diez los limpiados?», (2) «¿Dónde están los otros nueve?» y (3) «¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?». ¿Se imagina el tono de decepción de la voz de Jesús al formular esta última pregunta?
Quizá la gente sea ingrata porque tiene demasiado y está convencida de que lo merece. La pequeña Cristina, de ocho años de edad, padecía un cáncer del sistema nervioso. Cuando le preguntaron qué quería para su cumpleaños, tras una larga y ardua reflexión, respondió:
—No sé... Tengo dos libros de pegatinas y una muñeca de Cabbage Patch. ¡Ya lo tengo todo!
Ante lo que Jesús ha hecho por nosotros, nada que no sea el agradecimiento y la alabanza de todo corazón es adecuado. Tenemos mucho que agradecerle, tanto cuando las cosas van bien como cuando andan mal. Siempre hay algo que agradecer al Señor. El ministro escocés Alexander Whyte era conocido por sus oraciones desde el pulpito. Siempre encontraba algo por lo que estar agradecido. Un domingo por la mañana el clima era tan sombrío que un miembro de la iglesia pensó para sí: «Seguro que el predicador no será capaz de encontrar nada por lo que dar las gracias al Señor en un día tan aciago como este». Sin embargo, para su sorpresa, Whyte empezó a orar diciendo: «Te damos gracias, Señor, porque los días no siempre son así».
Piense en cinco cosas por las que ahora mismo tendría que estar agradecido. Luego, no lo dude y dé las gracias al Señor. Basado en Lucas 17:11-19.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill